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El Tribunal de las Aguas en la obra de Antoni Miró

Wences Rambla

Antoni Miró ha creado a lo largo del tiempo un considerable conjunto de obras casi siempre en discursos seriados. Son sus series retazos de vida, fragmentos más o menos amplios del decurso de la realidad, sea ésta política, social o de trasfondo histórico. Y todo ello centrado no sólo en cuestiones de gran alcance –entendiendo por tal asuntos de proyección universal– sino también en otras más focalizadas en problemáticas y tradiciones del propio país que le vio nacer. O dicho de otra manera, Miró es un artista plástico de renombre internacional cuya obra siempre entraña un objetivo social al tiempo que promueve una serie de valores éticos y estéticos que caracterizan la cultura en mayúsculas del País Valenciano. Esto sin olvidar, por supuesto, el que en no pocas ocasiones haya retomado –otorgándole un nuevo significado– imágenes de obras de grandes artistas universales, sean del pasado o de nuestro tiempo.

Con la presente serie, Antoni Miró se ha volcado en un gran trabajo tanto por la amplitud del proyecto creativo como por su calidad, a la que, desde luego, nos tiene acostumbrados.

Ahora nos encontramos ante un conjunto de obras realizadas en pintura, gráfica digital sobre lienzo y litografías, que constituyen un testimonio de gran valor patrimonial, costumbrista o consuetudinario, a la vez que alusivo a lo que hoy entendemos por economía productiva y sostenible. Y ello como anticipación a lo que implica una gestión eficaz de los recursos hídricos –el oro negro del siglo XXI– que concita, simboliza y ejerce el Tribunal de las Aguas de la Vega de Valencia. Institución milenaria dedicada a la administración del agua de riego, que hace observar las normas apropiadas para el mejor uso de turnos y tandas en que ésta ha de distribuirse. Disposiciones en un principio de tradición oral y posteriormente escritas, pero no por ello menos eficaces a la hora de instar su cumplimiento.

Y así, con estas creaciones suyas Miró nos hace visibles, mediante su recorrido plástico, todos esos momentos más o menos ritualizados y ámbitos de la geografía huertana en que ocurren o donde se dan, con su complejo sistema de acequias a través del cual se articulan las acciones concretas impulsadas o concitadas por dicho tribunal –de ascendencia romana e implementación musulmana– para la distribución justa y equitativa del preciado líquido proveniente del rio Turia.

En este sentido podemos contemplar las diversas facetas y momentos con que opera el cometido del Tribunal en su cita semanal, a la que concurren ciudadanos, jueces, denunciantes, denunciados… Facetas y circunstancias que aparecen reflejadas en las diferentes escenas que nuestro artista plasma con gran nitidez semiótica: comprensible y clara, y perfección formal: cuidadosa manera de plasmar el contenido hecho imagen a través de la obra gráfica y pinturas que compendian esta interesante y documentada colección, en la cual Miró ha invertido mucho tiempo y en donde apreciamos con deleite la precisión de su configuración dibujística, su reverberante atractivo cromático, así como la articulación de los distintos elementos morfológicos de los que se vale para su representación, alcanzando, en suma, todo el conjunto un elevado grado de artisticidad.

Así, contemplamos la escena de los síndicos constituidos en tribunal sedente y, en una imagen precedente, la de los escaños vacíos que pronto van a ocupar una vez se revistan del ropaje pertinente en la Casa Vestuari. Y todo ello bajo la mirada pétrea, pero no menos vívida, de los rostros de los apóstoles, cuyas efigies dominan el corro del tribunal desde lo alto del portal de la basílica, a cuyos pies tienen lugar las deliberaciones y resoluciones de síndicos y vocales.

En otra obra vemos a éstos dirigirse a sus escaños dispuestos semicircularmente en el mencionado recinto demarcado por una verja metálica denominada corralet y que concluye en el pórtico basilical. Y en donde puede constatarse la sobria elegancia de los asientos: butacas de cuero y madera en cuyos respectivos respaldos figuran los nombres de las ocho acequias madre a cuyo cuidado quedan asignadas: las de Quart, Benàger, Mislata-Xirivella, Favara y Rovella, provenientes de los azudes de la margen izquierda del Turia; y las de Tormos, Mestalla y Rascanya de la margen izquierda.

Además, el Tribunal de las Aguas de la Vega de Valencia, la más antigua institución de justicia existente en Europa, cuenta con su correspondiente alguacil encargado de custodiar el cercat o corralet al que accederán sus miembros, tras revestirse con el blusón negro para ejercer su autoridad, y quedará rodeado por el público que acude a contemplar esta peculiar audiencia con Gran expectació.

Todo ello junto a más detalles que van apareciendo y tejiendo el rosario de escenas que la magnífica serie de Miró va mostrando y envolviéndonos con el manto de las emociones, de cómo va desarrollándose un acontecimiento tan antiguo y esencial como representativo de esta tierra, así como emotivo para cuantos se sienten valencianos. Así, vemos en una obra el arpón del alguacil, símbolo e instrumento con que valerse para la apertura y cierre de paraetes y compuertas, es decir, para llevar a cabo el control efectivo del riego: la distribución del caudal asignado a cada usuario o huertano. En otras contemplamos el traslado del mobiliario –los asientos– por parte de unos atentos servidores hasta conformar el mencionado cerco. Así como, yendo ya más allá del entorno de la catedral, otras pinturas nos remiten al reparto del agua o Repartiment, Partidor de Moros i Francs, Partidor de Quart-Benàger…; a las bifurcaciones de las acequias por donde serpentea el curso del agua hacia azudes y presas –Presa de Mislata…–, el mecanismo de tornillo de Rovella-Túria que dosifica, según su cierre o apertura, la cantidad de agua en base al correspondiente reparto dictaminado por el tribunal; sin dejar de recordarnos plásticamente Miró en otro acrílico algún que otro vestigio pétreo –Arc romà de Manises– existente en la red de distribución, ni olvidar que el paso de la corriente movía ruedas de molinos hidráulicos como en el caso de la presa del Molí d’Aroqui.

En definitiva y para finalizar, me gustaría constatar que, de un modo implícito o sugerente, podemos imaginar o deducir de estas obras la escrupulosidad de los turnos de riego, las obligaciones de mantener las acequias limpias, cuando no el ser conscientes de la importancia que tenía y tiene semejante estructura hídrica en su contribución económica al País Valenciano … Ideas, pensamientos, sugerencias que sin duda desde esta variada muestra de imágenes y vistas –a guisa de peculiares microambientes naturales– se vislumbran cual límpidos palimpsestos escenográficos con que Antoni Miró ha elaborado tan acertadamente esta serie.