A Antoni Miró
Vicent Andrés Estellés
Fui con Toni Miró a Altea, donde tiene su casa. Primeramente recorrimos la madrugada de Benidorm. Intenté, inútilmente, el reconocimiento de algunos sitios que me fueron muy familiares. Al llegar a Altea, amanecer un domingo, claro, tranquilo, amablemente luminoso. Nos acostamos, como era bien comprensible. Al día siguiente vi la obra de Toni Miró, una obra admirable, combativa y feraz, rica de cólera y ternura, crónica penosísima y esquema de acción, de poblaciones murales. La obra, en ciclos de una claridad argumental y de una cohesión mental extraordinarias, se me ofrecía, así, compacta, siguiendo las breves notas acompañantes de su creador. Quedé literalmente fascinado. Sobre los tejados de Altea, unos tejados viejos, graciosos, sedantes, triunfaba un sol tumultuoso.
No lo he dicho todo. La obra de Toni Miró llega a unos extremos deliciosos. Me refiero, por ejemplo, a la otra “obra” suya: su casa. Obedece, en todo, las líneas, sencillas y puras, tradicionales, de Altea, y saca un partido insólito del espacio, en un juego feliz de planes, de tejados, de escalerillas. Es una delicia.