Fer el ploricó
Fernando Castro ha escrito en relación a la obra de Antoni Miró que “la tarea crítico-artística tiene que afrontar con honestidad la verdad de los conflictos, aunque sea por medio de presencias inquietantes”. Estamos ante una de estas imágenes que producen un frío desasosiego al observarse. Es una muestra clara de aquello que José María Iglesias llamó “huellas” de la “inhumanidad del ser supuestamente humano”. El “manifiesto impulso ético” que Ernest Contreras atribuyó consustancialmente a su producción le hace llevar ante nosotros, entrado el siglo XX, treinta años más tarde, una escena como esta.
En plena coyuntura de bonanza económica en términos generales, se acrecentaban las desigualdades y se iba arrinconando a las personas sin recursos. Es claro que el acto de pedir ayuda lleva asociado un cierto nivel de humillación. Aunque ello puede incrementarse si, además, se duda por parte de los posibles auxiliadores de la existencia de una necesidad verdadera que lleve a hacerlo. Considerar que una persona desfavorecida se hace el llorón es una clara muestra de la iniquidad que es propia de las sociedades opulentas.
Este cuadro de Antoni Miró se centra en la propia personalidad del pedigüeño. Despoja al personaje del entorno que constituye el fondo sobre el que se sitúa. No sabemos cuál es la ciudad, ni la calle; precisamente porque pueden ser muchas. Podemos llegar a conocer en cambio, sin lugar a dudas, el sufrimiento personal y el drama social que esto supone. Avergonzado, arrodillado y mirando al suelo, un mendigo espera que los ciudadanos bienestantes depositen dentro del vaso de Pepsi algunas de las monedas que les sobran. Del mismo modo que se adivina el frío del ambiente por el atuendo, somos capaces de intuir el fracaso que obtendrá como respuesta a sus intentos.
Una especie de acera sobre la que se posiciona la figura se ve delimitada por dos planos cuya apariencia el pintor elabora a modo de texturas valoradas a partir de limaduras metálicas fijadas mediante pigmentos. Esa técnica permite conseguir una cualificación material que pone en valor la pieza como objeto artístico. Así, el hierro y el bronce dotan al lienzo de una base rojiza y una parte superior verdosa entre la que yace este plano liso gris.
Esa abstracción con la que se trabaja el fondo, y mediante la que también se proyecta una leve sombra sobre él, contrasta con la representación hiperrealista del personaje protagonista y su ropa. Los pliegues y las costuras de la cazadora, el tejido del gorro, la definición de las manos, la forma del zapato, el propio vaso publicitario..., todo apunta a un extraordinario nivel de concreción que se distingue de la generalización que esta escena adquirirá años más tarde, como si se tratara de una terrible premonición insospechada.
Santiago Pastor Vila