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El cartel en el País Valenciano

Isabel Clara Simó

Dicen los que saben de estas cosas que los carteles no son cosa de artistas, sino de grafistas. Y que, si se quiere hacer un impacto que atraiga la atención del público, mejor sería utilizar las técnicas, que tanto han progresado, del reclamo publicitario. Hay, es verdad, verdaderos genios en la cuestión, que han estudiado cada color, cada rayita, cada letra de cada palabra para convencer a mí, por ejemplo, que tal cosa es la que más se adecua a mis deseos, que tal espectáculo es lo que más me hará disfrutar o que tal idea es la más apetecible del mundo. Que conste: no lo digo con ironía, sino con el gran respeto que me inspira cualquier técnica exitosa.

Estas personas que dicen estas cosas se hacen cruces que, cuando alguien piensa en la necesidad de encargar un cartel, enseguida se repase la lista de los artistas para ver cuál será más accesible.

La cuestión, me parece a mí, es si damos prioridad a la belleza o a la eficacia de un cartel: puede ser feísimo y arrastrar la gente, sin embargo, o tal vez de una belleza plena, profunda, intensa, y, sin embargo, no atraer el ojo del ocasional, y si lo atrae, fue debido a la armonía o la sutileza de los colores, pero no de las cosas que anuncia, que presenta o que quiere difundir.

Todo esto, claro, tiene algunas excepciones. En el País Valenciano, sobre todo —la referencia a Josep Renau es inexcusable—. Y sobre todo si se tiene el acierto de dedicar unos momentos de su vida a mirar los carteles que Antoni Miró nos presenta en esta muestra, y que reúne su producción de 1965 a 1983. Una servidora, que no pasa de «voyeure» del arte pictórico, y que se considera, por tanto, una persona perfectamente vulgar, es un buen ejemplo de cómo atrae la mirada cada uno de estas carteles, de cómo resulta de «irresistible» el impacto visual, y como es de evidente que esto lo consigue Antoni Miró sin doblarse más mínimo en las técnicas publicitarias y sus hábiles insinuaciones.

Tengo que confesar que, de toda esta producción —tan inmensa, tan abrumadora en su abundancia y calidad—, a mí me llega directamente al corazón todo el cartelismo político de Antoni Miró. Es cierto, las emociones que despierta la pintura son con frecuencia indescriptibles. Otro artista, este de la pluma, Martí i Pol, tiene unos versos, sin embargo, que uno diría dedicados a estos carteles de Antoni Miró:

«Que es bueno saber permanecer cuando todo incita
a desistir».

Y, en el mismo poema, dice:

«Saber permanecer, he aquí la consigna,
y preservar cada uno el pequeñísimo
terreno en el que proclama, altivo, más vida».

Lo dice, magistral, Martí i Pol. Ahora mirad los carteles. Decid si no es cierto que Antoni Miró haga exactamente esta propuesta...