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Antoni Miró: la Suite erótica hacia un antiguo y nítido reconocimiento

Josep Lluís Peris Gomez

La mirada opulenta que subyace en numerosas manifestaciones plásticas contemporáneas -ya sean pintura, escultura, cartel o diseño- nos introduce en un universo conceptual y visual que aspira a recopilar y reconstruir toda la TRADICIÓN cultural que nos ha venido dada a través de la historia y que a la vez tiende a autoexplicarnos en claves de presente y reconocimiento. Todo este movimiento retrospectivo conlleva paralelamente un ejercicio de deconstrucción, de simplificación y de investigación de los elementos formales básicos desde los que cada manifestación cultural ha aprendido a rehacer el mundo y ha intentado darle un sentido comprensivo o trascendente. La función especular que el arte alcanza sobre los pueblos y las culturas se manifiesta de manera muy singular en el mundo clásico, y es desde esta perspectiva donde hay que situar la significación de la obra que Antoni Miró nos ofrece bajo el título: SUITE ERÒTICA.

Frente a esa mirada opulenta tendente a la decodificación y abstracción de los elementos básicos, Antoni Miró nos presenta un ejercicio magistral de MIRADA limpia, una manera de mirar desprovista de acumulaciones innecesarias, sin filtros moralizantes que pudieran desviar la naturalidad desde donde percibir un universo regido por el imperativo de los sentidos en estado puro. Miró nos introduce en la posibilidad de un descubrimiento pletórico de vida a través de una inocente visión plástica del mundo griego reconstruido a base de fragmentos más que sugerentes.

La Suite erótica es una propuesta arriesgada y valiente con la que el autor nos invita a vernos a nosotros mismos mediante un ejercicio de fragmentación especular. Los aguafuertes eróticos nos introducen en la vida cotidiana del mundo clásico que es donde verdaderamente aún podemos y debemos mirarnos los pueblos y culturas mediterráneas para poder explicarnos y, al mismo tiempo, dignificarnos. Esta fragmentación especular no es arqueológica como aparentemente podría pensarse. Antoni Miró lo que hace es una selección intencionada y sugerente de algunas de las escenas cotidianas que expresan las pinturas cerámicas del mundo griego, y no lo hace para imitar y rememorar la cultura griega, ya que el sentido ornamental y lúdico que estas escenas tuvieran en su tiempo (del siglo X al V a. de C. aproximadamente) queda radicalmente trascendido por la descontextualización que A. Miró hace de estos fragmentos al incorporarlos plenamente a nuestro momento cultural donde adquieren una nueva significación e intencionalidad.

El artista, con una maestría excepcional y un dominio exhaustivo de la figuración, la perspectiva, las atmósferas pictóricas y el color -como ya nos tiene acostumbrados en su larga y prolífica trayectoria plástica- nos hace partícipes de una manera sutilmente significadora de mirar la realidad: nos indica cómo mirar con nitidez y con una inocente inteligencia nuestro cuerpo, los cuerpos de los demás, y es así como los juegos eróticos, las danzas sensuales de los antiguos griegos se convierten como un espejo retrospectivo de lo que podría llegar a ser nuestro actual comportamiento lúdico y erótico dentro de unos nuevos ámbitos y códigos morales que nunca deberíamos haber perdido como pueblo.

En definitiva, lo que nos propone la Suite erótica no es sino la atrevida posibilidad de recuperar en una nueva y a la vez antigua mirada, desprovista del sentimiento negativo de culpabilidad, auténtica herencia del pensamiento judeocristiano, una mirada de reencuentro con el disfrute que supone la experiencia de reconocer nuestra natural condición de seres arraigados al mundo de los sentidos, arraigados en nuestro propio medio ambiente que es el Mediterráneo, desde siempre benévolo y generoso, en nuestro medio cultural consecuencia de siglos y siglos de aprendizaje, de equilibrios y desequilibrios, de búsqueda de la armonía a través del arte y de un savoir vivre que se ha ido expresando en un quehacer vitalista más próximo al hedonismo y al gozo que al sentimiento sombrío de pecado y de culpa.

La técnica que utiliza A. Miró en esta obra plástica es la de planchas y grabados (aguafuertes) para conseguir con una pulcritud inigualable la verosimilitud de los motivos y las escenas, los cuales parecen adquirir una vida propia paralizada y retenida magistralmente en el papel. Las imágenes expresan una elegancia alejada de la retórica plástica, manifiestan un sencillo y natural sentido de la armonía, hacen brotar el placer y el gozo sin actitudes forzadas ni impostadas. Descubren el sentido del placer como una fuente inagotable de identidad y de comunicación amable con los demás y con la naturaleza, expresan, en definitiva, una profunda sabiduría acumulada en el tiempo y en la cultura de nuestra historia.

Antoni Miró ha sabido rehacer con un estilo propio y a partir de secuencias de origen arqueológico un universo que nos pertenece a todos, un espacio -el clásico- que aún subyace en nuestra contemporánea experiencia de identidad y en nuestra aspiración antigua de liberación definitiva de los sentidos, del gozo resultante de la comprensión sabia de lo que somos y de lo que queremos o aspiramos a ser, y es por eso que estos fragmentos eróticos nos posibilitan recuperar una inteligente y atrevida mirada que es la mirada desde la inocencia.