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Cuando Antoni Miró nos desvela

Isabel Clara Simó

Allí donde hay un combate, allí donde hay una injusticia, allí donde hay un grito de angustia, allí donde está el lacerante dolor humano, allí está el pincel de Antoni Miró. Lejos de la torre de marfil, donde orgullosos artistas se refugian mientras a su alrededor la dignidad es pisoteada, el coraje insultado y la supervivencia condicionada, Antoni Miró “baja” en la calle, mira la aventura humana y “describe”, con el su pincel mágico, la tragedia humana.

Una vez hubo una guerra, que le dijeron “civil” –¿dónde estaba la civilidad? –, que era una manera de bautizar un furioso golpe de Estado contra la democracia y contra la ley. Los sublevados eran fascistas y se alimentaban de la expansión de esta agresiva doctrina que anidaba en algunos puntos de Europa. El futuro del fascismo siempre es la violencia. ¿Sabéis qué es el fascismo? Son unas cuantas personas que, para hacer “feliz” a su pueblo, le usurpan su libertad, porque ellos saben que les conviene a aquellos ciudadanos a quienes consideran incapaces de regirse. Algunos –muchos– lo creían, y formaban en plazas y en las calles y levantaban el brazo y juraban que su nación era la mejor del mundo y su “raza” (¿pero qué demonios es una raza?) Es superior a las otras.

Y había Alcoy. Luchando, como tantos otros, contra los sublevados militares y contra todo lo que representaban. En Alcoy, desde Jaime I, hemos perdido todas las guerras, y sin embargo, aquí estamos. Doblar un alcoyano no es más difícil que doblar cualquier otra persona, pero siempre queda un rastro de burla, en los ojos de las víctimas vencidas, que nunca nadie ha sido capaz de borrar. Pues en ese Alcoy suecos y noruegos montaron un hospital –que hoy es la Escuela Industrial– donde se salvaron cientos de vidas humanas. ¿Por qué Alcoy? Porque estaba la gente capacitada y un espacio idóneo, para que el aire hace aroma de tomillo y romero y porque fue la base del anarquismo peninsular y del orgullo de trabajar.

Pues Antoni Miró ahora dedica una serie de sus esplendorosas pinturas a recordar aquel hospital, aquellos heridos de guerra, aquellos nórdicos, aquellos médicos valerosos y aquellas manos inquietas que saben curar y consolar.

Es emocionante, ¿verdad? Es emocionante que suecos y noruegos se solidarizaran con los luchadores contra el fascismo; es emocionante que un hospital así existiera y que existiera en Alcoy; es emocionante que Antoni Miró moje el pincel en la memoria histórica y nos recuerde lo que pudimos ser, un día, y que todavía no hemos podido ser.

Sí, es emocionante y hermoso que esta pintura exista. Sin concesiones. Como homenaje y como catalizador de un despertar que estaba tardando demasiado en llegar.