Miríada referencial
Santiago Pastor Vila
En torno a la serie PERSONAJES de Antoni Miró
La denominación de la serie apunta decididamente a una intención determinada, a pesar de los equívocos que pudiera sugerir la utilización de este término. Como sabemos, tres son las vertientes semánticas sobre las que generalmente gira la palabra personajes: una denota admiración, la segunda es la que refiere, por ejemplo, al ejercicio de un papel destacable en el seno de una representación teatral, en oposición al de un figurando que meramente rellene la escena, y por último, encontramos otra que remite a hacer patentes connotaciones despectivas sobre una persona concreta.
De todos estos, está claro que el último queda plenamente al margen de consideración, ya que no se puede encontrar aquí ningún menosprecio hacia los aludidos por parte del artista. Al contrario, todos ellos configuran conjuntamente una especie de panteón particular del pintor. Es por ello que, como denotan los títulos de las obras, estamos indudablemente ante un verdadero homenaje dedicado a los retratados, que sólo es fruto de la clara admiración que siente Antoni Miró por ellos.
Sin embargo, aparte de estar en la línea de la primera acepción de esta palabra, no deja de ser cierto también que esa condición puede enriquecerse, además, con la otra metáfora mencionada de la actuación intensa, con un papel notorio dentro de la mayor de las funciones: la del gran teatro del mundo actual.
No es más que allí (es decir, aquí y ahora) donde se produce la más pura conjunción del desastre y la esperanza. Es donde aún se reviven amplificadas múltiples injusticias como las que quedan reflejadas en el homónimo auto sacramental de Calderón, como cuando dice el pobre que "en fin, este mundo triste al que está vestido viste y al desnudo le desnuda". Pero también es sólo allí (aquí y ahora, por tanto) donde pueden divisarse futuros mejores y descubrir el valor de los más loables logros del pasado.
Pues bien, el artista otorga a estos personajes de los ámbitos cultural (de las dos culturas, realmente, incluyendo la ciencia) y político una especial condición de actores principales en esta representación, por su compromiso con la sociedad y por el valor de sus realizaciones dentro de diversas áreas de la creación. Hombres y mujeres que existen, o más bien existieron en la mayoría de los casos, con una especial significación, en definitiva, de acuerdo con el sistema de valores e ideológico propio del artista, afianzando a la vez la construcción de una identidad compartida.
Ese componente metafórico de los personajes que actúan desarrollando acciones singularmente especiales, es decir, que hacen lo que hacen intensamente, es el factor que prevalece y convierte en necesario, a su juicio, el reconocimiento. Lo que han hecho o proponen seduce el artista, éste les rinde un tributo moral con su pintura, intentando contribuir a inmortalizar su memoria.
Al mismo tiempo, es inevitable referirse a las musas griegas, ya que los personajes elegidos también poseen un potencial inspirador para Miró. No en vano eran estas hijas de Mnemosine, la diosa que personificaba la memoria, aquellas que protegían determinadas artes. ¿Y no estamos ante un Estelles que, como haría una Erato contemporánea, pone en perspectiva lírica el gozo de los amantes? ¿O no tiene Ovidi Montllor vínculos con Talia? ¿O no bailaría Gades con Terpsícore? ¿O no se puede uno fijar en Einstein como si fuera un sucesor de Urania, quien nos acercó los horizontes más lejanos?
Tal y como se hacía en la representación de las musas, estos personajes se representan a menudo acompañados de atributos identificativos. Algunos de carácter más objetual, otros puramente conceptuales. De este modo, Pau Casals se ve acompañado de su violonchelo (y también de una pipa de la que despega grácilmente el humo). En el caso de Eusebio Sempere, en cambio, vemos la superposición de la trama de su autorretrato hecho con ordenador en el CCUM a finales de los sesenta y su retrato, tal como él era entonces.
Pero, canónicamente, las musas son sólo nueve. Y aquí estamos ante una multitud de personajes. Es comprensible que así sea, ya que se ha invertido el sentido. No estamos ahora ante un ideal abstracto, sino que la referencia parte de la concreción singular de cada uno de los personajes. Es por ello que la condición extraordinariamente múltiple de la serie, por ser tan numeroso el conjunto de admirados, la convierte en una miríada referencial.
Además, los personajes adquieren, al disponerse juntos, una dimensión colectiva que presenta virtudes inesperables si se analizaran separadamente. Esta versión coral constituye una posibilidad de establecer diálogos imaginables entre algunos de ellos. Antoni Gades podría bailar simbólicamente ahora junto a Sol Picó, aunque no se conocieron. Antoni Gaudí podría desentrañar con Llull las combinaciones que llevan desde la catedral de Mallorca hasta el cielo que anhelaban. Raimon podría cantar "Al vent", y luego escuchar a Dylan cómo hace sonar "Blowing in the Wind" (ambos temas, eólicos y libertarios, fueron lanzados en 1963). Montserrat Roig podría entrevistar a Paco Aura sobre su sufrimiento en un campo de concentración nazi ...
Hay dos tipos adicionales de diálogos que pueden intuirse. De algún modo es posible leer los pensamientos cruzados entre Ovidi y Tereseta, únicos personajes a los que se concede el beneficio de compartir lienzo. También puede verse la llamada interior que algunos hacen a ellos mismos cuando se invierte el retrato (horizontalmente, no como hubo de hacerse con el de Felipe V) y las miradas de uno se duplican y convergen en un punto. Dónde mirará Valls, de un lado y del otro, del derecho y del revés ?
Igualmente, se descubre otra multiplicidad cuando se reúnen distintas versiones del mismo retrato de un personaje. Si ponemos en relación los tres cuadros dedicados en esta muestra a Miguel Hernández, podemos comprenderlo. La acentuación de la melancolía de la mirada varía si el encuadre de la imagen se ve sesgado respecto al de la famosa fotografía que sirve de base. Distinto es también cuando vemos cómo la añoranza de la Segunda República aporta los colores del fondo.
De hecho, las cuestiones del color y la textura visual son muy relevantes en esta serie. La mayor parte de ellas se realiza con base monocroma (negro sobre blanco, generalmente). Algunas se ven afectadas por virajes, por ejemplo a azules. Otras tienen color. Pero la gran mayoría de ellas tienen una veladura consistente en un rayado vertical que reproduce la pátina del tiempo, provocando un ruido visual, y que se asemeja al lenguaje gráfico del periodismo.
La figuración realista se superpone al tratamiento digital de las imágenes de base y a distintos tipos de manipulaciones compositivas. Dentro de esta nueva Crónica de la Realidad, los clamores explícitos de denuncia y el enfoque irónico, propios de otras épocas de la trayectoria de este artista, son sustituídos por una estrategia de identificación, de selección y apreciación personal. El hambre y la muerte, las injusticias, están ahora ausentes. Es, sin duda, una propuesta más esperanzada, pero no debemos olvidar que algunos de los personajes están indisolublemente unidos a la protesta y, retratándolos, ésta se manifiesta nuevamente.
En definitiva, Miró, poniendo ante nosotros estos personajes con los que ha establecido una determinada conexión valorativa, quiere informarnos de algunas claves de su posicionamiento concreto ante la realidad social, cultural y política que nos rodea. Son todos ellos, simultáneamente, fuentes de inspiración y depósitos de memoria, que dan muestra de la superación de la clave binomial excluyente entre ruptura y continuidad, en lo que concierne a la explicación del proceso de conformación histórico. Y lo hace, además, agregando referentes cercanos y lejanos, tanto en el espacio como en el tiempo, indicando que la personalidad se moldea, en parte, según influencias externas de origen muy diverso, las cuales, sin embargo, comparten rasgos que no son otra cosa que fuertes lazos que sirven para explicarla.