Personatges d’Antoni Miró, de ahora y de antes
Santiago Pastor Vila
En otra ocasión ya escribí sobre esta serie (Personatges (desde el 2012)) que comprende una parte muy nutrida y singular de la reciente producción pictórica de Antoni Miró, aquella que el artista dedica a conformar un tipo de panteón personal. Entonces lo hice incidiendo en dos aspectos: la propia definición del término personaje que creía que se nos estaba sugiriendo y el carácter extraordinariamente amplio del sustrato cultural donde se efectuaba este particular anclaje. Identificar referentes culturales, aunque sean muchos –una miríada, dije entonces–, es una manera muy concreta de posicionarse, a pesar de lo que pudiera parecer. Y es que lo múltiple permite, sin embargo, denotar un universo suficientemente determinado en relación, al menos, a sus rasgos esenciales.
En cambio, ahora pretendo una cosa distinta. No quiero complementar mis juicios respecto a la serie en cuestión considerada aisladamente dentro de su trayectoria. Contrariamente, como a lo largo de su carrera, especialmente en las tres primeras series que la constituyen (Amèrica negra (1972), El dòlar (1973-1979) i Pinteu pintura (1980-1991)), ha sido recurrente la representación de numerosos personajes históricos, considero oportuno señalar algunas diferencias que existen entre las maneras de llevarlos a colación en ésta y las otras etapas mencionadas de su trayectoria.
El interés de este ejercicio radica en distinguir en la pintura de Miró la compilación de nombres propios que, dentro del curso de la historia, él mismo ha seleccionado. Hacerlo contribuye a completar el plantel de protagonistas escogidos, porque principalmente y generalmente éstos son las personas comunes que sufren los efectos negativos del capitalismo y la globalización, como queda patente en las otras series que conforman su evolución. Y es que, en Vivace (1991-2002), se destacaron los riesgos de devastación sobre el entorno natural; en Sense títol (S/T) (2002-12) la miseria, las consecuencias de la guerra y la banalización de la cultura fueron los temas principales, y en Mani-Festa (2012-18) lo fue el combate de las injusticias producidas por la crisis económica y la corrupción. Así, en estos tres conjuntos de obras no se resaltaba ninguna personalidad o referente concreto con ánimo halagador; por el contrario, el artista subrayaba la importancia de determinados colectivos sociales o ciudadanos, los cuales o bien luchaban en contra de injusticias o bien las sufrían.
De lo contrario, la serie Personatges es muy diferente de aquellas que acabamos de comentar. En lugar de denunciar, se significan positivamente personas particulares, fundamentalmente del campo de la cultura y mayoritariamente del ámbito catalán. Desde el campo de la crítica se mueve hacia el de la alabanza. El pintor presenta estos retratos de acuerdo con unos determinados criterios para garantizar la suficiente cohesión. Son destacables el tipo común de encuadre, el acromatismo y la especial texturización. En general, el encaje es de hombros hacia arriba; los rostros, que ocupan buena parte del lienzo, muchas veces están girados a tres cuartos. Casi todos son en blanco y negro, y unos cuántos son objeto de un cierto virado hacia algún color luz. Y, en todos los casos, están recubiertos de una textura que imprime un poso indicativo de la calidad de pervivencia en el tiempo, de una cierta intemporalidad.
No obstante las anteriores aseveraciones, sí que puede afirmarse que existe una correspondencia entre la serie Personatges y las que desarrolló a lo largo de las décadas de los setenta y los ochenta. La razón que lo justifica es que, en aquellos momentos, algunas personalidades de gran valía para el artista, tanto del ámbito político como del cultural, sí que fueron objeto de representación. En las series de los años setenta, cuyo carácter fuertemente político es evidente, se incorporan dos figuras clave de la escena política global de entonces. En la de los años ochenta, a pesar de mantenerse el posicionamiento crítico, se produjo una extensión muy relevante de este alcance selectivo de personajes al dominio cultural, fundamentalmente, aunque no sólo, a la tradición pictórica.
Así, en la serie Amèrica negra (1972), dedicada a la lucha contra el racismo en los EUA y a favor de los derechos civiles de la gente de color, existe un único personaje fundamental: Martin Luther King – Jr. Bien sea intermediando un primer plano frontal, como en Veu de pau (1972), o con una vista posterior desde la que se ejemplifica el magnetismo de su discurso con la irradiación de una especie de olas de expansión, cosa que pasa en Igualtat per a tothom (1972), el líder que orienta el movimiento se presenta con una conjunción de rotundidad y esperanza. Aún así, los niños de color que habitan los suburbios de las ciudades norteamericanas adquieren también un rango de protagonismo sustancial en el relato de denuncia que presenta, porque el objetivo exige presentar a los afectados más indefensos con crudeza.
También en la subserie El dòlar-Xile (1973-77), Salvador Allende se encuentra presente aunque no con esa centralidad e insistencia con que se representaba a Luther King, y siempre con carácter antagonista, contra el imperialismo yankee, que metafóricamente se denota con un billete de un dólar durante toda la serie homónima. En los dos casos se los muestra activos, no como si estuvieran posando para ser retratados convenientemente. La mirada del pintor parte de la de un fotoperiodista, que siempre es furtiva. Emplea después varios efectos visuales para intensificar la apariencia de ese documento, como corresponde al movimiento de la Crònica de la realitat. De forma parecida a los niños negros en el otro ejemplo, los soldados, las prostitutas y las víctimas de los fusilamientos son los personajes comunes, los figurantes podría decirse, que sirven realmente para formar el discurso de reivindicación.
Llegados los años ochenta, las preocupaciones políticas del artista afrontan áreas geográficas más próximas y a la crítica socio-política se añade un primer reconocimiento de personajes capitales de la historia del arte occidental, situación que sería el más claro antecedente de la serie Personatges. Hay figuras políticas que, aunque abomina, pinta meticulosamente, no sin desvirtuarlas también críticamente. Del mismo modo que el billete de un dólar se pintaba con fruición durante la década anterior, Miró reprueba la centralización que emprendió el conde-duque de Olivares intermediando un ejercicio de reelaboración del genial retrato ecuestre de Velázquez. Pero, como decía, lo que nos importa ahora es que en la serie Pinteu pintura es cuando se empieza a percibir el afán admirativo por la cultura, al menos referido a la vertiente de la disciplina pictórica.
Dentro de ésta, la alta cultura y la popular se entremezclan, como lo hacen distintas corrientes pictóricas o diferentes épocas históricas. Además, algunas referencias valorativas se materializan, como se hace en la serie Personatges, en forma de retratos. Por ejemplo, en el cuadro llamado Góngora (1981-91), se completa irónicamente una reformulación del magistral retrato que Velázquez pintó del poeta y dramaturgo cordobés, cuya severidad del rostro es tan característica, con un personaje de cómic, un Mortadelo catalanizado, con faja, alpargatas y barretina que ofrece una barra de pan. O en otras diversas obras aparecen juntas partes de obras del Renacimiento y el Barroco con otras del siglo XX, especialmente de Dalí, Miró y Picasso.
Cuando Antoni Miró actúa de esta última manera, está en cierta forma retratando al autor mediante la reproducción de los elementos que le son propios. No procede que Joan Miró, Salvador Dalí o Roy Lichtenstein, próximos en el tiempo, o también Ribera y Velázquez, maestros durante el siglo XVII, sean referidos explícitamente, lo pueden ser simplemente implícitamente gracias al recurso de la citación de parte de sus obras.
Otros pintores sí que son retratados de nuevo. Precisamente, el hecho es que se recrean sus autorretratos, como pasa con El Bosco, Picasso o Bacon, que forman parte de complejas composiciones donde se articulan relaciones con algunas de sus obras o de los otros autores. También ocurre así con otros personajes fundamentales en el discurso y el posicionamiento político de Antoni Miró, como Marx o Freud. De hecho, este último se muestra dispuesto, incluso, a adivinar las claves de lo que pretende hacer el artista con la serie Pinteu pintura, como se insinúa en la obra Psicoanàlisi de la pintura (1988).
A pesar de compartir una intención de gratitud, está claro que no coinciden las estrategias creativas utilizadas en las series anteriores a las que nos hemos referido con las empleadas en Personatges. Las tres principales diferencias entre ésta última y las otras tienen que ver con la eventual elipsis del objeto de admiración, las inevitables alteraciones representacionales y la constante integración de la figura en una escena connotada que se producen en Pinteu pintura.
Pueden encontrarse en esta serie todas explícitamente. De entrada, vemos que el aprecio por un autor determinado no exige la elaboración de su retrato. Es decir, gracias al recurso del préstamo de fragmentos de su obra se construye una intertextualidad que remite directamente al autor homenajeado sin pintar su efigie. En segundo lugar, es habitual que se altere el modo de presentación del personaje en cuestión. Esto es, nunca se pinta con fidelidad figurativa, sino que siempre se modifica con motivos y recursos de su repertorio. Finalmente, tampoco se presenta en ningún caso el retrato del personaje solo, en esencia; aún así, siempre integra parcialmente una composición más ambiciosa de la que solo es una parte.
Los retratados antes fueron Luther King, Allende, Marx, Freud... y muchos pintores, como El Bosco, Picasso o Bacon. Ahora, en la serie Personatge, nos volvemos a encontrar con algunos de ellos y, además, se ensancha la nómina de representados con filólogos, novelistas, ensayistas, poetas, compositores, cantantes, científicos... hombres y mujeres de cultura, en definitiva.
Parece que es así efectivamente, conformando un tipo de mito de Narciso al revés. Si bien nos cuentan de antemano que una vez es reconocido, al verse reflejado en un espejo, arrancaría el problema, parece que, por el contrario, con lo que nos propone el pintor –que no es otra cosa más que posarse ante el otro valioso, establecer empatía con el personaje y empezar así a apreciar su obra– comenzaríamos el camino de la solución.