Antoni Miró: libertad y contradicción
Ernest Contreras
También los artistas son gente contradictoria, gente a un tiempo sumisa y rebelde, solidaria y marginal. Su comportamiento es, por eso y contra lo que secularmente se ha venido afirmando, igual al comportamiento de todas las gentes, iguales sus condicionamientos para percibir múltiples y antagónicas manifestaciones de la realidad –vida e historia incluidas– y tienen igualmente, como todas las gentes, expuestas sus conciencias a los obuses de la evidencia y a las solapadas maniobras de las manipulaciones ideológicas. Y, como todas las gentes, los artistas participan –de buen grado a veces, sin saberlo a otras– tanto en los grandes como en las pequeñas batallas de la humanidad. Sólo que los artistas utilizan en tales combates, en lugar de armas o palabras, sus propios trabajos, esas concreciones del trabajo humano que llamamos obras de arte.
Los trabajos de Antoni Miró son un buen ejemplo de participación del artista en la aclaración de las cuestiones comunes, de los problemas de nuestra sociedad. Es, en su caso, una participación voluntaria, consciente y hasta combativa. Sin que deje de tener, por eso, su dosis de contradicción. La contradicción, en la obra de Antoni Miró, no se diferencia gran cosa de la contradicción que han desarrollado y desarrollan tantos y tantos componentes humanos de los pueblos de España. Es la contradicción que se deduce del carácter de negación dialéctica que, entre nosotros, ha asumido la lucha por la libertad. Una lucha cuya praxis no ha sido, hasta ahora, la de avanzar linealmente hacia un proyecto utópico, definitivo, sin contaminaciones históricas condicionantes, sino la de ir abriendo brechas en el territorio hostil de la realidad, la de ir derribando obstáculos, tendiendo puentes, allanando y afirmando caminos. Se niega lo que se opone al avance, lo que retrasa o anula el desarrollo del hombre y, al negar, la libertad se convierte, ya en ejercicio, en realidad anticipada y, por eso mismo, contradictoria.
La trayectoria artística de Antoni Miró no es otra cosa que una larga reflexión, un extenso testimonio de las dificultades, los riesgos y las contradicciones que acompañan nuestro tiempo histórico, nuestro tiempo vital, ya que difícil, arriesgado y contradictorio es asumir la libertad de conquistar la libertad. Es un testimonio repetido y diverso, paralelo en sus características al mismo tiempo que refleja. Siempre distinto y nuevo, como el río de Heráclito, y siempre repetido, siempre igual, como dicen que son todas las cosas bajo el sol. Cambio e identidad que, en los trabajos de Antoni Miró, desarrollan su conflicto, su relación contradictoria, desde ámbitos a veces tan distantes y a veces tan próximos como son los ámbitos de la estética y de la ética, de la voluntad y de la necesidad, del arte y de la historia.
Desde la perspectiva del comportamiento social, los trabajos de Antoni Miró constituyen una incansable denuncia, un testimonio crítico de las situaciones históricas que más han representado y representan la negación de la libertad. En la obra de Antoni Miró, tales situaciones aparecen tipificadas, de manera incluso obsesiva, en las sucesivas y variadas –es sólo un decir– temáticas concretas que han constituido la base objetiva de sus realizaciones plásticas, sean cuales sean los procedimientos utilizados. Porque los procedimientos son –pintura, escultura, técnicas mixtas– tan variables como variables son las concreciones –el negro en América, el vietnamita en Vietnam, el chileno en Chile, el español en España, el valenciano o el andaluz en València o en Andalucía– de una misma opresión. Se trata de un invariable compromiso con la realidad, que igual se manifiesta casi metafóricamente mediante la denotación de situaciones humanas geográficamente distantes como se expresa a través de la carga connotativa que pueden aportar emblemas o símbolos de la más reducida localización. Es, a fin de cuentas, una manera válida, dialéctica, de afirmar la íntima interrelación que tienen todos los fenómenos de la realidad, la capacidad de representación que tienen tanto lo general como lo particular. El racismo americano o el imperialismo del dólar son problemas tan nuestros como de todos son problemáticas la figura de Felipe V o los colores de la «senyera».
Pero el artista cuenta, también, el comportamiento estético. En el fondo, es tal comportamiento el que avala, más allá del ámbito de las intenciones –que pueden o no concretarse válidamente– el comportamiento social que las informa, el que lo realiza. Y es aquí, en el terreno de esta concreta especialidad, donde las contradicciones genéricas suelen agudizarse. En el caso de Antoni Miró pervive, si se quiere, el elemento contradictorio que ya Gramsci observó entre cultura y cambio social, la no correlación entre la concepción del mundo de los componentes de la clase histórica de vanguardia y su destino histórico. Y pervive en la medida en que tal disociación se encuentra en el centro de la problemática artística y cultural de nuestra época. Pero sólo en esa medida. Quiero decir que desde la perspectiva concreta de su trabajo personal, de su personal aportación al arte y a la sociedad, la contradicción aparece superada por el mantenimiento, también en el ámbito de la estética, de una voluntad de libertad. Voluntad de libertad que, aquí, se concreta en la búsqueda de nuevas fórmulas expresivas, en la aplicación de nuevas técnicas, en la constante rebeldía de Antoni Miró a someterse a códigos ya establecidos, ya consagrados por la práctica, aunque sea la personal práctica de sus noches y sus días de trabajo.
Intentemos, ya se sabe, caminar hacia la libertad. Por eso resulta confortable, y hasta estimulante, ver reflejado el común esfuerzo, sin engaños ni disimulos, en el caminar de esa gente también contradictoria que llamamos artistas.