Pidolaire al palace
El año 2004 será recordado por el grave atentado terrorista que sufrió Madrid, aunque esta obra aborda otro tipo de horrores. Fue también un año electoral en el que cambió el signo político de la mayoría parlamentaria. Salvo algunas voces críticas, comúnmente no se avizoraba por entonces la crisis económica que estaba por llegar. “España va bien”, se repetía continuamente aún; al contrario de lo que plantea aquí el artista.
No parecía, además, que el escenario fuera a cambiar en el medio plazo. Los formidables indicadores económicos globales (cada año que pasaba se conseguía, respecto al anterior, mayor crecimiento, menor desempleo y menor endeudamiento) que se habían venido dando durante las dos legislaturas anteriores, bajo el gobierno del PP, todavía se mantendrían en la mayor parte de la primera legislatura dominada por el PSOE. Ese clima de bonanza económica en términos medios y agregados, como sabemos, estaba fundamentado en un régimen de privatización de algunas compañías públicas, en el crecimiento insostenible del sector inmobiliario y en las sinergias que este establecía con el financiero y el constructor.
En campaña electoral, los populares insistían en que “Juntos vamos a más”, en mantener unidos el impulso, como si este fuera el efecto directo de su gestión y pudiera perpetuarse sine die. Por otro lado, los socialistas reclamaban su voto con otro lema: “Merecemos una España mejor”. Los dos eslóganes apuntaban a un diagnóstico dispar sobre la coyuntura que se estaba atravesando, sin abandonar en ambos casos una cierta complacencia con la realidad que imperaba, aunque fuera en distinto grado. Principalmente, los puntos de conflicto radicaban en la visión que se tenía sobre la desigualdad en el país, y el posicionamiento frente a la participación en la guerra de Irak.
Este cuadro muestra precisamente una dura escena de contraste entre la opulencia y la desolación. Es la prueba de que la consideración positiva en términos generales de un conjunto no nos exime de la existencia de situaciones individuales insostenibles, que se ven neutralizadas por otras exacerbadamente holgadas. Ante la fachada del hotel capitalino que tradicionalmente, junto con el Ritz, ha simbolizado tradicionalmente el lujo, yace una señora que pide ayuda desesperadamente. El mensaje escrito redunda en los males que sufre: la violencia de género, la explotación... la pobreza, en definitiva.
Como puede advertirse, una muestra patente de una realidad particular no poco extendida se configuraba también como una premonición poco halagüeña de la extensión de la magnitud de este problema que ocurriría más tarde. Esta señora mendigaba, como muchas lo hacían ya entonces. Pero eran, en cualquier caso, muchas menos en 2004 de las que serían cinco o diez años más tarde.
El fondo de la imagen se extiende de forma casi homogénea, con poca variación, en una gama de grises poco amplia, consiguiendo una neutralidad bastante uniforme. Igualmente, las letras sobre la lápida marmórea, doradas realmente, se trasponen en la imagen como plateadas, de algún modo evitando destacar visualmente demasiado, como en realidad ocurre. Sobre ese fondo se posicionan la figura y sus atributos, junto con la lápida conmemorativa aludida, ladeados hacia la derecha, dirigiendo tensamente la mirada al tercio inferior.
La pedigüeña aparece vestida de negro riguroso, con un platillo rojo y una bolsa morada, y sobre un cartón marrón claro que parece reemplazar al amarillo que completaría la bandera tricolor de la II República, trayendo a colación con sorna otro tipo de oposición. El platillo, que ocupa la posición central y además destaca cromáticamente con mayor prominencia que el resto, es el elemento que llama la atención sobre el mensaje escrito. No obstante, ninguna sombra proyectada en la acera hace sospechar que alguien vaya a atender la súplica. Y ello a pesar de que el personaje eleva su cara hacia el cielo, y en cierto modo lanza un grito, esta vez silencioso, que, a pesar de su hieratismo, recuerda la dolorosa expresión de la Montserrat de Julio González.
Santiago Pastor Vila