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Miró

Vicent Andrés Estellés

Recientemente viví en Alicante, concretamente en la Albufereta, unas horas inolvidables, alucinantes por momentos, en compañía del pintor alcoyano Toni Miró, de su esposa y de un buen número de amigos. Hubo, de entrada, una saludable cena, bien rociada de vino. Después fuimos a un conato de bar que hay en una urbanización que sería incapaz de localizar. Una mujer tocaba la guitarra y cantaba lo que llaman vidalitas y tangos; agitaba la cabeza; tenía una caudalosa melena negra. Después le pasaba la guitarra a una compañera, a una amiga -y cogía el vaso de whisky-, y la amiga, la compañera, se aplicaba al jondo, un jondo rasgado, que algunos opinaban que era razonablemente primigenio. Había un hombre que callaba y, al acabar los aplausos, decía, pedía, con una voz pegajosa, lengua de paños: «Ahora, la canción pornográfica». Volvía la tristeza del tango, aceitosa; volvía la soledad del jondo; volvían las vidalitas. «Ahora la canción pornográfica». Era una rotación perfecta, infalible. Toni Miró, su mujer, su sobrina y yo nos fuimos. «Ahora la canción pornográfica», pedía, rogaba, solicitaba, aún, aquel pobre hombre.

Fui con Toni Miró a Altea, donde tiene su casa. Primeramente recorrimos la madrugada de Benidorm. Intenté, inútilmente, el reconocimiento de algunos sitios que me fueron muy familiares. Al llegar a Altea, amanecía un domingo, claro, tranquilo, amablemente luminoso. Nos acostamos, como era bien comprensible. Al día siguiente vi la obra de Toni Miró, una obra admirable, combativa y feraz, rica de cólera y ternura, crónica penosísima y esquema de acción, de poblaciones murales. La obra, en ciclos de una claridad argumental y de una cohesión mental extraordinarias se me ofrecía, así, compacta, siguiendo las breves notas acompañantes de su creador. Quedé, literalmente, fascinado. Sobre los tejados de Altea, unos tejados viejos, graciosos, sedantes, triunfaba un sol tumultuoso.

No lo he dicho todo. La obra de Toni Miró llega a unos extremos deliciosos. Me refiero, ahora, a su otra “obra”: su casa. Obedece, en todo, a las líneas sencillas y puras, tradicionales, de Altea, y saca un partido insólito del espacio, en un juego feliz de planes, de tejados, de escalerillas. Es una delicia. Gabi, alemana, la esposa del pintor, mantiene intacta la pulcritud de aquel caos, concebido y realizado por Toni Miró, y que es una lección de buen sentido, dentro del buen sentido que predomina en todo Altea, fiel a la arquitectura tradicional, con aquellas alusiones, a veces, a los más remotos riuraus. Tenía ganas de referir este sencillo domingo. Lo recuerdo muchísimo, y sólo me quedan ganas de volver.

LES REMOROSES SOLEDATS, ANTOLÒGICA 1960-98

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