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«El vuelo del gato»: Los caminos infinitos del arte

Carles Cortés

Habría que preguntar al escritor, profesor y político Abel Prieto (Pinar del Río, Cuba, 1950) si intuyó algún día que el pintor Antoni Miró (Alcoi, 1944) y la bailarina y coreógrafa Sol Picó (Alcoi, 1967) estarían enlazados a través de su literatura. Habría que saber si en las noches de la mar del Caribe, en que se mezclaban la tinta, las páginas en blanco y los capítulos aún en construcción, sospechaba que algún día su obra, la del pintor y la de la coreógrafa se fundirían en una sola obra, en una especie de ser poliédrico y complejo que conjugara literatura, pintura y danza en el mismo espacio, destinado a atrapar al lector-espectador en una fiesta privada y selecta.

Y es que la novela El vuelo del gato (La Habana, 1999) de Abel Prieto, a través de la traducción al catalán El vol del gat (2012), ha entrado en contacto con dos lenguajes muy distintos y al mismo tiempo complementarios. Así, los veintisiete capítulos del libro dan nombre a veintisiete obras que cautivan gracias al poso de una obra compleja, emocionante y sensual, fruto del talento de tres creadores comprometidos con el arte. Así pues, a partir de las pinturas de Antoni Miró, los lectores de la novela de Prieto unirán las aventuras de Freddy Mamoncillo y Marco Aurelio al cuerpo desnudo de Sol Picó. No aparecen los mismos paisajes de la novela, una realidad cubana marcada por el cromatismo y la intensidad de las imágenes descritas por Prieto; «El vol del gat» pasa a ser una serie pictórica donde colores intensos como el rojo, el negro o el azul se abrazan al movimiento de la coreógrafa. Unas líneas cromáticas que se mueven, acarician a la bailarina que preside las imágenes y a menudo la atrapan. Así, el lector y espectador de este cruce de lenguajes se sorprende de que las vidas de Marco Aurelio y del resto de personajes del escritor cubano enlacen, desde el blanco y negro del libro, con los pasos más seductores y poderosos de Sol Picó. La diestra de Miró hace posible el milagro: enlaza el dinamismo de las historias de la novela y los movimientos de la danza.

Es inevitable observar, en el encuentro de dos artistas sobre la obra de Abel Prieto, que cada uno asume el rol y las pautas de los dos protagonistas principales. Al asistir al inicio de la novela, este adolescente partido de baloncesto, encontramos un Marco Aurelio que, en palabras del escritor, «avanzaba sin ninguna ostentación, sin aspavientos, driblando en su estilo (la sobriedad misma)», como un Miró con la pelota, un personaje irme, seguro y discreto como el pintor alcoyano. Inmediatamente aparece Freddy Mamoncillo (una especie de avance de Sol Picó en las imágenes de Miró), con «el ajetreo de la textura, de los músculos, que hacía vibrar como banderolas la camiseta y el short ancho, alocado, acampanado». No cuesta imaginar los rostros de pintor y bailarina en esta escena, interpretando en carne y hueso los personajes de papel, puño y tinta soñados por Prieto. Y más aún al final del capítulo, al hacer la presentación definitiva de la escena, aquella que seguirá al lector (y a los protagonistas) durante todas las páginas del libro:

«Puedo reconstruir la escena culminante del partido, grabada esta vez en un friso imaginario: Marco Aurelio nuestro, el del Pre, se ha apartado discretamente después de pasar la pelota [Toni y su obra] a Mamoncillo y es ahora una pequeña figura quieta, afinada, casi medieval y, en el rostro, un poco borroso, tiene una expresión abstraída, bandazo para dentro, como si viajara en medio del partido hacia otro juego en la intimidad de sí mismo, en aquel lugar donde reina (sola) el alma razonable, mientras tanto su cuerpo continúa aquí, en la superficie del friso, en la pista, entre los otros cuerpos sudados.»

El personaje podría describirse el aire, suspendido para todos los tiempos en su salto glorioso (pura danza de Picó): «la cama construyendo el ariete que abatiría Tamakún y las manos congeladas en el gesto de lanzar la pelota». Pero vayamos poco a poco. Antes que la obra están las personas y, en este caso, es Miró el puente que cruza las dos orillas del Atlántico para concretar esta muestra artística. Así, la relación entre el pintor y la bailarina, aunque nacidos en la misma ciudad, Alcoi, empieza en Barcelona, donde se conocen en la presentación de otra exposición en el Institut d’Estudis Catalans, que tiene como centro las miradas cruzadas entre Miró y el poeta Miquel Martí i Pol. Aquello fue en 2009, pocos meses después el pintor retrató, en su estudio de la masía del Sopalmo (Ibi), a la coreógrafa. Tan pronto como leyó el libro de Abel Prieto, que el mismo autor, a pesar de ser el ministro de Cultura cubano, le dio en mano, Miró percibía la interrelación. «Cuando Sol se mueve, cuando baila, es como un gato», afirmó el artista al acabar esta serie. Y es que Picó, igual que los personajes de Prieto, se mueve como los gatos; es decir, con sutileza, con flexibilidad, con la relativización de sus movimientos, de sus problemas. A través de la metáfora, los tres hacen posible lo imposible: el vuelo del gato.

Ahora toca hablar del escritor cubano Abel Prieto, cuya trayectoria ha estado siempre ligada a la cultura de su país. Escritor, editor y profesor de universidad, durante quince años fue ministro de Cultura de la República de Cuba. Desde 2012 es asesor del presidente de los consejos de Estado y de Ministros. Especialista en Lezama Lima, Abel Prieto ha escrito varias colecciones de relatos como Los bitongos y los guapos (1980), No me falles, Gallego (1983) y Noche de sábado (1989). Con la novela El vuelo del gato, ganó el Premio de la Crítica en 2001. Su última novela, Viajes de Miguel Luna, se presentó en febrero de 2012, año en el que es condecorado con la Orden de las Artes y las Letras del gobierno de Francia.

Por su parte, Antoni Miró ha colaborado a lo largo de su carrera, desde su perspectiva de trabajador de las artes plásticas, en multitud de iniciativas de cara a la promoción y al fomento de la cultura. Conectado con el movimiento artístico del Equipo Crónica, su amistad con Antonio Gades le llevó a conocer de primera mano la realidad del pueblo cubano, una cercanía que continúa a través de las obras presentadas en este libro. Su evolución personal y artística durante los años 70 encontró el trasfondo ideológico y estético de unos años de profunda transformación social: la transición y la recuperación de las libertades en nuestro país. Una visión crítica que encontró, junto a la realidad del pueblo cubano, un referente en la defensa de las libertades y la crítica a los excesos del capitalismo. Un punto de reflexión y de acercamiento personal que se concretó, después de numerosas exposiciones en la isla, en el reconocimiento del Ministerio de Cultura de la República de Cuba, en 2008, con la Distinción por la Cultura Nacional, un premio que reconocía su trayectoria y su compromiso con la cultura y la sociedad. En aquel momento, la directora del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, Moraima Clavijo, reconocía que Miró era una persona «pegada al realismo con un excepcional oficio, que trascendía sobradamente el simple dominio formal para abordar abiertamente la denuncia social, la sutileza de la vida cotidiana, la ironía y la realidad de la contemporaneidad más inmediata».

Una recepción de la obra pictórica de Miró que en la ocasión que nos encontramos tiene unos primeros protagonistas. Es la propia bailarina quien puede ofrecernos su impresión ante unos retratos que captan el instante, la fracción de una cadencia, el paréntesis marcado por el diafragma de la cámara fotográfica o del ojo humano. Picó lo confirma: «No me reconozco, me he visto multitud de veces en vídeos, en movimiento, pero es la primera vez que me retratan.» Para Picó supone un nuevo reto y un nuevo punto de vista sobre su trabajo y su pasión, porque nunca habían pintado a la bailarina. Así pues, por primera vez puede reflexionar y valorar su imagen fuera del contexto del movimiento continuo. Unos fragmentos de movimiento que se encuentran definidos por el título de cada capítulo de la novela de Prieto. Este es el juego, el reto que Miró nos plantea como espectadores de la colección de grabados, donde, además, también retrata la sonrisa de Cuba en la figura de la bailarina alcoyana. Un optimismo innato, un posicionamiento activo ante los problemas cotidianos que impregna la descripción de los protagonistas del narrador cubano. Debemos resaltar, pues, el paralelismo entre la elegancia, el misterio, los movimientos sensuales, estudiados, perfectos, en las veintisiete piezas de esta colección. Ella se convierte así en el gato volador que cruza la novela de cabo a cabo, con la isla de su espacio, Cuba, la del estudio donde Picó fue observada y analizada.

Sol Picó y Abel Prieto todavía no se conocen. No obstante, la coreógrafa visitó la isla caribeña con ocasión del curso que impartió junto a Marielena Boan. Fue en 1996 y ambas ofrecieron al alumnado su experiencia en el trabajo armónico del cuerpo. Muy lejos quedaban los años en que Picó dejó Alcoi para iniciar estudios de danza en Alacant, Barcelona y París. En 1993 fundó la Companyia Sol Picó, que, entre 2002 y 2004, fue residente del Teatre Nacional de Catalunya con montajes escénicos como Besa’m el cactus, Barbi-Superestar, Paella mixta, Sirena a la planxa o El llac de les mosques. Sol Picó ha recibido numerosos premios y galardones, entre los que cabe destacar diez premios MAX. Sus montajes están llenos de movimiento y dinamismo, pero también de humor a la hora de retratar los personajes de las historias que enlaza. Una ironía, una visión subjetiva de la realidad, que conecta perfectamente con los trabajos de Antoni Miró y de Abel Prieto. Quizá habría que hablar de los lazos reales que el humor ha creado entre la obra de estos tres artistas de nuestros días.

Por su parte, la trayectoria del pintor es prolífica en cuanto a la voluntad de unir diversos lenguajes artísticos. Desde el inicio de su carrera, en los años 60 y 70, y muy especialmente en los 80 con la serie «Pinteu pintura», Miró se ha preocupado por la fusión de discursos y por el cruce entre las artes plásticas y las literarias. Debemos mencionar igualmente la más recientes «Mirades creuades», a partir de su relación con el poeta Miquel Martí i Pol, i «El vent del poble», en que ofrecía su reflexión a partir de la danza de Antonio Gades y la poesía de Miguel Hernández.

Encontraremos un proceso semejante en el cuerpo de Sol Picó, que integra perfectamente el tono de la novela El vuelo del gato y se convierte en parte de las historias, parte de la novela, alma de los personajes de Abel Prieto. Todo eso es consecuencia de la revisión personal que Antoni Miró hace en su obra a otras realidades compartidas. Ya lo señalaba, a propósito de una muestra antológica del pintor, el historiador Josep Forcadell: «Las pinturas de Toni Miró, con la semilla fecunda de otras historias, gestan una nueva visión de la historia misma, para dar a la luz de nuestra mirada versiones sorprendentes de la realidad, criaturas inquietas, a menudo inquietantes, siempre crecientes.» Ocurre así en los veintisiete grabados que tienen como protagonista a Sol Picó e incumben a la novela de Prieto: la completan, la aumentan, añaden nuevos puntos de vista, nuevos personajes aparecen en el gesto contundente y suave de la bailarina alcoyana. Como en su momento con Gades, Miró captó el movimiento de Picó. Recordemos como anotaba en su dietario la experiencia con el bailarín de Elda durante el verano de 1977: «Gades baila para mí, fragmentos de las obras que ha realizado y me habla de ellas para que vaya entendiendo lo que ha hecho como bailarín.» Así podemos entender cómo pudo enlazar el pintor la sensualidad de las escenas de Picó con los avatares de Freddy Mamoncillo.

Habría que hablar también de un elemento presente en los tres artistas: el erotismo. En el caso de Prieto, la sensualidad de los países cálidos del Caribe, entendida como una relación explícita, carnal y sin complejos que inunda su novela, un aspecto en el que también el pintor y la bailarina se encuentran cómodos y sobre el que han reflexionado en numerosas ocasiones a lo largo de sus obras. Por lo que respecta a las mujeres y el sexo, Miró las observa, como apuntaba el crítico Bujosa el año 2001, «con la ironía, la nostalgia y la distancia propia de quien se encuentra no tan joven para tan complicadas aventuras». Una ironía que Manuel Vicent destacaba el 1999 como una de las mayores contribuciones de la pintura de Miró: «La ironía es un instrumento dialéctico esencialmente mediterráneo, un excipiente de la inteligencia que está entre la conciencia y el análisis. Antoni Miró es un maestro en esta manera de comunicarse con el espectador, mediante una seña de complicidad que mueve a la sonrisa del cerebro.»

Y es la sensualidad el desencadenante pasivo, pero muy presente, del final de la novela, en una escena que no podemos desvelar, pero que vuelve a acarar a los dos cubanos arquetípicos de Abel Prieto con las personalidades de los dos alcoyanos. Como en la historia, casi exactos a los hechos narrados por el cubano, tenemos a los dos artistas ante el resultado de sus trayectorias de años, historias y miradas diferentes, pero coincidentes en los mismos hechos. Frente a esta espera que no tiene más esencia que la de volver a acoplarlos (tal vez para siempre, el estoicismo de Aurelio-Picó (virtud y razón son inamovibles en las obras del pintor) y el dinamismo reflexivo, poderoso y cargado de emoción de Mamoncillo-Picó se unen en un último poso compartido, reparador y cargado de significado. Cabe esperar que la obra de ambos, nacida de otra anterior que los motiva y genera, quede integrada definitivamente en este volumen de tres sustancias artísticas (igual que las mencionadas en la novela) y empiece a caminar en las manos del afortunado lector.

En esta obra, Abel Prieto y Toni Miró coinciden en la visión de un narrador silenciado, de primera mano, pero anónimo, que describe las escenas de su imaginario. Y en este privilegiado observatorio de las acciones y pensamientos de sus personajes, hacen la crónica iniciática de sus vidas. El crecimiento personal de sus personajes. Desde el olor de las calles de Cuba, desde la cotidianidad de sus personajes, llenos de matices, hasta la historia de un grupo de amigos nacidos en la mente de Abel Prieto y representados y marcados por Miró y Picó, como una metáfora de la lucha de aquellos personajes literarios para encontrar su propia definición. Podemos concluir, pues, reafirmando que la pintura de Antoni Miró es una pintura de concienciación, de reflexión sobre las personas y sus actitudes. Pero también debemos hablar del grado de esta concienciación, en la que varias experiencias, técnicas, estrategias y recursos se unen para constituir su particular lenguaje plástico. Un discurso, unas imágenes, que no dejan de comunicar ideológicamente y al mismo tiempo se configuran en un medio de goce estético. «El vol del gat» es eso: un puente de conexión, un paso de danza, una conversación en las calles de La Habana entre sus balconadas, un gemido, un lloro, un grito, todo lo que consideramos básico para entender el mundo que rodea a los tres artistas: Miró, Picó y Prieto, los protagonistas de esta historia.

Carles Cortés Orts y Raúl García Sáenz de Urturi