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Mira Miró

Isabel Clara Simó

Cuando Antoni Miró pinta, enfoca la realidad con luz potente, que, rebotando en él, te va directa al corazón y te sientes culpable. Antoni Miró es el desasosiego. Todo lo contrario que los impresionistas -bien meritorios y estéticamente muy agradables-, que reflejan una mujer, una merienda, un paisaje, bajo una capa de amabilidad, y te sientes confortable. Son el sosiego.

Es una pintura vigorosa y a la vez precisa y delicada, donde cada detalle se convierte en protagonista.

Nos coge de la mano, nos planta delante de su obra y nos dice: "Mira!". Y es entonces cuando comprendes que en arte, la técnica no tiene importancia, porque es sólo un medio. El arte es cuestionarse el mundo y sentirse parte. Es compromiso.

Antoni Miró es alcoyano, como el gran Ovidio. El uno pintando y el otro cantando llevan puesta una camiseta roja, no necesariamente hecha de un cortina vieja. Pero roja, bien roja.

Hay quien cree que el arte -sea pintura o literatura- es para adornar una pared o un estante; que sirve para pasar el rato, para decir yo he estado en el Louvre, qué mareo de cuadros o yo he leído ese libraco tan entretenido. Pero no es así: el arte debe hacer pensar y debe hacer sentir, si no, se convierte en una herramienta, como unas tenazas o un clavo o cualquier objeto de una ferretería -también utilísima-. Si sólo hace pensar es un tratado de filosofía o una sabia alegoría; si sólo hace sentir es una telenovela o un cromo lacrimoso.

Qué tiene Alcoy que produce unos gigantes como éstos? Es difícil de contestar, pero la orografía, el aislamiento durante siglos, el sentido del trabajo, las montañas tan cercanas que parecen muy cerca de la mano, los puentes, de un perfección exquisita, la gente, la risa repentina, la cadencia de las fiestas, el aire transparente. Podría ser. O podría ser que hemos tenido la inmensa suerte de parir a los dos.

Una vez Picasso hizo un retrato de Gertrud Stein, y el hermano de ella, Léo Stein, exclamó: "No se parece nada!". La réplica de Picasso es de antología: "Pues ya se parecerá". ¿Qué quería decir el gran Picasso? Quería decir que la realidad es saber mirar y no siempre es igual al que se clava en la retina. Quería decir que el arte sabe mirar y ve cosas que algunos, o muchos, no ven. Y que la realidad de verdad no es la del ojo distraído sino la del artista. Por ello Antoni Miró nos planta delante sus numerosísimos cuadros, a veces inmensos, y nos dice: "Mirad la realidad de verdad! No caminen distraídos. Abran los ojos. Miren de verdad ".

La teoría de la percepción nos advierte que si de repente tropezamos con un artefacto absolutamente desconocido no sólo no lo entenderíamos sino que ni siquiera lo sabríamos mirar. Y ahora, ¿qué nos está pasando? Tanta información, tantos artefactos reproductores y nosotros no vemos más allá de la punta de la nariz. Y continuamos adiestrados, obcecadamente, por los mensajes que nos llegan del poder -el poder político y del Ibex 35-, y repetimos como loros las consignas más absurdas. Sientes: "¡Nadie romperá España!" y te preguntas qué pasa con Portugal, que se va a independizar, o el tan codiciado Gibraltar. Y los más poderosos aún -los dueños del mundo- que predican una guerra inminente y absurda y no dicen ni una palabra sobre los millones de refugiados sirios.

Me gusta Antoni Miró. Su pintura. Su integridad personal. Su lucha.

Y es alcoyano, que conste.