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Mais c’est le tour d’Antoni Miró (Pero es el turno de Antoni Miró)

Néstor Basterretxea

– ¡Señor Miró, se ha dejado una bicicleta, cinco paraguas, una caja de herramientas y una pinza metálica!

(le grita el camarero a Toni)

– ¿Son de color sepia daguerrotipo?

– ¿….? (no contesta).

– Guárdelo; es un grabado mío. Y la naturaleza muerta del poliedro con una botella blanca y una negra, y otra vez la blanca reflejada en el espacio hexagonal, es otro grabado mío que también debe guardar.

La noche se acerca a Mas Sopalmo, colándose sigilosa por el placer infantil de sorprenderle a Toni (infatigable trabajador nocturno), en el espacio de su gran taller, en el que el milímetro es la medida que determina su orden maníaco de las cosas con las que necesita verse rodeado.

Trabajará hasta el amanecer, y como le sucede al Conde Drácula, las primeras horas del nuevo día le meterán en el ataúd, perdón en su cama para dormir profundamente. “El que no está obsesionado está perdido”, solía repetir Jorge Oteiza.

La ocasión y el silencio me fueron propicios para poder andar despacio y muy atento a lo que veía, cuando me quedé solo en la casa. Toni Había salido no sé a dónde. Sofía su mujer estaba desde temprano en su labor de médico pediatra, en Alcoi, y el chicarrón Ausiàs, me imagino que en cualquier lugar, apretando al amor con su novia.

Atento, en efecto, para intentar entender la aventura múltiple de unos empeños que, ante mis ojos, se presentaban como un abigarrado repertorio de objetos, conectados secretamente entre ellos, supongo, componiendo el vastísimo y sorprendente cuerpo estético que resulta ser la obra de Antoni Miró.

Un cráneo humano a contraluz, parecía un alabastro; lo tiene Toni junto a dos jarrones cerúleos de vidrio fi no, que impregnan al cráneo, de un limbo de misterio.

Anunciando la población de penes repartidos por los rincones de la casa, se presenta un enorme pene de algún dios antiguo, griego puede ser, en bronce dorado brillante.

Ordenadas y fáciles de consultar, una sucesión de carpetas negras guardan la memoria de la asombrosa imaginación de nuestro amigo.

Y nos cuenta pintando, cómo René Magritte vuelve locos a tres caballeros de ceremonia dominguera, traje de sastre y melón, sin comprender qué hace entre ellos el Rey Carlos III (el más usado por Toni), bajo una nube de periódicos arrugados, ocres, en un cielo tristón de azules lluviosos.

A Marilyn Monroe, la ha dibujado bajo el ala ancha de una pamela clara, entre botella y guitarra de Picasso, con una expresión de no entender la complejidad de la vida.

A la duquesa de Alba, sorprendida y sofocada por haber tenido que vestirse precipitadamente, (mientras Goya hacía lo mismo), Antoni la ha adosado en la brevedad erótica de su cintura, un paquete de “Ducados”, los de sabor y humo republicanos, para mortificarla.

Unos títeres barulleros, cubiertos de cestas cilíndricas y de los hierros que las sujetan, salen de un escondijo a respirar la fragancia del campo: a gritar alegres por las siemprevivas de las praderas formándose en las orillas de Mas Sopalmo.

– ¿Quién dice que no existe el árbol-violín? ¿acaso no tuve ante mí, un precioso cuadro de Antoni, que es un largo sonido azul entre las ramas oscuras al borde de la niebla?

La única maleta que no fue de Urculo, está abandonada en lo amarillo de una habitación translúcida, y solo quien la ha dejado allá, pintada, conoce si la maleta viaja de ida, o si nos está viniendo de vuelta.

Hierático y retenido en la sombra densa de un pasillo, Alberto Durero protesta:

–¿Qué estoy haciendo en Mas Sopalmo, grabado por el dueño de esta casa y colgado en una pared, cuando debería de estar en Nuremberg, para intentar una vez más, conocerle personalmente a Martín Lutero?

Porque en su casa hace lo que se le antoja, Antoni se presenta bajo una luz muy blanca, entre el general Espínola y su contrincante flamenco, en el momento humillante de rendirse, entregándole al español, las llaves de Breda, según la creación de Velázquez. Es una actuación irreprimible, esa tendencia iconoclasta de Toni, desmontando reinos, noblezas y glorias militares, por entenderlas como modos de organizaciones impositivas, como iconos de tiranías.

Tan sosegado hablando, de costumbre, Antoni a veces, alcanza la agudeza cortante de la navaja de Buñel, El Perro Andaluz. Se descoloca del trillado sacramental camino del Apocalipsis de San Juan, para situarse en el humanismo, cercando siempre de quienes más sufren injusticias. El sabe bien, que el Apocalipsis es de este tiempo, pues este tiempo presume de poseer las armas que más y mejor matan.

Como una esponja que se humedece en aguas diferentes, Antoni nos cambia de tema, y se interesa por otros modelos de bicicletas. Los suyos imposibles artefactos.

Francia está asomada a sus balcones, o esperando pacientemente en las curvas azules de las carreteras, pues desde Paris, llega el Tour.

Las bicicletas pintadas por Toni, corren en fi la india y a buena velocidad. La que encabeza el pelotón, lleva un paraguas negro y abierto, y un paquete sobre la rueda de atrás; la que le sigue tiene por manillar, unos puntiagudos y mortíferos cuernos de toro, y otra está decorada por los utensilios propios de un afilador ambulante.

Otra, montada con tres sillines, para asegurarse, sin duda, de triple tracción, otra luce una barretina roja en el lugar del asiento….y la vigésima que cierra la carrera, es una enorme pez; en equilibrio difícil, apoyado en el marco de una bici.

Las bicicletas de Toni, corren por Francia, sin ciclistas que las conduzcan. Andan solas. Pintadas.

– ¡Mais c’est le Tour d’Antoni Miró!

Otra vuelta de tuerca a las coordenadas imaginativas de nuestro amigo, y nos encontramos con el júbilo erótico que es el juego posesivo del cuerpo voluptuoso de la mujer. Hay tantas mujeres desnudas, grabadas y puestas en las salas de Mas Sopalmo, que se tiene la sensación excitante, de que apenas existen mujeres que molestan en vestirse.

Amén, y hasta siempre.

P.D. Y claro, sus bien guardadas obsesiones: Los grandes ojos de Picasso y Freud, Gaudí, Fidel Castro, y sobre todo, el Che Guevara, un cuerpo pálido y duro, ametrallado y muerto en la alta serranía boliviana.

LA VOLTA D'ANTONI MIRÓ

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