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Magistral obra

Néstor Basterretxea

Antoni Miró es un fenomenal transformista de unas historias que ya fueron. Recupera la memoria con palabras nuevas y silencios de aire, que son de las distancias largas que separan a unas de otras.

Sobre una amplia rotonda circular, de césped nuevo, ha creado un estruendo metálico que es un fragor compacto.

El general Ambrosio Spínola, rodeado de sus oficiales y soldados y la grupa poderosa de un caballo, recibe de Justino de Nassau las claves de la plaza de Breda, que el enviado del rey castellano le ha ganado con batalla.

Antoni utiliza una óptica deformante para componer los largos muros de acero Corten, con dibujos entretejidos en aprestada sucesión, de extraordinario valor compositivo. Magistral obra.

Ese hombre que se acuesta a la hora en que nace cada nuevo día lo sabemos inventando atajos celestiales, dislocando discursos y reinos, y maremotos y negros golpeados. Diseñando imposibles bicicletas de paseo y de carreras, y unas mujeres desnudas sin sorpresa alguna, porque saben que es Toni quien, de nuevo, les ha escondido la ropa.

Y la obsesiva emoción de la presencia del Che, perdido y encontrado entre los pliegues lineales de la severa geometría en la que el pintor trabaja.

Donde, cada madrugada, despierto en el Mas Sopalmo, nos sorprende.

Y Velázquez, agazapado y discreto, observando la escultura, sin comprender por qué el ciudadano Antoni Miró lo ha hecho más ancho que alto, en acero Corten y en Gandia.

25 D'ABRIL 1707

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