La ciudad: espacio creativo
Josep Sou
Podríamos comenzar estas líneas de comentario acerca de la pintura reciente de Antoni Miró diciendo, que la ciudad, considerada de forma calidoscópica, resulta todo un acontecimiento. Y se puede considerar como un acontecimiento porque es el marco de referencia principal de la lucha de los hombres por nutrirse de la esencia de humanidad. Y también el acontecimiento podría subordinar otras consideraciones si resolvemos que en el ámbito íntimo de las ciudades se manifiesta la pulsión de los ciudadanos por la necesidad de sobrevivir ante las emergencias diarias que alimentan los posos de la desesperanza. Y la calle es también un acontecimiento de color, de música, de transacción, de velocidad, de cultura de combate y de consumo. La ciudad como gran espacio que alberga el “otium” y el “nec otium”. La ciudad, en definitiva, entendida como la “tamquam tabula rasa” que inscribe sobre el lienzo de su piel la peculiar manera que tienen los hombres de pergeñar el guión de la gran comedia de la existencia.
Aunque la ciudad, como ente multisensorial, como espacio de conflicto y de encuentro a la vez, se erige, en el caso concreto que nos ocupa, la pintura de Antoni Miró, en aporte nutritivo para desarrollar el enorme capital de la experiencia acumulada; el conocimiento que hilvana a través del estudio en el particular y hondo libro de las pinturas. Y en Antoni Miró, en su análisis, se dan por igual la agitación y la vida, muy alejado como está de la mímesis platónica, reverberando en cada esquina de sus obras la precisión que apela al sentimiento de denuncia en la vasta torre de las desigualdades.
Y nos interesa la mirada del pintor, del artista y poeta que se aviene a registrar, desde la sensibilidad extrema, la imagen fracturada y posteriormente reconvenida del acontecimiento diario. Aunque esto pueda parecer un contrasentido. Acontecimiento de la ciudad como mito del hombre omnipotente, y que se deja, a cada paso, un jirón de vida nunca vivida en plenitud.
Analiza, Toni Miró, el valor de la ciudad dual: lujo y miseria; poder y subordinación. Ciudad, como los museos, centro neurálgico donde se eleva el gran escenario, esencial, del cotidiano vivir. Como los conceptuales Bárbara Kruger, B. Nauman y J. Holzer, Miró ilustra el escenario vital de los hombres con la denuncia de aquello que habita, como estigma, en la regularidad precisa de las calles: voracidad, depredación, y vigor exacerbado, frente a debilidad extrema e indigencia.
Así pues, el recurso utilizado por el artista como soporte para producir su reflexión teórica, su particular e interesada cosmovisión de la realidad que emerge a través de las aristas de las calles o de los edificios, se cifra en la captura fotográfica. Y nosotros, los receptores de su obra, concernidos por un curioso metalenguaje de observación, podemos entender el valor último de su mirada comprometida, siempre, con la realidad. Aun comprendiendo el abordaje interior en la navegación que se nos propone: la ironía, fuente generosa por donde mana el caudal primero en la obra de Antoni Miró. Pintura del compromiso donde habita la denuncia revestida de la máscara de la desigualdad. E incluso la realidad mestiza en el corazón del suburbio enfrentándose a la informal formalidad de un pop que culmina en curiosa observación perceptiva.
Asistimos, en la contemplación de la pintura de Antoni Miró, a una euritmia poética. Todos los elementos que se integran en la escena vital de los espacios urbanos juegan un rol esencial. Nada molesta. Cada realidad vertebra sensaciones generales, aun la particularidad del fotograma. Los diversos mundos son, finalmente, un “continuum” que ilustra, con exactitud, el carácter coral en el devenir histórico de la humanidad. Pero con la mirada rota por los arañazos y por el vértigo de lo que jamás se podrá explicar con palabras. Sólo, aunque nadie lo sospeche, informa con precisión la ternura. Siempre desde la lucha del sagaz que se libera.
Finalmente, la feliz evidencia de los vasos comunicantes, o lo que es lo mismo, el aporte que genera la intuición, sumado al aprendizaje constante que asume el riesgo de ser pintor (poeta y artista), y revertido en materia para la compartición con los demás, que somos nosotros, nos resume la tesitura en libertad plena: la comunicación. Y para esta aventura colectiva, pintar y mirar, tenemos siempre las puertas abiertas en el alma de los cuadros, ¡cuánta vida hay en ellos!, del pintor Antoni Miró.