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Antoni Miró

Ernest Contreras

La situación viene de antiguo. Desde la época griega se han venido acumulando muchos siglos de hipocresía sobre el trabajo artístico. Incluso la misma Grecia —o, por mejor decir, la imagen que de Grecia nos hemos ido forjando— ha padecido los ataques de la presunción romántica y ha acabado mostrándonos su arte, aquellos trabajos prácticos encomendados a esclavos, adornado con todos los atributos de la vanidad, como la expresión trascendente del lenguaje de los dioses o de los ángeles.

Sabemos, no obstante, que aquellos mármoles fueron trabajados por manos humanas, manos endurecidas y cansadas por el ejercicio diario: manos de esclavos, en suma. ¿Y hoy? Dejando aparte los mitos —tan dados a insinuarnos el misterio incomprensible de las salutaciones angélicas, de los alientos divinos moviendo los pinceles o calentando el hierro de las forjas— parece evidente que, todavía hoy, el artista utiliza sus manos para realizar su obra, actúa sobre la materia y la transforma igual que cualquier obrero, incluso conservando la misma capacidad de sorpresa y juego hacia las nuevas técnicas operativas.

Antoni Miró es un ejemplo de esta identidad fundamental, establecida al margen de todos los mitos y todas las hipocresías, de todas las vanidades y todos los privilegios. Ante todo, la obra artística de Antoni Miró, sus pinturas y sus esculturas, constituyen una reivindicación del trabajo manual, una afirmación de que el arte constituye, al menos en su aspecto primario, en el momento mismo de su creación, una operación transformadora. Esta es la constante que, a través de su corta —Antoni Miró es un artista muy joven— pero prolífica vida artística, se manifiesta en cada una de las etapas del creador alcoyano: desde sus desnudos, efectuados por procedimientos casi industriales, hasta sus últimos hierros soldados, en la obra de Miró prevalece, por encima de las fórmulas expresivas que su afán investigador va descubriendo en cada momento, su carácter de obra manual, su primario significado de acción operativa sobre la materia, su carácter dialéctico —entendiendo aquí la dialéctica, todavía, como un proceso de transformación mutua establecido entre la materia y el hombre—.

Antoni Miró reivindica, para el trabajo artístico, la categoría humana del trabajo manual. Y este es el motivo por el que todas sus obras, tanto aquellas que temáticamente se relacionan con el hombre circunstanciado —Vietnam, la fábrica, el ansia de libertad— como las que se abstraen de cualquier circunstancia histórica— los papeles arrugados, la geometría metálica— estén signadas, profunda y cálidamente signadas, por una actitud positiva: devolver al arte su condición de ejercicio cotidiano, de auténtica actividad humana.