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Antoni Miró: de la pintura a la materia y el objeto

Josep Lluís Peris Gomez

Podemos, ciertamente, iniciar un sugerente viaje al revés al introducirnos pausadamente dentro del universo de imágenes que el pintor Antoni Miró nos brinda a través de este itinerario visual en clave retrospectiva y a modo de recopilación antológica que durante más de treinta días está ocupando, o más bien habitando, el incomparable conjunto arquitectónico que es el Palau Comtal de Cocentaina. Coincidiendo con los cursos de verano que desde hace algunos años organiza la Universidad de Alicante en este espacio tan emblemático, la CAM y la propia Universidad de Alicante han sumado esfuerzos para organizar esta exposición que nos permite hacer un interesante recorrido icónico a través de las diferentes series pictóricas en que ordena este laberinto de imágenes ubicadas en algunas de las salas más señoriales del palacio, apenas en los lugares que en su momento, allá por los siglos XIV y XV, ocupaban las salas de embajadores y la torre principal del palacio.

Un viaje al revés de tipo iconográfico es lo que, de hecho, nos permite esta exposición, y es que Antoni Miró nos aporta secuencias bastante representativas de diferentes etapas de su trayectoria artística, etapas para mucha gente bien conocidas y que a la vez coinciden con momentos socio-históricos e incluso políticos de nuestra historia e imaginario colectivos. Hay cuadros, conjuntos pictóricos o imágenes de carteles que bien sintetizan las aspiraciones, inquietudes o tensiones sociales que caracterizaron en su momento el sentir general de gran parte de la población de nuestro país, y que a la vez nos adentran en una “mirada” colectiva hacia los fenómenos socioculturales que se convirtieron en los años sesenta, en la transición a la democracia y en la década actual. Este itinerario visual nos brinda también una posible complicidad crítica cargada de ironía en la forma en la que la obra del pintor interpreta las imágenes más emblemáticas de la historia de la pintura o las imágenes que desvelan ideologías, conceptos de utopía o imágenes que reflejan un ambiente eco-social del todo contemporáneo.

Desde una evidente actitud constante de búsqueda y de experimentación, Antoni Miró ha ido buscando y elaborando a lo largo de los años un lenguaje representativo y expresivo propio, un lenguaje plástico radicalmente personal y en constante evolución, un lenguaje a través del cual contemporaneizar un discurso crítico y una mirada hacia el entorno que lo definen y lo explican a través de una constante tensión estética entre la dimensión de lo más social por un lado, y lo más estrictamente personal e íntimo donde se sitúa la fuerza imprevisible del deseo, el erotismo o la poesía, por otro. A partir de un proceso artístico del todo autodidacta, el pintor ha ido incorporando nuevas técnicas constructivas desde el aceite hasta el acrílico, pasando por el dibujo, el grabado, la serigrafía o, incluso, la escultura o los lenguajes matéricos y objetuales, y con todo ha sido capaz de elaborar una obra densa y coherente en la que cabe destacar una peculiar maestría a la hora de compaginar un discurso absolutamente contemporáneo y universalista con un discurso muy arraigado a los parámetros culturales e identitarios que lo definen, al tiempo que lo proyectan con voz propia más allá de nuestros ámbitos culturales y lingüísticos. En definitiva, Antoni Miró, al menos podemos decir que ha creado un lenguaje reconocible y reconocedor tanto de un tiempo como de un país, que es el nuestro.

En esta exposición, pues, podemos encontrarnos desde obras que pertenecen a la primera etapa del pintor hasta las últimas composiciones de la impresionante serie Vivace. Una mirada sobre las primeras experiencias pictóricas alrededor del grupo Alcoiart nos permite valorar la capacidad del pintor para hacerse eco de las tendencias estéticas de entonces, así como de su actividad viajera en ciudades europeas que de alguna manera influirían en su obra. Después, desde Altea y más tarde desde el mas Sopalmo, Antoni Miró supo y ha sabido ser fiel a una labor tenaz de investigación plástica y de aprendizaje constante. De esta manera, en los años sesenta y setenta concretó en las series Realidades, El hombre, América negra o El dólar toda una potente sensibilidad por los temas que reflexionaban sobre las problemáticas raciales, la injusticia, el dolor, la represión o la discriminación ideológica o política, y en este ejercicio de interiorización y representación plástica es donde el autor ejerció una notoria influencia artística como también una consolidación en la búsqueda de unos estilemas y un lenguaje propio que es lo que, en definitiva, acompañaría su posterior obra pictórica en constante renovación técnica y temática.

Tras reflejar en estas series, de una manera muy impactante, la crueldad inherente a las estructuras del poder y las dinámicas sociales que generan la marginación social, Antoni Miró asume un discurso en que la reformulación de las imágenes más emblemáticas de la pintura y de la historia del arte adquieren un papel protagonista. A través de los grandes formatos y el acrílico principalmente, el pintor pone en marcha una nueva serie, Pinteu pintura, que le ocuparía la mayor parte de los años ochenta y es en esta gran serie donde el pintor introduce varios puntos de vista estéticos que incorporan la mirada especular, caleidoscópica o de fragmentación frente a la cultura visual e icónica contemporáneas. De este modo, elabora unas composiciones pictóricas de gran poder persuasivo y comunicativo a través de las cuales se erige como interpretador y alterador irónico de significados demasiado solemnes, significados asumidos de manera acrítica y tradicional por una mayoría y que a partir de sus reformulaciones son susceptibles de ser reinterpretadas o, al menos, son presentadas como auténticas “obras abiertas” en el sentido semiótico que propone Umberto Eco. En Pinteu pintura, A. Miró asume un ejercicio bastante creativo de intertextualidad icónica mezclando imágenes conocidas por el espectador con nuevas imágenes muy sugerentes que alternan o modifican la significación de éstas. Significante y significado entran en un juego plástico de auto-referencialidad muy innovador y de gran capacidad comunicacional, a la vez que crea una auténtica complicidad con el observador que facilita la justa e inteligente ironía o distanciamiento desmitificador. Cuadros y “pinturas objeto” crean un universo visual coherente que permite averiguar un discurso crítico cargado al mismo tiempo de atrevimiento y fascinación.

En la última serie Vivace -que inicia a principios de esta década- el autor nos presenta una visión bastante personal de las problemáticas ecológicas actuales. En un ejercicio de contemporanización óptimo nos brinda con eficacia un mapa de las contradicciones eco-sociales que nos rodean y al mismo tiempo experimenta acertadamente nuevas técnicas donde el lenguaje matérico y objetual desplaza sutilmente a la pintura estrictamente planimétrica. Vivace introduce al espectador en un universo habitado de imágenes paradójicas e impactantes donde los referentes de realidad a menudo se confunden con sus propias representaciones plásticas. Una inquietante y a la vez irónica “mirada” sobre las relaciones entre hombre y naturaleza se impone a través de cada composición, por lo que los artefactos, los desechos industriales o la basura urbana irrumpen en un medio ambiente, aunque aparentemente virgen o en estado de abandono, donde se presagia la intervención arrogante de la cultura de los objetos y del concepto de progreso. El enigma y la añoranza acompañan una manera inducida de experimentar el entorno donde se impone una distancia ética y reflexiva.

Desde el reconocimiento y un realismo minucioso y detallista el pintor consigue una atractiva complicidad discursiva e icónica. Vivace nos aparece como una especie de escenificación visual donde cada obra hace evidenciar las relaciones equívocas que la cultura humana -representada por la tecnología y las máquinas- establece con el entorno y con las propias leyes de la naturaleza. Las obras nos comunican un posicionamiento estético y ético al desvelar el envilecimiento progresivo que caracteriza el tipo de desarrollo socio-económico generalizado en todo el planeta. Nos muestran un territorio de devastación medioambiental que genera la desestructuración violenta en las relaciones sociales y culturales manifiesta en muchos de los conflictos contemporáneos, tanto de tipo social como ecológicos. En Vivace, el autor crea una consciente contraposición entre la mistificación o identificación del hombre moderno con los objetos por un lado, y entre los elementos de la naturaleza en estado puro, por otro. Las imágenes de animales salvajes amenazados y en peligro de extinción, cargados de una primigenia belleza, contrastan con las imágenes de las máquinas excavadoras, los paisajes desvalidos o la basura. Todo ello manifiesta una especie de acusación colectiva donde el elemento anecdótico de una palabra, un signo o una marca publicitaria convierten emblema de la sinrazón o la irracionalidad, como también del dudoso concepto de progreso tecnológico asumido por la sociedad contemporánea. Obras como Parque natural, Litoral mediterráneo o Costa Blanca serían exponentes bien elocuentes de este discurso plástico que refleja la paradoja y el conflicto medioambiental. En estas obras, un tratamiento pulcro y minucioso del color y del dibujo consiguen un valor comunicativo casi publicitario alterado por la fuerza del contraste y la inteligente introducción sutil de la palabra escrita, por ejemplo, en el cuadro Parque natural consigue crear una alegoría en negativo de lo que el título supone designar, ya que la representación perfecta y detallada de una basura llena de basura y de desechos tienen que ver justo lo contrario con lo que designamos como parque natural.

Otro conjunto de obras de esta serie configuran un paisaje de imágenes y de fragmentos de realidad con las que el pintor crea un testimonio del irreversible proceso de alteración de las relaciones naturales. Alteraciones que en la serie de bicicletas presenta como un proceso de metamorfosis orgánica, apenas a partir de elementos inorgánicos como son los artefactos bicicleta, que por otra parte se convierten como objetos de una profunda carga simbólica de eficaz significación como también de intencionada perplejidad comunicacional. Las representaciones de las bicicletas incorporan elementos designativos a través de los cuales el autor introduce la decodificación-recodificación de significados posibles, asume una tradición pictórica y simbólica que la mezcla con la estructura esqueleto de la imagen que representa la bicicleta, y ésta se convierte un vehiculador icónico de múltiples mensajes o juegos especulares sobre el sentido del equilibrio, el movimiento, la orden o la tecnología. Las bicicletas adquieren formas y funciones imposibles como en el surrealismo, son indicadores de sentido-no sentido, son significantes que a la vez alteran o incrementan significados y convierten soportes objetuales de la palabra, a veces asumen imágenes antropomórficas o gestuales e invierten la lógica visual y perceptiva de estos objetos o artefactos mecánicos inventados por la inteligencia humana.

Los planteamientos estéticos que Antoni Miró incorpora en esta serie de las bicicletas evolucionan para convertirse en auténticos planteamientos eco-estéticos. Introduce un ambiguo cuando no evidente erotismo, crea una ironía sutil cuando no un incisivo cinismo que provoca, como también incorpora imágenes que provienen de otros contextos pictóricos y que crean una imaginativa perplejidad. Las últimas obras sobre bicicletas prescinden ya de la necesidad representativa de la figuración planimétrica y el autor convierte la imagen bicicleta en artefacto desecho al tomar de la basura del objeto y reformular su estructura y función. Ahora el soporte pictórico es el objeto exento y el lienzo o la tabla el marco o plataforma expositiva, son ahora los pigmentos, la materia en estado puro, los óxidos o la tierra los que reelaboran el objeto en absoluta fusión, de esta manera el artefacto es en sí mismo el referente y el auto-referente, el significante y el significado, en definitiva, la obra de arte, con toda su potencialidad expresiva, comunicativa y alegórica. La deconstrucción da paso a la reconstrucción y creación, se reelabora el mensaje, la naturaleza última del objeto sufre una transmutación en su función designativa y en su misma existencia como objeto, forma, significado, y son el autor y la mirada cómplice del espectador quienes ejercen el papel de descodificadores y de indagadores de sentido.

Se puede decir, en definitiva, que Antoni Miró consigue con esta última serie redondear un trabajo de experimentación y de evolución en torno a un discurso crítico, siempre atento a las contradictorias dinámicas eco-sociales que nos rodean y nos cuentan. Un discurso donde inciden muchas de las preocupaciones sociales más actuales y donde el autor, a través de un lenguaje plástico muy personal, es capaz de recrear una atmósfera paradójica y contradictoria que se reconoce a sí misma y en la que fácilmente nos podemos reconocer. Así, en el autor el lirismo, la poesía o la ironía devienen poderosos mecanismos discursivos de los que se sirve para poder elaborar un conjunto de mensajes claramente dirigidos a la consecución de una respuesta reflexiva, activa y crítica por parte del observador.