Eco de la belleza
Manuel Alcaraz Ramos
Un recuerdo que no es nostalgia. Unas miradas que superan el tiempo. Unos años habitados por las palabras aplazadas y los silencios llamados. Un color cauto, algunas ráfagas vividas en rojo o en azul sobre los trazos existenciales de un rostro viajero. Unas letras insistentes: versos, telegramas, títulos, incitaciones. Unos detalles atrapados, celebrados, hechos Historia. Unas pulsaciones en el nervio de la memoria. Un reencuentro.
El reencuentro con Gil-Albert en la desnudez aritmética de Antoni Miró.
Vendrán ahora estos veinticuatro grabados a llenar de gozo las paredes de la Sede Ciudad de Alicante, en la Universidad de Alicante, y abrirán un verano de reflexión sosegada que reclamará ojos inteligentes y corazones cómplices. Lejos de otras parafernalias, de otras celebraciones menos perdurables, más tangencialmente travesadas de conjunturas y de demostraciones excesivas de temores. Hay una verdad simple y directa en esta muestra, un hilo de ternura entre el escritor y el pintor, una luz insospechada que va más allá de la exposición canónica para instalarse como requerimiento en el observador. Un observador que disfruta con el escritor y se une, en un mismo ámbito, con la obra precisa del pintor.
La iniciativa del Instituto Pare Vitòria de Alcoi y de la Universitat de València, merece, no solo el convencional y obligado reconocimiento, sino también el valor de un conocimiento dilatado y profundo. Porque apuestas como esta nos avisan de algunas vitalidades que a veces pasan desapercibidas, de acciones que escapan de caminos trillados y de facilidades apresadas. Esta exposición es también una ocasión para el optimismo, para la esperanza porque el hecho cultural puede volver a ser modestamente eficiente, festivamente serio y imaginativamente alentador. Por todo eso, la Seu Ciudad de Alicante agradece el honor de ser anfitriona de esta muestra.
Y el visitante de la exposición también lo hará. Este privilegio de travesar los muros de las horas y algunos focos inextinguibles que se vierten desde la mirada del poeta, una vez más recuperada a la vida de la belleza. Esta lúcida manifestación de los sentidos. Estas veinticuatro voces que nos advierten sobre la existencia de límites en las artes intensamente propagadas, diluidas en gestos de temblor. En el eco superbo del escritor sobre la muralla de papel sólidamente erigida por un pintor de compromisos irrenunciables.