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Sobre arte y lenguaje –a manera de preámbulo–

Romà de la Calle

“El artista se hace cada vez más exigente, difícil y más descontento de su propia labor, y el crítico cada vez más cauto en sus juicios y más ferviente y profundo en sus secretas admiraciones”.
 Benedetto Croce (1913)

Prologar un estudio del profesor Wences Rambla acerca de la pintura de Antoni Miró supone –directamente, para mí– reencontrarme de nuevo con aquella marcada comunidad de trazos que, en buena medida, considero que caracteriza y relaciona a ambas personalidades, a la vez que, tal ocasión, me ayuda también a rememorar, de forma simultánea, dos relevantes y significativos eslabones de un vieja amistad, que sigue siendo estrechamente compartida.

Conociendo profundamente a ambos, como es el caso, puedo afirmar –desde un principio– que el binomio constitutivo del presente libro implica, ante todo, el entrecruzamiento de dos marcadas obsesiones por la minuciosa perfección así como por la inagotable e insistente búsqueda del detalle, la sugerencia y el matiz para, de este modo, poder mejor resolver, adecuadamente, la estructura definitiva del conjunto.

Sin embargo ese denominador común –de alcance más bien metodológico– que ciertamente recorre y preside sus actividades correspondientes, y al que acabo de referirme, no agota la nómina de rasgos compartidos, toda vez que sus persistentes estrategias de indagación difícilmente dejan –ninguna de ellas– resquicios para el mero azar, la improvisación repentina o la coyuntural indeterminación.

Diríase, por tanto, que la pormenorizada lectura de este sólido y extenso estudio –dedicado en su conjunto a la plural trayectoria artística de Antonio Miró– nos convierte, como lectores, en testigos inmediatos del sugerente encuentro habido entre dos espíritus quizás profundamente cartesianos, afines en su tarea de lanzar, sobre los correspondientes objetos de su dedicación, una conformada red de opciones claramente estructuradoras, sustentante de la propia visión de la realidad y sugeridora además de las perspectivas que, en última instancia, enmarcan y constituyen asimismo sus respectivas historias personales.

Sin duda, ver es construir. Y el profesor Wences Rambla –en su amplio acercamiento teórico, crítico e histórico al diversificado quehacer de Antoni Miró– nos ofrece, paso a paso, el recorrido investigador de sus pautadas reconstrucciones, el resultado de sus sistemáticos esfuerzos analíticos y el mapa –en fin– utilizado por su mirada deconstructiva y escrutadora, en sus peregrinajes.

De este modo, conviene reconocer que el hecho de seguir el hilo del discurso y de transitar, con la debida atención, por los aquilatados meandros de su lenguaje implica precisamente pasar del ámbito de lo privado –es decir de la experiencia estética rememorada, ante cada obra, por la sensibilidad y el propio gusto– a la constatación crítica desplegada (gracias a la construcción del dilatado texto) en torno al dominio público.

Siempre he pensado, por mi parte, que la acción crítica necesita instalarse, en su complejo desarrollo, precisamente a caballo entre lo público y lo privado, es decir entre la enriquecida experiencia, estrictamente personal, frente a la obra y la adecuada apreciación, justificada y expuesta a través de la elaboración del texto. O sea que, en resumidas cuentas, el crítico se mueve entre el recuerdo y el testimonio.

De ahí que sin la solvente mediación del lenguaje, es decir sin las distintas funciones comunicativas que vehicula la construcción del discurso crítico no podría efectuarse la transición del ámbito privado al contexto público –en la práctica de la crítica-, allí donde es necesario llegar, porque también el lector exige y ejercita asimismo sus innegables derechos frente al texto.

Desde tal perspectiva, el estudio de Wences Rambla se articula directamente –como singular aplicación didáctica a la pintura de Antoni Miró– en torno a toda una enlazada serie de planteamientos teóricos, asumidos, sin duda alguna, como instrumentos teóricos fuertes de cara a los sucesivos análisis y argumentaciones encadenadas que recorren toda la extensión del ensayo.

Cabría afirmar escuetamente que, en este caso, el investigador, partiendo de la reflexión estética, transforma la opción crítica en una particular coartada para la validación de sus internos presupuestos, sistemáticamente proyectados –con sorprendente parsimonia y aquilatada matización– sobre el itinerario pictórico de Antoni Miró.

De este modo, casi como un curioso manual para la mirada inquisitiva, se van desgranando, con evidente pormenorización, los diferentes capítulos, monográficamente centrados, a su vez, en las diversificadas vertientes y facetas que –según las estrategias expositivas del autor– sustentan el universo pictórico estudiado. Y es así como se nos invita a que acompañemos al profesor W. Rambla en sus encuentros del arte con el lenguaje.

A fuer de sincero, he de confesar que cada vez me atraen más las crecientes posibilidades que ofrece el arte como genuino lugar de reflexión. Aleo que, por cierto, tiene mucho que ver con el hecho de que el carácter virtualmente subversivo o fundamentalmente no idéntico del arte no es nunca ajeno a que el enigma le es, de una u otra forma, siempre inherente. Inherente, incluso, hasta el extremo mismo de poder afirmar –respaldado por la certera mano de Th. Adorno– que “todas las obras de arte, y el arte mismo, son enigmas”.

Sin embargo, no por ello se tratará, ni mucho menos, de formular –por mi parte– que el enigma propio de la obra de arte consista en ser –ésta– una especie de particular rompecabezas aún-no-resuelto o en carecer –ella misma– de toda posible significación. Más bien habría que subrayar resueltamente que tal carácter enigmático no es algo, sin más, externo a la obra de arte sino que, de por sí, estrictamente pertenece a su misma esencia problemática. Esa es la auténtica clave de la cuestión.

Quizás por ese concreto motivo el enigma esté más allá de ser un estricto problema hermenéutico, que afecte exclusivamente al ejercicio de la crítica de arte, toda vez que –de nuevo Th. Adorno– “el carácter enigmático del arte sobrevive –incluso– a la aguda interpretación que logra alcanzar una respuesta”, al no estar sólo directamente localizado en aquello que podemos experimentar en la experiencia estética, de hecho el enigma se halla inscrito en la obra de arte como algo siempre resistente a la misma interpretación y que exige y postula más bien, una y otra vez, el pleno desarrollo reflexivo en su propio entorno.

No en vano el arte siempre expresa y oculta en simultaneidad. Y –como, supongo, me concederá el profesor W. Rambla– somos máximamente conscientes de su carácter enigmático cuando intentamos y nos atrevemos, con insistencia, a transportar la obra hacia ámbitos donde ella misma no puede ya directamente explicarse, es decir hacia el domicilio de la racionalidad. Y paradójicamente en ese curioso enclave –donde el carácter enigmático roza la discursividad– es donde se instala la reflexión.

¿Por qué no admitir el símil –parece querer decirnos, de reojo y a cada paso, el profesor Wences Rambla– de que el arte sea un camino que corre justamente en paralelo, con sus conexiones y múltiples convergencias, a la propia reflexión estética? Quizás sea ésta la verdadera hipótesis de trabajo que –a mi modo de entender– subyace a todo este documentado estudio sobre la obra de Antoni Miró.

Sin duda, en buena parte de la actividad artística actual se produce un fructífero encuentro entre la memoria de las imágenes y la pluralidad de procedimientos y estrategias pictóricas, reciclada también a su vez –dicha actividad creativa– con el combinado y eficaz recurso a otros medios expresivos. Es así como la aparente inmediatez de la práctica artística se trenza, de hecho, en total intimidad con la mirada histórica, a la vez que la reflexión acentúa su paralela proyección sobre el propio quehacer.

Por supuesto, en tal coyuntura, la resultante mirada sobrecargada deviene protagonista –como bien sabe y practica Antoni Miró– de cuantas metamorfosis de la memoria deambulan pluralmente por la escena de la representación contemporánea.

El arte, pues, se presenta asimismo recursivamente transformado en reflexión pragmática sobre el correspondiente quehacer artístico. Y justamente en ese encuentro plural de registros plásticos, figurativos y conceptuales es donde se incardina, en última instancia, el auténtico enigma del ejercicio artístico, a caballo siempre también entre la autonomía y la propia funcionalidad. Algo que –como es bien sabido– directamente se replantea, con asiduidad, en la dilatada actividad pictórica de Antoni Miró.

¿Acaso no es ésa, concretamente, una de las relevantes polaridades en las que se inscribe y manifiesta la vocación enigmática del hecho artístico? ¿Cómo preservar, a ultranza, la autonomía del arte sin comprometer por ello –pari passu– su posible funcionalidad?

Al fin y al cabo, igual como la vida penetra en el arte, así el arte actúa en la vida, aunque realmente la charnela que posibilita ese complejo engranaje –entre arte y vida– no deje nunca de complicarse con dos los múltiples interrogantes que presiden sus respectivas existencias.

Bien es cierto, como se ha dicho, que cuando el enigma habita la pintura –junto a los valores plásticos que sustancialmente la constituyen– nunca está ausente del proceso de su génesis la autoreflexión. Quizás por ello “los acertijos repiten en broma lo que en serio hacen las obras de arte”, como le gustaba reiterar, casi con apariencia de boutade a Theodor W. Adorno.

Es posible que –tras lo simplemente aquí apuntado– quede algo más patente ese principio de que tanto el genuino quehacer artístico como la consolidada actividad crítica se perfilan como reflexiones pragmáticas relativamente autónomas, que en buena medida discurren, sin embargo, en paralelo, sobre el horizonte de los enigmas compartidos. Autoreflexión artística y reflexión crítica se imbrican, pues, muy a menudo. Y en esa crucial coyuntura se dan la mano –en el ensayo que con estas líneas prologamos– las dos intensas miradas que discurren por sus páginas.

Acompañamos como lectores, decíamos más arriba, paso a paso los plurales recorridos del profesor W. Rambla, en eso encuentro, que establece, del arte con el lenguaje. En realidad se nos invita a comparar las respectivas construcciones y las interrelaciones metalingüísticas que se articulan entre ambos protagonistas.

Como artifex additus artifici, se nos presentarán, una y otra vez, las abundantes y conocidas relecturas iconográficas del propio Antoni Miró: imágenes de las imágenes, dispuestas a ser minuciosamente analizadas, al filo de la reflexión desarrollada sobre las distintas series de su producción artística.

Philosphus additus artifici, nos facilitará sus parámetros teóricos e histó­ricos, la mirada siempre diferida y atenta de Wences Rambla, para mejor legitimar, así, sus enlazadas apreciaciones estéticas a propósito de las propuestas pictóricas.

Sin embargo, didácticamente, en ese juego de seriados contrapuntos que recorren el presente ensayo, Poética y Crítica –en realidad, como dos caras de una misma moneda– conducen y remiten al lector hacia el núcleo mismo del hecho artístico, es decir a la flagrante presencia de la obra, con la que –por su cuenta deberá, a fin de cuentas, enfrentarse por sí mismo.

Es un hecho evidente que toda obra da que hablar y asimismo necesita ser hablada, aunque el lenguaje de la crítica –barandilla e índice– deba cautelarmente considerarse como efecto pragmático de la propia obra, en torno a la cual se trenza y articula la propia existencia de la crítica, en su relativa autonomía.

Es así como convendría que nos acercáramos abiertamente a este singular tete a tete establecido entre Antoni Miró y Wences Rambla, atentos –por nuestra parte– al seguimiento de las dos miradas, comprometidas –ahora– simultánea y conjuntamente en una única y loable aventura editorial.