A Antoni Miró
Gonçal Castelló
Los rascacielos de Nueva York se levantan sobre la neblina matinal de la gran urbe, son austeras torres de acero, cemento y vidrio, firmes como rocas y estilizadas como agujas de catedrales góticas; no son iglesias ni ciudadelas, son simplemente oficinas. Miles de oficinas a todo lo largo de Manhattan, la yema del huevo del automatismo capitalista, sueltas en unas calles donde reina la teoría estética del cubismo y donde dentro, en su corazón, late y entroniza la filosofía moral del dólar.
Vietnam, América Central, África negra, Iberia y el tercer mundo hambriento sufren en sus destinos los estragos y las influencias mandadoras de miles de oficinas en las que las multinacionales señorean desde las ventanas de los monstruosos edificios.
La moneda reina, los rectangulares papelitos verdes planean sobre la sufrida humanidad y aplastan brutalmente a hierro y fuego las voluntades, deseos y esperanzas, y muestra la cruda frialdad del Moloch imperialista que sacrifica los pueblos a su propio beneficio y egoísmo.
Antoni Miró, desde el País Valenciano, lanza un grito de protesta irada contra este monstruo avasallador, sus estampas son mazazos contra el flagelo de la dominación del dólar.