Antoni Miró y sus papiers collés
Joan Àngel Blasco Carrascosa
Pegar y pintar son métodos que pueden combinarse eficazmente en un mismo cuadro; esto no se puede discutir en nuestro tiempo, y más aún cuando estos procedimientos de aspiración creativa han sido desplegados por un elenco considerable de artistas plásticos que recibieron el legado inicial de cubistas y dadaístas. Pero todos no “pegan y pintan” de igual manera (afortunadamente, desde los criterios emanados de la teoría de vanguardia). Y en el caso de Antoni Miró, el shock visual que él provoca, a la zaga de la construcción de “otra realidad”, merece, sin duda, al menos, unas breves consideraciones.
He estado repasando, con atención escrupulosa, el amplio compendio de imágenes creadas -con el procedimiento que nos ocupa en esta ocasión- por Antoni Miró. De esta (re)lectura vislumbro que la búsqueda del contraste que estas obras plantean se basa en una sublimación subconsciente de anhelos y proyecciones. Estos encajes iconográficos, que surgen de un proceso de selección de imágenes -de acuerdo con un concepto y un propósito previos- que serán dislocadas y seguidamente reordenadas y que al mismo tiempo se utilizan para estimular el efecto visual, traslucen la acción catártica experimentada por el autor. Dicho de otro modo: este binomio oscilando entre “realidad” y “fantasía”, el vaivén de interacciones semánticas, fruto del ardid manipulador del repertorio de imágenes servido por los medios de comunicación, toma aquí una sugestiva relación entre lo que se entiende como “verdadero” y como “falso”. Paradoja que ha sido calculada para que fragmentos reales de un mundo no pictórico tengan una función irreal en un mundo pictórico de creación propia. Antoni Miró inyecta así una nueva modalidad de realismo. Y no por la técnica, considerada en solitario (como ya se ha dicho, desarrollada y perfeccionada desde tiempo atrás), sino para utilizarla como derivación hacia otras posibilidades significantes. Obstinado en su afán comunicador y urdiendo una trama que persigue el diálogo cómplice con el espectador, ha conseguido que algunas ambigüedades semánticas y atmósferas oscilantes (consecuencia inevitable del planteamiento de una realidad equilibrada) se reduzcan al máximo, reforzando precisamente este sentido de la realidad -ahora subvertida- que nos provoca una extrañeza inquietante. O lo que es lo mismo: que esta obra redobla los significados y esto es así -creo que no me equivoco nada- por su contundente capacidad sintética.
Los recursos combinatorios que exhibe Antoni Miró en esta vertiente artística suya -además de la fina ironía en unos casos y humor sin disimular nada en otros que, a veces, recalan en la crítica abierta o el sarcasmo ácido- denotan, antes de nada, un notable ingenio a la hora de poner sobre la mesa su aguda faceta de versatilidad, extrapolando, alterando, reutilizando, metamorfoseado, dislocando... para -todo seguido- recomponer, resignificar... mediante los nuevos códigos lingüísticos perfilados.
El espectador estará de acuerdo, en efecto, estética e intelectualmente, con las recreaciones formales y espaciales de este voyeur obsesivo -bien sazonada ya la experimentación de diversos medios expresivos- que, utilizando los procedimientos del collage y del fotomontaje, ha ampliado sus recursos comunicativos.