75 aniversario del Hospital Sueco-Noruego de Alcoi, por Antoni Miró
David Rico
En el septuagésimo quinto aniversario del hospital de sangre instalado en Alcoi conocido como Hospital Sueco-Noruego, todavía son muchos en la ciudad y fuera de ella quienes le quieren rendir el más sentido y merecido homenaje no sólo por la importancia social y humana que tuvo, sino en gran medida también por la función vital que realizó por tantísimos individuos en su momento, con independencia de su breve existencia.
Toda una vida pasada, y todavía en el recuerdo, la inestimable ayuda humanitaria prestada por los miles y miles de ciudadanos escandinavos que, en aquel año de 1936, decidieron movilizarse a más de tres mil kilómetros de distancia al otro lado del continente para recoger ingentes cantidades de materiales y recursos varios tan necesarios en momentos críticos. Gracias a la solidaridad de esta gente, y de tantos otros a lo largo del conflicto, muchas vidas se pudieron salvar y continuar adelante para llegar un día a testimoniar sus vivencias y recuerdos.
De esto se ha tratado siempre y se vuelve a tratar hoy: Antoni Miró quiere dar testimonio de una realidad distante, y lo hace a partir de una serie de imágenes de época que reinterpreta con su particular visión, donde aparecen un buen puñado de sus protagonistas, conocidos o anónimos (¡da igual!), para refrescamos la memoria y volver a aprender, una vez más, de nuestro pasado. Imágenes en blanco y negro, o mejor dicho, en diferentes gradaciones de gris. Ahora bien, el mundo nunca ha sido así. El gris, cargado de expresividad y significación en tantas y tantas imágenes, es el responsable de transmitir un fuerte sentimiento de lejanía, de tristeza, de duda o incluso de una melancolía sombría, todavía más si las imágenes que observamos nos transportan a momentos angustiosos, de escasez extrema, plenos de penurias, pobreza, sufrimiento y muerte como, por ejemplo, en un enfrentamiento entre vecinos, amigos o hermanos: la guerra. La infinidad de grises que conforman determinadas imágenes del pasado, instantáneas capturadas por un brevísimo espacio de tiempo y plasmadas sobre un soporte por simple elección humana son una manera contra natura de observar la realidad.
De un tiempo a esta parte la sociedad se ha indigestado con un listado inabarcable de imágenes de enfrentamientos bélicos relatados “en color” entre pueblos vecinos de quienes, probablemente, no recordamos el nombre. Esta utilización del color nos ha proporcionado una clara vinculación de inmediatez con la realidad que nos rodea, identificada como muy cercana dado el nexo de unión que ejerce el cromatismo entre las imágenes y el observador, de alguna manera, transmitiendo una natural sensación de contemporaneidad. El ojo humano, como herramienta principal de este análisis de la realidad, siempre ha dispuesto por regla general de esta capacidad para captar la luz, y, por tanto, sin aparente esfuerzo con ayuda del cerebro, percibir los colores de manera muy diversa.
Mirar la vida en color y no únicamente en blanco y negro, en una amplia escala de grises. Quizás es esto lo que nos propone Antoni Miró con su particular visión interpretativa y crítica de los hechos: añadir un toque cromático a las instantáneas de nuestros antepasados, de gente como nosotros que se movilizó en defensa de unos ideales, de la forma más coherente y sincera que supieron. Añadir color como quien añade una chispa vital a los momentos capturados antaño a partir de una serie de fotografías, en cierta medida incompletas, para que éste se acabe transformando en un puente de unión entre los protagonistas anónimos del pasado y los individuos que conforman la sociedad actual. El color como una fuerza demiúrgica, creadora de un vínculo con el presente necesario para no olvidar a los testigos de una tragedia dramática como la Guerra Civil española -por extensión la totalidad de las guerras-, tan incivil como quienes las proponen y decretan, escondidos en un cobijo seguro, merecedores de la mayor ignominia social. Más dramática dicha tragedia, si cabe, por los contendientes que resultan vencidos y son víctimas de la represión y el escarnio público, condenados al olvido y al silencio, la humillación y el ius puniendi de los vencedores.
Es por eso que los diferentes grises de las imágenes, a la vez monótonos y apagados, ahora cobran vida gracias al pincel diestro de Antoni Miró, con espacios amplios de color o sutiles líneas de contorno, pinceladas calculadas que resaltan determinados personajes, objetos y paisajes, para romper la pesadez oscura del gris. Un efecto impactante que destaca las figuras, los objetos, los rostros y las expresiones, sublimándolas. Una combinación de colores amarillos, rojos, azules y verdes, naranjas y morados que bailan conjuntamente con los grises matizados de las imágenes originales. Emplea, especialmente, el color rojo, como gran parte de su largo camino artístico, porque es el color de la sangre derramada en la lucha, y la suya es una vida y una profesión inseparables orientadas a la lucha sangrienta por el reconocimiento y la defensa de lo que piensa que es justo. Sangrienta porque el rojo casi siempre está presente, con profusión, para levantar la voz, para señalar, para atraer la mirada y el interés, para captar nuestra atención y denunciar, en voz alta pero sin palabras. Así pasa en los retratos del político Georg Branting o el médico Manuel Bastos Ansart, del sindicalista Vañó Nicomedes o el poeta Joan Valls. Tan diferentes, y tan parecidos. Tan distantes y tan cercanos a la vez gracias a unas ideas comunes casi, para ellos, universales. Pero también en las ambulancias, las mantas de los heridos o las camisas, abrigos y gorras de los retratados, impregnando el ambiente de los quirófanos o tiñendo el cielo de una escena exterior. Un color, el rojo, que predomina sobre el resto, generalmente debido a su fuerza expresiva, pero también elegido por su carga simbólica.
Destaca, en esta serie de pinturas, cómo el artista alcoyano emplea los colores emblemáticos de la República española, rojo, amarillo y morado, de manera original y notoria en numerosas de las escenas que rememoran diferentes hechos en Suecia, Noruega o España. Los colores de un ideario vinculado a la democracia, a la igualdad de las personas, a su completa libertad. Tres colores básicos que se mueven temblando suavemente sobre los heridos y mutilados de guerra en las escaleras del Sueco-Noruego, en el frente de batalla, en medio de un quirófano o recuperándose mientras leen o escriben a algún ser querido. Colores que, por ejemplo, separan a los asistentes a una de las reuniones para recaudar fondos dentro de un teatro, o jerarquizan el espacio por donde desfilan tropas y voluntarios republicanos en la plaza Mayor de la ciudad alcoyana. Pero no solamente aquí hace uso de este recurso, no. Miró también usa la combinación tricolor para resaltar el talante de individuos como, por ejemplo, el alcalde Evaristo Botella, sentado frente a su escritorio y posteriormente encarcelado en el Sueco-Noruego y posteriormente fusilado (cómo también estuvieron encerrados otros muchos en sus dependencias), o con los soldados heridos todavía convalecientes en el hospital de sangre, incluso en escenas dónde miles de personas desfilan por numerosos rincones de diferentes lugares lanzadas a la calle en defensa de un gobierno legítimo republicano, el español, en un sublime acto de solidaridad y hermandad.
Acostumbrados como estamos a pensar, imaginar, incluso recordar a la gente atrapada en un mundo antiguo y distante de imágenes grises, quizás hasta demasiado desconocido como para conocer a sus protagonistas, no somos capaces de valorar, a menudo, a los actores momentáneos de toda una serie de pequeñas acciones heroicas. Antoni Miró ha querido poner de manifiesto delante de todo el mundo, una vez más, algunos de estos valores y acciones mediante un puñado de estas personas, a partir de la experiencia del Hospital Sueco-Noruego, para sacarlas del anonimato y del olvido, para rendir un justo homenaje a una parte de la sociedad que, voluntariamente, participó de un magno movimiento de acción social en defensa de los derechos civiles y la justicia en un país lejano, incluso convirtiéndose en protagonistas de esta historia, de la Historia que otros un día escribirían. Una rara avis en la actualidad de la que habría que tomar nota de forma muy cuidadosa.