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La obra gráfica de Antoni Miró

Floriano di Santi

Cuando observamos los perfiles oscuros que pueblan los aguafuertes, las litografías y las serigrafías de Antoni Miró, pensamos que él es uno de esos artistas que siguen buscando el enigma que se encuentra detrás –por ejemplo– de una imagen de Picasso, como el más allá de la representación. Es evidente en todo esto una radicalidad que puede surgir en las imágenes a través de simulacros formales, entusiasmos de intensidad, emociones y sentimiento.

La ambigüedad intencionada que esta obra produce tiende a realizar una espectralidad en la que se hacen evidentes las precisiones del lenguaje –de temperatura casi conceptual– y, incluso, el vacío en el que está inmerso.

Como demuestran las obras gráficas, Miró parece mirar ahora hacia el “fragmento del pasado”, en su excepción de arquetipo, que puede asumir el significado de una de las estructuras de la dinámica del riesgo continuo que la conciencia establece con su oscura raíz inconsciente.

La superficie de la tela se convierte en una pantalla sobre la que fijar imágenes recortadas, que nutren la posibilidad perceptiva dentro de la dinámica significativa de la composición, ya veces como un momento de lucha contra el anonimato de estas imágenes, contra el que sean señales meramente heráldicos.

La mano segura del artista valenciano que define perentoriamente los perfiles afilados y firmísima de las figuras, da relieve a la huella viva dejada por una silhouette, que ha alcanzado la esencialidad de un concepto y la irrealidad de una aparición onírica.

Sobre todo, en obras tales como Colom de pau –Paloma de paz– de 1988 y Personatge –Personaje– de 1990, Miró llega a teorizar posiciones complejas en las que se constituya una autre visión, en la que avanzar rítmicamente asociaciones mentales y roturas formales, con vistas a un resultado ajustado sobre la temperatura del mismo presente.