La dansa de Matisse
Como parte de sus ejercicios reflexivos en torno a los museos, Miró representa en esta escena de interior un acto de recepción estética. Es una obra que se aleja del enfoque crítico que es propio de la serie y que aporta una visión claramente esperanzadora. No puede ser de otro modo empleándose como referente artístico la obra de La danza, del artista fauve por antonomasia, Matisse, y poniéndola en relación con el aprendizaje puro y libre de los niños.
Como es sabido, el origen de este tema lo constituye su pintura de 1906 La alegría de vivir. Consiste en una escena bucólica en la que, al fondo pero en el centro de la composición, tras los personajes del primer plano, seis figuras humanas danzan grácilmente en corro. El encargo que le hace Shchukin, cuatro años más tarde, para decorar las paredes junto a la escalera de su mansión moscovita, supuso la creación de dos paneles diferenciados, La danza y La música, en los que se descomponía la propuesta y se eliminaba la figuración paisajística de aquella arcadia feliz, que contaba inicialmente con árboles, animales y el mar al fondo.
En las dos versiones que se elaboraron de La danza en ese momento, tanto en la versión que se conserva en el MoMA como en la que está en el Hermitage, se aprecia cómo las figuras danzantes, ahora cinco, se llevan casi hasta los límites del lienzo. En las versiones encargadas en 1931 por C. Barnes es todavía más exagerada esta situación, puesto que se trascienden los bordes del lienzo en muchas ocasiones. Esto contribuye a aumentar el dinamismo visual de la obra y a entender como generalizada la situación que se representa, que se convierte en un mero fragmento explicativo.
De las tres piezas realizadas para decorar el salón de este químico y coleccionista de arte moderno, dos (que no se adaptaban a las medidas exactas de las bóvedas y ventanas del salón y no fueron del gusto del cliente) se han quedado en el Palais de Tokyo en París. La otra está aún ornando la sala principal de la Fundación Barnes, en Pensilvania.
La escena pintada ahora es resultado de un encuadre particular sobre una de las dos primeras que están en el museo parisino. Implica además recortes adicionales en la parte superior y los laterales, pero se abre el campo visual por abajo. Se compone a través de tres franjas horizontales con una altura sensiblemente igual. La superior esta integrada por la obra aludida de Matisse. La inferior la forman los niños sentados en el suelo, junto con sus profesoras. Ambas comparten dos rasgos esenciales: están habitadas por figuras en acción y las sombras se superponen con ellas ayudando a articular visualmente el conjunto. El caso de la franja intermedia es distinto. Un fondo neutro fuertemente iluminado se dispone tras la profesora o guía que explica la obra.
De este modo, se pone en relación el objeto de aprecio con la situación real que se da en este caso concreto en el propio acto de valoración. Tanto da si son dos o una las figuras que ocupan el sector por el que se pregunta a los alumnos: es otra instancia de tipo cualitativo a la que están siendo invitados a acceder.
Es necesario recalcar que se está lejos de la utilización del referente pictórico de la manera en que se hacía por parte de este artista, durante los años ochenta, en la serie “Pinteu Pintura”. No se descontextualiza en esta otra época un fragmento o personaje de una obra referencial para crear una narración distinta en la que se trasmute el sentido, con un afán de recomposición irónica. Antes al contrario, la pintura repintada mantiene su entidad inalterada, a excepción del encuadre sesgado, y forma parte como un agente pasivo de la nueva creación. Es decir, no se procede a su descomposición y posterior reelaboración para proveer al espectador de una nueva y distinta interpretación que incorporar la relectura de determinados aspectos trasladados desde referentes de la historia del arte.
Santiago Pastor Vila