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Debajo del asfalto está la playa

Wences Rambla

¿Qué mejor época del año que la veraniega para escribir de la playa? Como ¿qué mejor recordar -y usar- que las bicicletas son para el verano, como se titulaba una amable película? Aunque en este caso no parece que haya de entenderse como desenfadado motivo sobre el que escribir, pues al decir -como el título de la exposición- que “bajo el asfalto está la playa”, la cosa cambia y bastante.

Y cambia porque entonces ya no nos estamos refiriendo -ya no se está refiriendo el pintora ese lugar placentero y luminoso, sino a un lugar apetecido para ser cuadriculado, urbanizado, reparcelado y sometido, a fin de cuentas, a la especulación del suelo. Ciertamente está muy bien disponer de caminos y carreteras asfaltadas para ir de un sitio a otro, pero también está muy bien -es simplemente natural- mantener las playas, como los ríos o los bosques, en su primigenio estado, ya que forman parte del ambiente no sólo natural sino también, en sus primeras configuraciones, de la memoria de un pueblo. Pero los hombres somos así. Nos empeñamos en desarrollarnos en un sentido peculiar, desarrollarnos hasta acabar o hasta estropear tremendamente lo que tocamos: un paisaje con una autovía de alto impacto, el curso de un riachuelo por tal o cual motivo, ensuciar hasta la irreversibilidad la ladera de una montaña con vellidos de basuras sin cuento, o asfaltar lo inasfaltable.

Nuestro grado de compromiso, tanto con nuestros semejantes, como con los diversos entornos naturales, en los que estamos todos embarcados, deja bastante que desear. Aunque, eso sí, de llevarlo a cabo, o sea, de intervenir en la naturaleza, lo hacemos -¿lo hacemos?- en nombre del progreso y del bienestar. Faltaría más. En este sentido, es decir, en su contrario, y dando una vuelta más de tuerca a su serie Vivace, el pintor Antoni Miró presenta esta muestra en la Universitat Politècnica de València y en el Centre Ovidi Montllor de Alcoi cuando el verano aún no ha acabado y, esperemos, no terminar más pronto que tarde -mejor nunca, claro- con suaves arenales y herbáceas dunas, primaverales y verdes prados montañosos, esos inquietos tordos que surcan nuestros cielos, las simpáticas ranas de albercas y charcas, además, por supuesto, de conservar las ballenas, los tiburones blancos y otros aspectos más llamativos si cabe. Queda -todo sea dicho de paso y sin ánimo de ofender- muy espectacular preocuparse por esta clase de especímenes, amén de por los glaciares del Polo Sur o donde quiera que los haya, y dar la espalda a la destrucción paulatina, y como en tantas otras cosas, del medioambiente más inmediato. En esto, como en tantas otras cosas de la vida, la cretinez abunda. Pero en fin, volvamos al guión.

A estas alturas, volver a desgranar el itinerario plástico de Miró, cuando tanto se ha escrito sobre su vida y obra, puede parecer un despropósito o un modo de dar el tostón. Sin embargo, el que alguien como él, y según su personal trayectoria contiene en sus trece en aquello en lo que cree -que no es fruto del oportunismo alguno, sino de un convencimiento que ya dura muchos años- es digno de encomio. De manera que su compromiso con el entorno humano, próximo o lejano -vuélvase a repasar sus series- y con la problemática ambiental -especialmente desde que se iniciara, hará casi diez años, la serie Vivace- es consustancial su forma de ver, entender y vivir la vida. Forma que, esencialmente, viene dada a través de sus actividades plásticas, ya sea la pintura, la escultura o la obra gráfica. Aspecto éste, por cierto, del que hace bien poco se elaboró su catalogación general, editándose el correspondiente estudio-fichaje.

En esta muestra Antoni Miró nos presenta, por tanto, bajo tan sugerente título una nueva remesa de cuadros relativos a esta amplia, pero al mismo tiempo concreta, temática. Si bien en esta ocasión retoma este trabajo tras la presentación de su obra gráfica en el Museo Wifredo Lam de La Habana y otros centros de la Isla. Trabajo que, siguiendo en principio, la filosofía de sus más recientes hexacromías, modifica -no en vano estamos ante obra nueva- a fin de que el sabor manual de la obra artística no pierda un ápice en su unicidad a pesar del proceso metodológico seguido en ella. Así, nuestro artista se apoya en obras precedentes suyas que, seleccionadas partes de las mismas, pasa al ordenador donde recombina tales fragmentos icónicos hasta crear una nueva image. Ésta, así compuesta -cual peculiar matriz original- se vierte en un plotter que vuelca a una pieza no de papel sino de Tyveck o lienzo. Soporte sobre el que Miró va a desarrollar su acostumbrado proceso estrictamente pictórico con los acríbeos, las limaduras de hierro y otros elementos que allí adhiere. Exactamente igual, en definitiva, como haría en una pintura sobre lienzo sin esos pasos previos. Estamos, pues, ante un escalón más de su continua indagación plástica, en la que hablándonos de lo que nos quiere hablar, no por eso abandona el esmero de los procesos pictóricos. Es decir, ofreciéndonos más imágenes que nos hablan de la muerte de la naturaleza, de tramposos camuflajes para basuras, de “brillantes” destrucciones ambientales, de falsas libertades, de petrodólares..., aunque también de bicicletas de formas increíbles, de ídolos sociales, de sugestivas mujeres desnudas, de deseos intensos..., va construyendo todo un panorama, tan personalmente suyo, donde interactuar todos esos personajes -animados, inanimados, humanos o no, pero en conjunto enormemente vitales- como símbolos de tantos otros ámbitos conceptuales de índole social, política, cívica, existencial a fin de cuentas. Y ello sin imaginar, como decía, su propia estética, tanto como sin retroceder en lo más mínimo en el leit motiv de su persistente trayectoria ideológica. Trayectoria ideológica, andadura plástica sobre la que -trayendo a colocación unas palabras de Walter Benjamín de los años treinta- podemos decir que mientras la política tiende a la estética, es necesario que el arte se politice. Politización, por supuesto, en el sentido noble y no torticero del término, es decir, entendiendo como gesto de posicionamiento ante los problemas del mundo.