Saltar al contenido principal

Nueve aguafuertes de Antoni Miró

Romà de la Calle

“Lo que tan poderosamente nos impresiona no puede ser, a mi juicio, más que la intención del artista, en cuanto él mismo ha logrado expresarla en la obra y hacérnosla aprehensible. Sé muy bien que no puede tratarse tan sólo de una aprehensión meramente intelectual; ha de ser también suscitada nuevamente en nosotros aquella situación afectiva, aquella constelación psíquica que engendró en el artista la energía impulsora de la creación”.
SIGMUND FREUD (*)

La capacidad comunicativa del rostro humano es, ciertamente, sorprendente. Diríase, incluso, que hasta su más hierática inexpresividad apela, de alguna forma, al diálogo de la mirada y a la ponderación del virtual y concreto estado anímico del sujeto, a partir de una serie de códigos faciales, que registran, traducen y refuerzan los diversos intercambios vitales con el medio.

De ahí el singularísimo poder que el retrato mantiene y la tan especial atracción e incidencia que habitualmente ejerce sobre nuestra actividad hermenéutica, desde el momento mismo en que iniciamos la aprehensión y lectura de sus rasgos, directamente moldeados en el sus trato físico de las formas plásticas.

Tal interés atraviesa ei plano inmediato de la re-presentación denotativa para abrirse, de manera simultánea, al particular lenguaje expresivo, con el que se completa el juego antropológico de la connotación. Y es justamente en ese nivel (en el que hasta las variaciones formales más insignificantes devienen signos) donde con mayor ahínco e intensidad se genera una específica tensión dialéctica entre los estrictes rasgos conducentes a la particular individuación referenda! del personaje y aquellos otros elementos que nos facilitan ciertas claves comunicativas para penetrar en el reducto existencial —en buena medida, no obstante, compartido— de la íntima realidad humana.

Desde este contexto —donde referencia y expresión se amalgaman estrechamente— hay que reconocer que el repertorio iconográfico desarrollado en torno a la figura y personalidad de Sigmund Freud es cada vez más amplio. Y quizás por su concreta y marcada significación, prendida en las raíces mismas del pensamiento contemporáneo, su imagen ha interesado, de forma muy especial, en el dominio artístico.

Sin embargo, curiosamente, la sagaz inclinación a las asociaciones mentales —que tan bien, él mismo supo estudiar e impulsar— hace de hecho inviable que consigamos, con puntualidad, separar la representación de su rostro de todo el bagaje histórico que gira al socaire de sus personales planteamientos psicoanaiíticos.

Sigmund Fréud, se quiera o no, se ha convertido en un polémico legado común de nuestra época. Por eso difícilmente podrá pensarse en él sin apasionamiento. Y de ahí, también, la ambigua fuerza —entre simbólica y fetichista—que su misma imagen adquiere.

En cualquier caso, las propias manifestaciones artísticas, que, en cierta medida, no dejaron nunca de interesarle por su rico contenido y su función sustitutiva, se vieron asimismo ampliamente influidas por los supuestos explicativos del freudismo y sus distintas derivaciones.

Justo es, pues, que a su vez se convierta al personaje mismo en privilegiada materia-sujeto de las conformaciones estéticas.

Antonio Miró, con estas series de aguafuertes, oportunamente realizadas en coincidencia con la celebración en Madrid de la 33 edición del International Psycho-analytical Congress (IPAC), ha querido bucear más allá de los meros lím ites de la referencia retratística para penetrar, histórica y expresivamente, en la singular riqueza de la mítica personalidad de Sigmund Freud.

El texto visual que ha conformado, en la cuidada urdimbre de sus grabados, aguarda nuestra interpretación tras el juego sublimado y liberador de la fantasía. ¿Podrá acaso, al menos por una vez, enfrentarse abiertamente el principio del placer al principio de la realidad, sopreporlerse la sensibilidad —en cuanto función pulsional del "Ello"— a la razón calculadora, como función del "Yo"?

A modo de resultado de esa desigual oposición, y enfrentamiento, entre los impulsos creativos y las resistencias, que Indefectiblemente acompañan a todo proceso de realización artística, Antoni Miró ha sabido adecuadamente seleccionar unas determinadas situaciones de la vida de Sigmund Freud ("L'Exili", "Quatre retrats","In London", "1856-1939" y Freud to Freud") en las que anclar las particulares motivaciones que aceleran e impulsan su trabajo.

Conociendo la capacidad y los recursos de A. Miró, hemos de reconocer que hubiese podido decantarse por un cierto dadaísmo o surrealismo, que justificara abierta y hasta oportunamente sus raíces freudianas, pero acabó prefiriendo la imagen directa del personaje, atenuan do así el siempre tentador juego metonímico de la sustitución.

Si la dinámica de las formas artísticas, como realidad cultural, oscila entre los impulsos de la naturaleza y el legado de la historia, no cabe duda de que aquí se nos ha querido ofrecer, visualmente, la aproximación a una historia de muy singular naturaleza, cuyas claves se modulan desde las escuetas facciones de un rostro conocido, y cuya significación se halla entretejida en la herencia fundamental de nuestro siglo.

(*) El "Moisés" de Miguel Ángel.