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Antoni Miró y los objetos reivindicados

Ernest Contreras

Si no única –las escasas excepciones cuentan sólidamente en el panorama contemporáneo–, la experiencia de Antoni Miró se ha repetido muy poco en el arte español de nuestros días. El hábito ha señalado ya una fisonomía peculiar, casi tópica, al artista español; es la pasión temperamental que, al entrar en contacto con una realidad hostil, explota en una gesticulación casi insolente, donde la intención rebasa casi siempre las directrices operativas. El gesto de Antoni Miró, aún iniciándose en los mismos supuestos, aún originándose del mismo conflicto entre pasión y realidad es distinto del habitual. Su enfrentamiento con la realidad suscita en él una especie de reserva, como un movimiento defensivo de la sensibilidad herida o, si se quiere, como la dolorosa solidaridad del que siendo humano, queda deshumanizado, desplazado por la voraz máquina del consumo social, de la explotación humana. De ahí que Antoni Miró intente en sus obras –pinturas, esculturas– rescatar para el reino del hombre las imágenes residuales de la realidad: las piezas inútiles de viejos automóviles, las radiografías del cuerpo humano, los arrugados papeles abandonados… Residuos que –y esto lo sitúa en contraposición al «pop»– pierden, al ser reivindicados artísticamente, su condición de escoria para ser transformados, metamorfoseados en testimonio vital, en testimonio de la pregona solidaridad de los desposeídos del mundo, de los hombres que mueren a fuego en la jungla vietnamita o a sol y hambre en los campos españoles.