Pintad la historia
Josep Sou
(Crónica plástica del Hospital Sueco-Noruego de Alcoi)
El pintor Antoni Miró nunca dejará de sorprendemos. Y también pasa lo mismo con su obra, su trabajo cuidadoso y muy generoso, pues si la captura de lo insólito es un ejercicio fundamental de la labor plástica, o artística, en la pintura de Antoni Miró la sorpresa está garantizada de verdad, tanto por la profundidad del tratamiento que hace de la materia orgánica, como por los vínculos que establece con la realidad y su tiempo. También con la memoria.
Y de búsqueda del tiempo vencido, y de relecturas de un tiempo solidario reciente, habla la obra que construye esta magnífica visita por las salas de la historia. Ámbitos donde el drama, en su sentido último de movimiento, fluye, liberando la atmósfera cordial de los hombres que se encuentran. Obra que crece a golpes de intensidad; tanta como hubo con toda seguridad en los días que se inscriben en el seno de la crónica que se dibuja: donde se pierde el interés se pierde la memoria, asegura Goethe. Y con él, claro está, también lo piensa Antoni Miró.
Y ahora, si establecemos un correlato, aunque sólo sea por una vecindad textual, entre lo que significan la historia, o la manera de aproximarla a través de los textos, y la literatura, y en resumidas cuentas lo ponemos en valor al lado del trabajo pictórico, que labora tozudamente para hacemos traslado, a través de las imágenes, de los hechos de la historia, o de los textos que nos hablan de ellos, haríamos buena la máxima horaciana cuando dice: ut pictura poesis (así como la pintura es la poesía). A lo largo del tiempo, se han establecido relaciones de proximidad entre el comportamiento que dimana de la acción pictórica y las maneras de abordar el hecho literario. El postulado horaciano se refiere a la contaminación que se produce entre las diferentes maneras de abordar lo creativo; sin embargo, no es menos cierta la posición de aquellos que no ven clara tanta proximidad en el tratamiento de la materia artística, como por ejemplo G. E. Lessing que, en su Laocoonte (1766), señala la especificidad de cada una de las disciplinas creativas para contribuir a los espacios de conocimiento. Lo que está claro, no obstante, es que tanto la literatura, como la historia, o incluso la intertextualidad (como el trabajo de Joan Brossa, el cómico y el despliegue textual de Arte & Language), también la pintura como retrato de ciertos momentos de la existencia de los hombres, significan instrumentos para el conocimiento.
Pues bien, la obra que hoy contemplamos, la que nos hace traslado de acontecimientos de nuestro mundo inmediato, pintura ataviada con los contrastes nostálgicos del pasado, deja libre un tierno aroma poético donde el silencio también se escucha: la pintura es una poesía muda, nos susurra Simónides. Y la pintura de esta muestra, desde el silencio armónico de los lienzos, no obstante nos habla suficientemente del tiempo que interpreta, de los contornos de la historia viajera, de los matices, a veces tan delgados, de los acontecimientos que formulan, por medio de la distancia, la raíz de los símbolos de la concordia. Esta pintura, ejercida desde los caminos de la verdad, y que escarba las fronteras, o los márgenes, en los libros de los estantes olvidados del polvo, anima a escudriñar el pasado reciente y a hacemos las preguntas cáusticas del porqué de tantas miserias y de tantas vidas sin vida ni esperanza. Un momento, sin embargo, para los encuentros que facilitan el rescate de la propia certeza. Así, con Séneca, diremos: el lenguaje de la verdad tiene que ser simple y sin artificio. También en este vestíbulo principal del tiempo, Antoni Miró dice la verdad cuando pinta, cuando alcanza la atmósfera de un pasado que nos importa, cuando poetiza la cotidiana manera de sentir el paisaje de piedras y que ahora son como las hojas de un almanaque reconocido en los gestos. En buena medida, el pintor, el poeta, en un fantástico acto de aproximación a los acontecimientos, siente antes de comprender. Pasión y sensibilidad.
La pintura, como evidencia esta exposición, utiliza la evocación de las imágenes para manifestarse. Forma y contenido se hermanan con una cierta disciplina eficaz para hacer patente lo esencial que vive en el seno de los episodios sustanciados. La pintura tiene en su interior una verdadera aproximación mimética a la realidad, aunque la aproximación a los contenidos de la realidad sea un tanto sutil y huidiza. Esta propuesta, esta realidad plástica, búsqueda en el movimiento, y en la imaginación que se incorpora, una calidad que rehúye el estatismo. Movimiento que, no siendo propio del arte pictórico, atrapado como está en la doble dimensión, respira fuerte y rompe la cerca del bastidor para cabalgar, desde la memoria, hasta la maravilla cómplice del compromiso. Y si el hombre, los hombres, no pueden rasgar las sombras propias y saltar un poco más allá, encontrarán en el empuje del cuadro una percha que lo posibilite. O como nos sugiere Rilke: convierte tu muro en tu escalón. La cuestión es deshacer el intríngulis, o destripar la madeja.
Quizá sea también una cata, esta pintura que vemos, que vincula nuestro gusto a la necesidad de saber más y más de todo lo que hemos sido. Una labor que concentra tantas horas de estudio como se han hecho para poner en blanco sobre negro la vida del Hospital Sueco-Noruego. Pintura como una crónica pacientemente construida en inmensas noches de vigilia. Dos vertientes creativas que, incorporadas, mestizas, otorgan carta de calidad y verosimilitud. Y es que como diría Hegel (y en el caso que nos ocupa lo vincularemos también a la pintura con voluntad de crónica de una realidad vecina): la historia es el progreso de la conciencia de libertad. Y Antoni Miró lo ha entendido perfectamente