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Las ciudades como contexto y/o como protagonistas de la representación

Romà de la Calle

–Reflexiones sobre la pintura actual de Antoni Miró–

Opus laudat artificem

Arte y ciudad han sido siempre, a lo largo de los siglos, dos nociones prácticamente inseparables. Diríamos que el uno y la otra se han movido operativamente en ámbitos paralelos. La ciudad ha generado históricamente la reflexión y el diálogo de sus ciudadanos en determinados espacios, sobretodo construidos para este fin de convivencia pactada y democrática (la fuerza del pueblo), al tiempo que también ha propiciados espacios especializados de mostración artística, como domicilio protocolario de las Musas (el origen de los museos).

En realidad, ciudades o pueblos, villas o metrópolis, no sólo han sido –como contextos vitales– núcleos residenciales de las personas y de sus quehaceres, de sus deseos y preocupaciones respectivas, también se han convertido, por sí mismos, en temas básicos de la representación artística de todas las épocas, en fondos patrimoniales fundamentales para la cultura. También, por supuesto, de nuestra.

Ha sido ésta una manera adecuada y efectiva de aportar testimonios plásticos y visuales de su existencia compleja y compartida. Pues que no sólo nos hablan de la fisicidad de los edificios; también lo hacen de la sombra viva de sus ciudadanos, de sus caminos de lucha y de fruición. No sólo la denotación se nos impone con toda la fuerza referencial; también las connotaciones nos facilitan, por su parte, el aire definitivo que aporta la presencia interpretada por una mirada, por un latido o / y una subjetividad. Sea gracias a la fotografía o la pintura, el grabado o el dibujo, las ciudades viven de nuestros recuerdos, a la vez que deambulan también por nuestra memoria impenitente, como patrimonio inmaterial, haciendo parte de nuestros respectivos museos imaginarios.

La memoria visual de las ciudades se ha convertido en el eje de la pintura actual del amigo alcoyano Antoni Miró. También es un campo que personalmente me interesa, haciendo investigación creciente de como lo hacen otros artistas (pintores y fotógrafos en especial). En realidad, la memoria es un elemento constitutivo de la identidad de cada persona, de cada sociedad, de cada comarca y de cada pueblo. No se trata, pues, de hacer con las imágenes una especie de historia de las ciudades. Más bien hay que terminar el Aguiar de los recuerdos personales, de nuestras miradas, de nuestras experiencias o de nuestros hallazgos.

De tan directas y reales que son sus imágenes de las ciudades, es sorprendente que se avengan tan bien con la ficción –la cual, por su parte, apunta hacia lo posible, por combinación estudiada de los elementos estructurales aportados, por el juego de formas, por la potencia de la geometría convertida en protagonista determinante y por los diálogos cromáticos– que no con una búsqueda racional de la verdad sociológica e histórica, que no es ni quiere ser su papel.

¿Conllevan las imágenes, como la memoria misma, una cierta naturaleza tramposa? Considere todo el tiempo que sea necesario. Sí, sin duda. Pero también es verdad que pueden –las imágenes– a través de este artificio estético y de este lenguaje visual tan cuidadoso, llegar a una cierta –verdad poética– (María Zambrano, siguiendo a Aristóteles) que la historia no podría iluminar. Y es que, de hecho, nosotros, hombres y mujeres mías, necesitamos una y otra. Necesitamos la ficción, la poesía y el arte, al igual que también necesitamos la historia, la verdad científica y la coherencia filosófica.

Creo que esta es la curiosa y sorprenden metáfora de fondo de la obra pictórica de Toni Miró actual, que nos lleva una y otra vez las imágenes selectivas, tríadas por su deseo personal, de las ciudades del mundo. Quiere decirnos, creo yo, que hay muchas memorias visuales. Al igual que hay muchas y muchas ciudades. No olvidemos que la memoria siempre será un elemento fugitivo, huidizo, cambiante, efímero, inestable, incluso, que más que revelar una verdad nos ofrecerá una serie de experiencias, de miradas concretas hechas humo y lama. En el arte, los testigos parciales –la contemplación de una obra detrás de otra, que nos presentan todo el repertorio de las ciudades– tienen más valor que la comprensión global del hecho sociológico de la ciudad se puede partir o al que se puede llegar. En realidad, las memorias siempre son plurales.

¿Incluso, alguien podría decirme o preguntarse si esas imágenes de la memoria de las experiencias de las ciudades –que Miró nos facilita, encadenadas con el cuidado de una poeticidad perfeccionista– lo son connotativament del poder o quieren reflejar sombra del sujeto que transita por ellas, por la acera, con las manos vacías y la mirada perdida?

No olvidemos que las memorias colectivas no se pueden reconciliar; podrán dialogar, soportar o romperse unas frente a otras, pero no reconciliarse. Y Toni Miró nos muestra no la suya, más bien habría que decir que nos ofrece sus preferidas imágenes, hechas de momentos de memorias encadenadas y congeladas para el objetivo descarnado de la máquina, nunca del todo anónima. Imágenes de las imágenes... de las imágenes, me gusta decir. Memoria de la memoria... de las memorias, podría añadir hay. ¿Cuál o cuáles son las correctas? ¿Hay, por supuesto, memorias correctos, una vez han sido reflejadas en el cine, en la pintura, el cómic, la literatura y hechas recuerdos personales, bien nuestras? Son, de hecho, juegos de ficción, mundos propios, reflejos de lo posible, perfectamente terminados de apetencias estéticas y de un deseo de ser profanamente éticos en nuestros comportamientos, en la mostración de unos hechos construidos, de unas obras imaginadas, a partir de la realidad experimentada en los viajes, aventuras y desplazamientos, gracias a los siempre inquietantes juegos de la imaginación creadora.

Vertidos poética / verdad histórica. Memoria de las ciudades / ciudades en nuestra memoria. Estética radical / política subsidiaria. No olvidemos que veamos la realidad externa, a menudo tan culturalizada, como nos han ayudado a verla el arte, la publicidad, los medios de comunicación, el poder y la política, la educación y el todo poderoso contexto. Pues digamos, valientes, de cara al arte nuestro de cada día, sin embargo, en voz alta, como última opción vital y decidida: nulla esthetica sine ethica, por supuesto, pero también y por supuesto, digamos en frente de la vida cotidiana y de nuestras ciudades reales: nulla política sine ethica.

Y todo ello, Toni Miró lo sabe demasiado bien. Y por este motivo de compromiso constante con la vida, quiere seguir y seguir pintando, un pie en Sopalmo y el otro –como viajero impenitente que es– los más diversificados rincones del mundo.