Al voltant del museu
Dentro de la serie elaborada por el artista alrededor de las contradicciones que rodean a los museos de arte actualmente, encontramos esta obra que nos interpela en relación con el conflicto entre lo viejo y lo nuevo, y con la desconexión entre la sociedad y los objetos artísticos que se albergan en estas instituciones.
La colección de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba se ubica en un edificio proyectado por el arquitecto Alfonso Rodríguez Pichardo en 1951 y que fue inaugurado cuatro años más tarde. El régimen de Batista introducía así en el tejido histórico de La Habana una pieza que adoptaba algunos recursos del estilo internacional, como son las fachadas de los núcleos de escaleras, adosadas a las alineaciones laterales del edificio, que se resuelven mediante sendos muros cortina de planta semicircular.
El objeto de representación es doble en esta obra de Antoni Miró. No se trata de considerar separadamente estos paramentos especulares de los edificios de otras épocas que nos devuelven proyectados. Se refiere, sin embargo, a la recreación conjunta del propio proceso de reflexión como elemento simbólico. De una manera similar a tantos ejemplos que nos brinda la historia del arte, los reflejos producidos por espejos constituyen parte fundamental de un simbolismo que se relaciona con la representación de aquello que queda oculto pero ha de traerse a la imagen para completar el mensaje.
A esa idea de implementar nuevos factores que culminen la dotación de significado, se une en este caso la decisión de contraponer dos realidades opuestas: lo unitario, moderno y distante compite con el ambiente fragmentario de la ciudad colonial.
La presencia del cielo sobre los edificios hace prácticamente desaparecer los paños vidriados en la parte superior. Esa figurada inmaterialidad contrasta con la densidad que adquieren más abajo. El hecho de trazarse sobre una curva implica que cada plano proyecta una imagen de la realidad reflejada que no posee continuidad con el resto. La complejidad de la ciudad se muestra contradictoriamente sobre la tersura de esta fachada.
Un vidrio reflectante bloquea la accesibilidad visual a lo que queda tras él. Esto puede entenderse como una metáfora de la desvinculación que existe entre la ciudadanía y el arte, convirtiendo los museos en torres de marfil.
La imagen se caracteriza por una fuerte verticalidad. El propio formato del lienzo, la modulación de las perfilaría de la fachada y la forma de los fragmentos inciden en reforzar esta direccionalidad. Las texturas de los edificios reflejados son tamizadas por el pintor, quien las bruñe, para resaltar esa condición de filtrado indirecto que se está significando. Ocurre algo parecido con los colores, que se aproximan en su tonificación a pesar de la disparidad cromática que lucen realmente.
Con todos estos artificios, Antoni Miró garantiza un alto grado de fidelidad a la escena real, aunque lo significativo no es tanto esta pericia como el hecho de haberla seleccionado y dedicar esfuerzo a reproducirla como un elemento de reflexión especulativa, no en sentido literal sino en términos conceptuales.
Santiago Pastor Vila