A propósito del catálogo general de la obra gráfica de Antoni Miró
Wences Rambla
Parece ser, entre otras cosas, que la cifra 2000, y más si se aplica al cómputo del tiempo, concita un deseo de subrayar, mediante la pertinente operación sustractiva, un trayecto espacio-temporal en el que hayan ido sucediéndose diversos acontecimientos o efectuado determinados hechos. Pues bien, en nuestro caso, es decir, referido a Antoni Miró, supone un hito desde el que, volviendo la vista atrás, acaba por evidenciar un apreciable período de tiempo o etapa a lo largo de la cual el artista que nos ocupa ha desplegado -además de su faceta pictórica y escultórica- un incesante quehacer también en el terreno de la obra gráfica.
Si, como decía Manuel Vicent, el mundo que Miró ha recreado con su trayectoria artística es amplio y proteico, pues va desde el sexo a la política, desde la interpretación pop de la historia del arte a la denuncia de la violencia, a la burla sarcástica de títeres, monumentos y hechos consagrados, a la gracia de convertir objetos cotidianos, imágenes o enseres, en objetos de poesía, asimismo hay que subrayar, como ahora pretendo hacer, que esa recreación plástica -que no es solo eso, pues en tal actividad ha puesto, como dice la canción, “alma, corazón y vida”-, ha venido a objetivarse también a través de diferentes series estampadas sobre papel.
Antoni Miró se ha visto y se ve afectado, pues, por toda esa serie de acontecimientos humanos y antihumanos que el ser humano provoca, ha quedado impactado por cualquier atisbo de injusticia, discriminación, violencia y dolor, y ha dedicado su vida —y en ello sigue— en expresar su posicionamiento ante ello, y a tratar de comunicarlo a los demás de la mejor forma que sabe hacer: mediante sus imágenes plásticas.
Imágenes que, no obstante lo dicho -y como en otros escritos sobre su trabajo artístico he tenido ocasión de manifestar- atienden a todo ese cúmulo de motivos, temáticas, asuntos —sentires y decires, afectos y decepciones, sinsabores y alegrías, derrotas y esperanzas— de un modo diverso y pluriforme. Antaño de forma más expresiva y angustiosa, a continuación de un modo enérgico y acusatorio, después de una manera más suave en la formulación iconográfica pero exhibiendo una carga de denuncia no menos incisiva, envuelta en mil y un giros donde el sarcasmo, la ironía y la caricatura han venido propiciando una variada tipología. Y, en cualquier caso, siempre sin dejar de insertar su dicción en el ámbito de la belleza plástica, que se transforma en experiencia estética para tantos de los espectadores que se acercan a su obra, captan su lenguaje, reconvierten para sí mismos su mensaje y, en fin, se deleitan con sus formas y colores, las de sus composiciones y ocurrencias.
Es difícil, o así puede parecerlo, hablar de belleza cuando la obra de Miró está transida de mensaje. Pero se sabe que la belleza, sea cual sea el anverso o reverso con que se aborde -su poiesis- o se experimente -su recepción-, sea cual sea la categorización estética con que se valore -juicio estético-, en absoluto debe quedar ausente de la creatividad, de toda esa especial serie de desarrollos y objetivaciones -bien pretendidamente para siempre (obiectum), bien para unos instantes más o menos fugaces (actum)- que intencionalmente van desplegando y dando sentido al denominado “Hecho artístico”.
Mutatis mutandis, a la hora de llevar a cabo tales proyectos -artístico y vital- hay que contar con unos medios técnicos y materiales que acojan en el seno de su propia ontología la sustancia conceptual del autor, el cual proyecta, elabora y acaba pictórica, dibujística o escultóricamente, automanifestándose en dicha materialidad. La espiritualidad inserta en lo material. La materialidad que es capaz, como seres que percibimos sensorialmente nuestro mundo entorno, de contactar con nosotros y provocar, convertida ya en una percepción especial —recepción estética— la correspondiente experiencia del mismo tipo.
Pues bien, el artista alcoyano, amante de su tierra hasta el delirio, pero de viajera obra que transita por los cuatro puntos cardinales pues su carga eidética alude, se refiere o atiende a todo cuanto concierne al ser humano, sea de donde sea. El pintor, escultor, dibujante, hacedor de objetos, extractor de poesía o exprimidor de lirismo a partir de los artefactos y elementos naturales que rodean su casa, conformando parte de su hábitat; el artista no exento de polémica, como casi todos cuantos en su quehacer se enfrentan a un público y por tanto se exponen a la crítica, como casi todos cuantos de un modo u otro tienen que hacer llegar su obra a través de unos canales donde lo publicitario, lo comercial, la comunicación de masas se entremezclan -compiten, siendo no siempre la fluidez del ensamblaje perfecta-, nuestro personaje ha sido capaz, en fin, de ir, a lo largo de un prolongado y no siempre fácil itinerario artístico, desplegando y consolidando una nada despreciable, sino todo lo contrario, obra grabada. Obra que parece haber llegado el momento de efectuar su catalogación. Catalogación sensu estricto, pues más que un exhaustivo estudio crítico de la misma, parece mucho más conveniente y urgente efectuar el fichaje técnico y fotográfico de cuantas obras —serigráficas, al aguafuerte, metalgráficas, litográficas, linóleums, etc.— ha realizado durante los últimos cuarenta años, sin por eso —conviene subrayar— haber dejado de continuar plasmando su creatividad en los otros campos, ya aludidos, de las artes plásticas; amén de no cesar en sus tareas de dinamizador sociocultural de una tierra, un lugar, un país, fundamentalmente representado por su ciudad natal y entorno.
De modo pues que desde 1960, cuando apareció aquel incipiente y modesto aguafuerte “Per oblidar” —remedo, réplica, visión seriada de su pintura “El Bevedor”— hasta las serigrafías sobre lienzo, como “Serena”, “Tornarà”, de 2000, Miró ha ido levantando un conjunto de series que, de alguna manera, se convierten en un eco o itinerario paralelo, aunque con personalidad propia, al de su obra pictórica de unicidad óntica.
Sus primeras obras seriadas, “Per oblidar”, “Meló”, “Fam i Tristesa”, y otras más de las series “La Fam” y “Els Bojos”, de 1966 y 1967, exhiben la sencillez iconográfica y modestia dibujística de sus comienzos, al igual que se constata en su pintura. Nos muestran la sobriedad cromática en consonancia con el angustioso, melancólico y pesaroso sentido de la vida. Con “Dones i Homes”, asimismo de mediados de los sesenta, tenemos unos aguafuertes en los que un entrecruzamiento de contornos corporales dibujan sobre el fondo blanquecino —el propio papel fondo de la estampa— una especie de arabescos corporales de sexualidad activa y de gran finura gráfica, que constituyen dinámicamente la composición. Son su visión grabada de “Les Nues”, serie pictórica que iniciara en 1964.
La “América Negra”, de principios de los setenta, donde la técnica metalgráfica exhibe la potencia cromática y gestual de su figuración comprometida con una parte de la sociedad, se presenta como una serie con gran poder de concienciación. En estos trabajos la dureza configurativa de sus personajes protagonistas, en unos casos, y la ironía de corte más sarcástico, en otros, sirven como duro testimonio crítico-visual de unas problemáticas bien determinadas, precisamente alimentadas por el establishment socio-étnico capitalista norteamericano (algo que, pasados los años, con la xenofobia rampante en Europa, sigue lamentablemente muy activo).
Por otra parte, las obras litográficas, al aguafuerte así como las ejecutadas en linóleos englobadas en la serie “La Fam” (asumiendo esa situación de precariedad tan arcaica y sin embargo todavía tan actual, para tantos países a pesar de hallamos a la puertas del siglo XXI, que sigue asolando a los pueblos), y las de “L'Home Avui” (serie referida a la etapa histórica en que cambios sociales y revoluciones culturales—consecuencia en parte de la influencia que en su día tuvo el modelo francés, simbolizado por su famoso mayo— que ponían a nuestra consideración hechos y situaciones relativos al ser humano inserto en un momento grave del devenir socio-económico y político-cultural) se nos muestran también en su versión litográfica con toda su potencia: dolorida y atenazante la primera, histórico-documental, pero no menos dura la segunda.
¿O qué decir del impacto visual y de contenido de la serie “El Dólar” —llevada a cabo entre 1973 y 1980— que igualmente en su versión al aguafuerte Miró nos la ofrece con la imperiosa presencia del omnímodo poder que simboliza y que, solo por recordar un caso, tanto tuvo que ver con la usurpación y la anulación del poder civil, democráticamente elegido, por parte de los militares chilenos del pinochetista golpe?
Ni qué decir tiene que, entre los procesos de reproducción mecánica —tras la artística labor artesana del grabado y entintado— sus creaciones alcanzarán en este campo una gran elegancia formal, sin desmerecimiento de la dureza de su contenido, con la serie de “Les llances”. Elegancia o finura tanto por esa especie de parteluz producido por el propio papel —receptor de la estampación— al generar las composiciones de la serie mediante dos planchas, a modo de díptico, como porque la densa zona grabada y entintada resulta (en proporción al total de la mancha del grabado) imponente al aparecer cual densa zona-masa totalizadora, definida por unos contornos —la del grupo de vencidos y vencedores— y especificada por los perfiles de las enhiestas y sanguinarias lanzas. Cuando no es el caso en que en ciertas obras —”Almansa 1707”, “Força i Raó”— parte del propio fondo del blanco papel se metamorfosea en concluyentes signo-señal (flecha) y símbolo (escudo cuatribarrado), indicación y objeto de la persecución quintofelipista.
Por otro lado, los “Rostros de Freud”, de grisalla perfectamente resuelta al aguatinta con el ácido nítrico y las resinas, el citacionismo artístico de mediados de los ochenta, que tanta resonancia alcanzó en sus cuadros de la serie “Pinteu Pintura” (donde evocaciones picassianas, cubistas, de Durero, Miró o Magritte... fueron atendidas por la persistente mirada de ese rebuscador de las cosas pasadas -hechos, situaciones, intenciones- que es Toni Miró y que, reutiliza hoy en día porque en su esencia no han perdido potencialidad) constituyen otras importantes parcelas de su obra grabada.
Más recientemente, en la última década finisecular, “Vivace” y la “Suite Erótica”, incluida en aquella, dan pie a que Miró desarrolle un febril trabajo calcográfico en donde el color alcanza un gran protagonismo. Si la serie “Pinteu Pintura”, junto con la de “El Dólar”, resulta ser uno de los segmentos más largos e insistidos de su trayectoria plástica, cabe decir ahora que con “Vivace” (desde 1991 hasta este momento) nos encontramos también ante otra de sus fases más productivas. Si antes era el ser humano en su interacción social lo que le preocupaba a Miró, ahora es la naturaleza en su interacción con la presencia humana lo que le acucia. Aunque bien mirado viene a ser lo mismo, solo que enfocado desde los dos extremos de la problemática, pues si el hombre es capaz de atacar, perseguir y subyugar a sus congéneres a lo largo de la historia, ¿acaso no es algo parecido abusar de los recursos naturales?, pues con ello ¿ no está cercenando la vida de otros hombres y mujeres: tanto los de los países en vías de desarrollo, cuyas materias explota, como los suyos propios al dejar para las generaciones venideras un panorama bastante desolador al esquilmar y destruir materias e hipotecar energías no renovables? Y así, del mismo modo que ha de conservarse y restaurarse cualquier aspecto de la Naturaleza, asimismo —y he ahí la parte más entrañable de la serie- ha de cuidarse la relación humano-natural entre todas las personas. Es por eso que Miró en un arrebato de optimismo y sano humor se dedica, por una parte, en realizar una serie de grabados donde brota el erotismo en todo su brillante esplendor y gozo; y, por otra parte, a dejarnos constancia de su ironía, cierto ludismo, simpatía e incluso cierto aire de denuncia— implícito pero existente encarnado —todo ello— en sus bicicletas: ora tauromáquinas, ora trashumantes, cuando no en forma de la desaparecida bicicleta del afilador de antaño o del no menos desaparecido arreglador de paraguas (oficios cotidianos y vitales que entroncaban y evidenciaban el hacer manual con la humanidad del vecindario de nuestras calles y plazas en tiempos pasados, amables y nostálgicos, si bien no exentos de penuria económica).
Con la “Suite Eròtica”, la pátina del tiempo recobra un inusitado vigor (es decir, de recuperación de la coloración antigua de vasos y vasijas griegas) al quedar impresa en la modernidad del hoy -temporalidad actual- revistiendo en sus formas grabadas -de nítidos contornos y perfiles, de mágicos y globalizadores tonos rojizos y negro-humo, con algún que otro toque de color bermellón o amarillo- fragmentarias escenas de desbordante sexualidad recreadas por Miró. Estampas las de la “Suite Eròtica” de plácida quietud, perenne, casi parmenídea, en su evocación temporal; de arabescos figurados dinámicos, casi heraclíteos, en la desbordante pluralidad de técnicas y posturas amatorias exhibidas en las imágenes. Frente a la pornografía barata y de mal gusto (que no hay que confundir con bellas imágenes lascivas, húmedas y penetrantes, luminosas y exuberantes) que hoy nos atenaza desde el concepto alicorto y pobretón de tantos programas televisivos (que, paradójicamente, no exhiben ningún afortunado desnudo o apasionados amantes entrelazados, sino repugnantes ideas pseudosociales) es cuando la retomada elegancia arcaica de las composiciones de la mironiana “Suite Eròtica” quedará confirmada. Confirmada además —pasando página y entrando en lo lamentable— por las siluetas y densas masas azuladas de mares contaminados y bosques quemados, características del aspecto o visión más ecologista de su serie “Vivace”.
Posteriormente, entre 1996 y 1997, el erotismo y las escenas de sexo de sus estampas de densificadas pátinas cromáticas y ágiles silueteados, que el aguatinta y el aguafuerte a línea han ido dejando grabadas en la “Suite Eròtica” de revisitación griega, se reconvierten en formas de factura más actual —sin ropajes ni velos, sin descomunales falos o entreabiertas piernas— y según una gama de cromatismos y rasgos más propios de la factura serigráfica, tales como podemos comprobar en “L'Amor”, aunque sin dejar, no obstante, de cultivar Miró la impronta que el grabado calcográfico monocolor detenta, como puede constatarse en “Nuc d’Amor”, “Les Cames” o “Així”.
Finalmente cabe decir que Antoni Miró, investigador de cualquier modalidad técnica de la que se pueda valer en su quehacer artístico ha querido experimentar y concluir con acierto un trabajo que, por un lado, se consigue mediante procesos mecánicos y, por otro, queda fijado en una pieza única o de tirada 1/1. Son sus recientes “hexacromías y acrílicos sobre lienzo” que en este año 2000, y tras viajar varias veces a un país caribeño, de densa historia y grato recuerdo, de afectiva, colorística, simpática y profunda alma humana, y para el cual —para Cuba— ha realizado con entusiasmo.
Posiblemente no sea este último tipo de trabajo un trabajo considerado ortodoxo dentro de este terreno, ya que si por algo se define la obra grabada y estampada es por su posibilidad de ser reproducida en un cierto número de copias —ciertamente establecidas de antemano, numeradas y firmadas por su autor— a fin de llegar a un número determinado de adquirentes, pero a todas luces mayor que en el caso de la pieza única. Mediante este sistema, como se sabe, a la par que se socializa y se expande la obra artística, se evita la sacralización aurática de la pieza única; es decir al valor de la unicidad, se sobrepone el del múltiple, si bien controlado y fijado a priori. Con todo hay que advertir, como el propio artista ha manifestado en más de una ocasión, que valora por igual ambas técnicas. O sea: Miró no considera que la obra gráfica esté indefectiblemente hecha para aquellos que no puedan acceder a la pintura, sino que ambas —grabado y pintura— son en sí igual de valiosas.
Pero, como digo, en este de momento su último recorrido por los vericuetos de la obra gráfica, Antoni Miró efectúa una obra única aunque utilizando, en parte, sistemas y recursos propios de la gráfica grabada. Mas Miró es así, imprevisible o previsiblemente imprevisible pues no es alguien que deje las cosas al azar ni mucho menos. Para él toda experimentación es poca, no le importan las críticas de los puristas, sino que su desbordada creatividad, su infatigable quehacer y su demostrada versatilidad no desfallezcan, sigan siempre adelante. En la época de La obra de arte en la era de la reproducción mecánica, como reza el título del libro de Walter Benjamin, de 1968, Antoni Miró hace la una y la otra, e incluso algo más. Adora lo único y no deja de promover lo múltiple con el mismo amor y dedicación, y hasta es capaz en su atrevimiento de aunar el aura de la unicidad con ciertos procedimientos propios de la reproductibilidad. Así es este artista, así es Antoni Miró.
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