ABECEDARI
Isabel Clara Simó
- Amor, ¿me quieres besar? Él se volvió de espaldas.
- ¿Quieres que te bese yo, amor mío? Él se encogió de hombros.
Haciendo este juego, sin embargo, ambos sonreían.
La mujer era cornuda, jorobada, apezuñada,
peluda, dentuda, garfiada, nerviosa:
era una bestia.
Él tenía la gentil belleza
del "David" de Donatello.
Y la quería.
Blau, blau, blau, blau (això és una onada), blau, blau!
Azul, azul, azul, azul (eso es una ola), azul, azul!
–mar, cielo, parfait d’amour, camisa de pintor, manteles
del domingo, libro encuadernado, marco de ventana, ojos de
Claudia Schiffer, lápices Alpino, falda de gimnasta, piel
fría de difunto, sardina recién pescada...–.
En el interior de la libreta
danzaban los poliedros como salvajes;
emborrachaban, locos, todos los triángulos;
lloraba, desolado, en soledad, el pobre rumbo.
Carcome el corazón, quema el cerebro:
la contradicción.
La contra, paseando, tropezó con el bajo.
un contrabajo.
La dicción, excitada, procreaba con la narina
–que siempre se escarba la nariz–:
un diccionario.
El contrabajo tiene, dentro,
todas las músicas del mundo;
el diccionario, las palabras, ordenadas.
Y, a escondidas, ambos pintaban,
con ojo despierto, con ánimo crítico.
Dedalitos de aceite, pizca de sal,
atún cortado en dados, arroz dorado,
tomate rallado a sinfín;
ahora llena las judías hasta arriba,
y, después, en el horno, alineadas.
Cómelas acompañado,
que, si estás solo,
ningún plato no es bueno.
Tírate un eructo.
Escarba una muela.
La vida es buena: ya no eres vulgar.
El paraíso: entre lirios, cardo.
Escrito en una pared
de la calle Diputació, de Barcelona:
"Sólo quería decírtelo ♥”
¿Sólo? Mucho más, muchísimo; todo, si puede ser.
¿Quería? Quiero, querré, quisiera, y, sobre todo, queremos.
¿Decir? Y tocarla-acariciarla-besarla-abrazar...
¿Te lo? En el mundo entero: una carta en la pared.
Tenía tres amantes
y los engañaba a los tres.
Uno era digno,
el otro era diestro,
el tercero, docto.
Los tres, ataviados
con los cuernos de un mediocre.
Abrió la puerta justo en el momento
que el cartero ponía el dedo en el timbre.
La carta -certificada, sellada, cerrada
y rubricada- era lacónica:
"¿Cuántas pulgas necesitan para equilibrar el peso de un solo tiburón?".
(¿Y cuántas tienen miedo,
y cuántas se esconden,
y cuántas han perdido
injustamente
el derecho de ciudadanía?).
(La efe ha metido en este agujero, tan fino, de hierro) → Օ
Goita el sapo amarillo que tenía gonorrea.
Goita el perro penoso que podía galibar.
Goita el gallo gallego que era gallardo.
Goita el gato vago que estaba bizco.
Goita el zorro gordo que siempre gruñe.
¿Cuántos animales hay en el mundo?
–preguntaba San Francisco
al trotamundos–.
¿Cuántas flores crecen en mayo?
–las contaba el botánico
como un loco (boig)–.
Hombre que acaricia, tiernamente, otro hombre; mujer que
besa, con deleite, otra mujer; vieja que besa un chico;
chica que abraza un viejo; padre que escarba en la falda
de la hija; hermano que besa su hermana tras la puerta;
madre que desabrocha la bragueta de su hijo.
El demonio, enfurecido,
hizo un trago de ácido sulfhídrico.
Le reventaban los pecados de amor.
En el Paraíso, también indignado,
sorbía un néctar con cubitos
el gran Allàh.
Incómodos, los soldados forman;
indiferentes, los soldados marchan;
impacientes, los soldados guardan;
inquietos, los soldados saludan.
Oraba por hijo
que estaba en la guerra.
Escribía al hijo
que estaba malherido.
Escupía en el pasquín
donde las autoridades
enumeraban las bajas
segadas por el destino.
Jugando, jugando, rompió el jarrón.
Chalando, chalando, olvidó los deberes.
Distraído, distraído, perdió los céntimos.
Silbando, silbando, irritó al padre.
Por la noche, padre e hijo juegan al póquer.
- Padre, me duele adentro si me pegas.
- Más daño me hace a mí pegarte.
- Pues, si quieres, te pego yo,
y tendré más mal todavía.
- ¿Quieres que nos lo jugamos a cartas?
El padre mezcla, corta y saca un Rey.
La carta del niño era una J...
Kant y Platón, Wagner,
Velázquez, Bach y Rossini,
el Tintoretto, Einstein, Picasso,
Llull y Ausiàs March,
Shakespeare y Dante
Beethoven, Rilke...
Prisioneros de Dachau,
de Auschwitz, Mauthausen,
de Buchenwald...
Perseguidos, ahogados,
golpeados, liquidados,
agujereados, disparados.
Asesinatos.
Ejecutados por Kügel Erlass,
el decreto-bala que llamaban “K”.
-Lota –dijo el Señor–, ¿hay diez mujeres justas?
Ella presentó cien.
Pero el Altísimo –que era igual como nos lo ha descrito
Espriu– dijo que, sin embargo,
destruiría la ciudad inicua.
Todo huyendo, Lota pidió a su hombre
–que no tenía nombre– de no girarse.
Pero él era curioso por naturaleza.
Y fue así que se convirtió de sal.
- María, ven. - No te escucho. -María ven!
- No te escucho. - María ven!! - No te escucho.
- Si no me escuchas, ¿por qué me contestas?
María yacía en un ataúd de madera.
El albañil, que siempre bailaba, ebrio,
en el andamio, la lloraba.
- ¿Por qué se te ha llevado el cáncer
y a mí no se me lleva el mam?
Nadie me quiere –lloraba el anciano asilado–; nadie
me quiere –exclamaba el pavo la víspera
de Navidad; nadie me quiere –decía el niño bosnio
antes de morir de hambre; nadie me quiere
–repetía el joven afectado de SIDA.
- ¿Y tú, Roser? ¿Me amas tú?
- No, yo no te quiero –y le sonrieron
los labios de fresa–, pero
te deseo tanto, Ramón!
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h! (Quel cul tu as?)
Ponía la cara de perfil; ponía
el sexo abierto, espatarrada;
ponía el pie de caras, bien cuadrado;
ponía la palma hacia adelante.
El pulpo nadaba indiferente a todo.
El pescador lanzaba al agua el anzuelo.
Cuando aún boqueando, fuera
del mar, de un golpe
de cuchillo preciso y limpio,
el diestro pescador le seccionó la cabeza (el cap).
¿Quién puso el pedernal en la cama de la princesa?
¿Quién puso el guisante en el bolsillo del pirómano?
¿Quién puso la honda entre los pechos de Dalila?
¿Quién puso las tijeras en manos del rey David?
Dalila abrazaba el pirómano
bajo la cabellera calcinada del pinar;
el rey David penetraba dulcemente.
la princesa del palacio de Dimashq.
Roncaba por las noches
y la mujer lo dejó.
Dormía en el trabajo
y lo despidieron.
Creía que tenía un resfriado
y era algo mortal.
Quería ser Tarzán
y salvar a los débiles;
soñaba ser Batman
y defender inocentes;
deseaba ser Conan
y entregar la tierra;
esperaba ser Bond
y ganar peleas.
(Pero el pobre oficinista en un árbol se colgó –es va penjar–)
Siete gitanas y tres negros,
cuatro turcas, quince moras
y una filipina
decidieron trocar todas las cunas.
Negro, blanco,
amarillo y tostado,
revuelto y mezclado.
Cabello rizado y cabello liso,
ojos redondos, ojos inclinados,
nariz en punta, nariz respingona.
¡Qué bello es el mestizo!
Encontrar términos técnicos, ¡tiene tanto talento!
Elegir títulos tiránicos, ¡tiene tanta tirria!
Cerrar tribus totémicas, ¡tiene tanto trabajo!
Romper torres rotas, ¡tiene tanto sentido común!
Los eruditos confiesan,
con vergüenza, que tienen
mariposas en el cerebro
y que una serpiente les ha chupado el entendimien
Una
Viuda bebe un
whisky
un gurú
de la TV
monta un show
la viuda danza y riU –ríe- sobre la tumba del difunto
el gurú, enamorado, Va y le dice que dar una vuelta
y luego escuchan Wagner y convienen hacer el amor.
Sorbía –Xarrupava– la miel de la abuela
Caperucita.
Mordía la manzana envenenada
Blancanieves.
Lamían el chocolate de la casa
Hansel y Gretel.
Comían toda la hierba de la despensa
los siete cabritos.
El príncipe, la bruja,
el lobo y la madrastra
jugaban a la brisca.
Quien perdía,
tenía que llevar al hospital
aquella trepa
de enfermos de tanto empacho –empatx–.
Yiddish, esloveno, sogdiano,
urdu, frigio, bengali,
macedonio, kurdo, luvita.
Y catalán.
Holandés, danés, ucraniano,
portugués, hindi, eslovaco,
chino, francés, serbocroata.
Y catalán.
¿Quieres que te diga un secreto,
para ti y para mí y nadie más?
Cuando me miras, no encuentro las palabras;
cuando te miro, pierdo el mundo de vista,
al fiel, revelador, confidente, amigo
ojo del paño –pany–!
Zeus pasa los días en un iglú
–dice que está amargado–.
Afrodita trabaja en un burdel
muy arrugado.
Poseidón chabota, pensativo,
en el Llobregat.
Hefesto trabaja de fontanero
no sindicato.
Hera hace de comadrona
de caridad.
Exiliados, los dioses se esparcen;
escondidos, los dioses trabajan;
irritados, los dioses claudican;
ignorados, los dioses conspiran.
(Su silencio, como una colmena, Zumbido).
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