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El viaje

Jordi Botella

Yo que guiaba la hueste que ganó Alcoy

Ahora canto el valor de aquellos soldados

Caídos a los dos lados de las murallas.

Si a los atacantes nutría el dañado orgullo

Para recuperar la casa y la tierra,

A los de dentro nos movía el deseo de vivir.

 

No es suficiente, creo hoy, la fe si nos toca vivir

En la frontera, al pie de las murallas.

Con sangre no se muestra el alto precio de los soldados.

Ni con la muerte cuando un cuerpo cayendo al suelo

Se freza con duelo y hay humo como el orgullo

Que envenenó las cabezas de los hombres en Alcoy.

 

Unos veníamos del norte y estábamos en Alcoy

Con colonos que buscaban mejor tierra.

A los demás les había tocado vivir

La humillación de sus soldados,

Y ahora sólo les valía tumbar murallas

Para redimir con ganancias su orgullo.

 

Sin embargo, ni la fe ni el viejo orgullo

Valen para nada si el mes de abril la tierra

Ya no se cultiva y la madre para vivir

Come hierba y gusanos, amamanta con miedo a los soldados

Y llora hasta rebosar los ríos de Alcoy

Mientras los hijos mueren bajo las murallas.

 

Como deslizaba el resol en las murallas

Aquel amanecer que los corazones de los soldados

Decían: “¿Esto es el coste para sobrevivir?

¿Qué bestia hincha con sangre el orgullo?

Si sólo la guerra nos vale para tener Alcoy,

¿Qué raza merece esta tierra?”

 

Vi el fuego de los ángeles estéril en el suelo.

Escuché la última palabra de quien quiere vivir.

Así yo lamento la ley que hace con el orgullo

Un arma, inútil, contra las murallas,

Invocando dios o un rey que hunda Alcoy

A costa de habitantes y de soldados.

 

Amigo, aprende de Alcoy y de los soldados

Que fecundan hoy la tierra con el orgullo

De hacernos vivir aquí sin murallas.

Jordi Botella 

Adenda a Yo que guiaba la hueste que ganó Alcoy

I

La escritura de Yo que guiaba la hueste... nació de una propuesta del pintor Antoni Miró, con quien ya había compartido años atrás un proyecto de grabados alrededor del Misteri d’Elx.

La idea inicial tenía su origen en la colaboración que había solicitado Francisco Verdú para la capitanía de la Filà Domingo Miques que él debía asumir el mes de abril del 2002. El propósito inicial consistía en elaboración de unos grabados en torno a la fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy con que Francisco Verdú quería obsequiar a sus compañeros de filà.

Lo que en un principio iba a ser un “detalle” en manos de Antoni Miró devino una serie de treinta y cinco grabados que ofrecían una amplia visión de la fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy.

Esta ambición por parte de Antoni Miró a la hora de abordar un tema que la tradición plástica -y, por supuesto, literaria- ha relegado al anecdotario más folclórico me contagió desde un primer momento. Hasta el punto de que, consciente del peligro –supongo que como el mismo Antoni Miró– de verme imbuido de unos tópicos que siempre había condenado, me invade las dudas.

II

Los modelos previos, pues, no me servían. Ni siquiera un poema mío anterior, Invocació a l’Atzúvia, más genérico, valía como referencia. Ahora ya no quería tratar como en aquel texto la defensa del bando árabe, sino interpretar el momento que los ganadores cristianos se dan cuenta de que la victoria en el campo de batalla no comporta ninguna satisfacción.

Esta premisa exigía una doble desmitificación: la de los dos bandos adversarios; y, sobre todo, la de la retórica belicista con que la tradición ha magnificado el ejército cristiano hasta el punto de ser identificado con la providencia.

Un punto de vista antiépico. Toda una contradicción en este contexto, pero que para mí era un reto que valía la pena correr.

Nada mejor para la ruptura de estos moldes que el “punto de vista” del general ganador cuando, después de la batalla, se siente desencantado del éxito. 

III

La sextina, una creación del mejor de todos los trovadores, Arnaut Daniel, era la estrofa idónea. Su estructura -seis estrofas de seis versos con una tornada final en la que se recogen las seis palabras que finalizan de forma alternada cada fin de verso sin repetir nunca el mismo orden- garantía una contención a un tema proclive en exceso a la efusión religiosa, popular o al confesionalismo más íntimo.

Este medievalismo de la sextina no excluía el enlace con la creación contemporánea: no en vano uno de los autores clave del siglo XX, Joan Brossa, la rescatará del sueño de los siglos. Tradición, pues, y modernidad irán juntas a la hora de elaborar un texto de una complejidad extrema que cada pieza debe encajar ajustadamente para servir al mensaje final.

Pero la creación poética, a pesar de sus leyes, no está regida por ningún acto mecánico. A pesar de su precisión. De ahí mi interés para contrarrestar la posible rigidez de esta estrofa. Por un lado, con la experiencia del general que habla en el texto; y por otro, por la elección de las seis palabras que irán repitiéndose al final de cada verso siguiendo una combinatoria precisa: murallas, soldados, Alcoy, orgullo, vivir, tierra. Sobre estas seis palabras se propone el “sentido” del texto, cuya evolución irá ampliándose en cada estrofa hasta llegar a la conclusión de la tornada en la que la “señal” -amigo- actuará como destinatario final.