El viaje
Jordi Botella
El hombre que pinta alza
El brazo, moja el pincel, se acerca al lienzo.
Ha elegido el viaje...
(Del poema El hombre que pinta, dedicado a Antoni Miró)
“Un hombre siempre debe tener una casa...” así comienza un poema mío escrito veinte años atrás. En él pretendía describir la sensación extraña de quien, al cambiar de piso, siempre lo acompañan dos sensaciones: que sus orígenes van con él y que cada nueva mudanza está más cerca de su casa.
Antoni Miró es un pintor arraigado en su territorio. Hasta el punto de haber hecho del compromiso vital y artístico con su país una divisa. A menudo, pero, esta coherencia a la hora de defender el derecho de los pueblos a elegir su propia historia es censurada por los sopla levitas.
Según estos, bajo el elogio de la propia identidad se recoge un “localismo” y una “falta de perspectivas” ante un mundo tan amplio y diverso como el que vivimos. Esto que digo refiriéndome a la obra de Antoni Miró vale también no sólo para aquellos que hemos elegido el catalán como idioma de creación literaria, sino también para los ciudadanos orgullosos de haber nacido aquí.
A estas alturas, Antoni Miró, y con él todos nosotros, hemos dado buena prueba de que la dignificación del país no es incompatible con el conocimiento y la estima de otras culturas y de otras voces. Y en la medida que, en conjunto, se mezclan, captan la más alta significación. No hay, pues, miopía ante la realidad; ni inhibición respecto un planeta que gira a la vez que las fronteras se disuelven en una patria universal que sólo tiene en su himno dos palabras: justicia y libertad.
Antoni Miró “viaja”. Muchas veces no hay un desplazamiento geográfico para “viajar” porque por encima de una postal turística, hay otros valores que caracterizan un verdadero “viajero”: la curiosidad, la imaginación o la solidaridad.
El largo “viaje” del pintor alcoyano alrededor de cuarenta años de creación se vale de estos tres valores equilibrando la reivindicación del pasado y la denuncia del presente, la ironía artística y la investigación constante; la exaltación del cuerpo y el amor por la multitud; la confianza en el progreso y la defensa de la tierra; el gusto por la diversidad frente al pensamiento único; y, en fin, el latido de la cultura y el desprecio hacia mercaderes, dictadores y sicarios.
Curiosidad, imaginación y solidaridad son el equipaje de Antoni Miró para terminar cada lienzo y asumir el riesgo de vivir con los ojos bien abiertos ante una realidad -propia, del país o universal- que solicita a todas horas coraje si “...aceptamos que todos los viajeros tienen siempre la misma llegada”.
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