No sabemos lo que tenemos
Pau Grau
Los valencianos no sabemos lo que tenemos. Si en cualquier lugar del mundo tuvieran el Tribunal de las Aguas, lo habrían convertido en una auténtica gallina de los huevos de oro. Tendríamos que proyectarlo, ponerlo en valor, difundirlo, promoverlo. Tendríamos que darlo a conocer entre los turistas que vienen, entre los que quieren venir, entre los que quizás vendrán. Tendríamos que conseguir que todo el mundo quiera venir para ver esta singularidad, para presenciar una sesión, para escuchar a los síndicos. Haremos vídeos promocionales, carteles en los aeropuertos, pagaremos reportajes a las revistas de los aviones, estands en las ferias de turismo de todo el mundo. Qué demonios, traeremos el Tribunal a las ferias. Y después venderemos paquetes especiales de experiencias con desplazamiento, hotel, paella y sesión del Tribunal el jueves en primera fila, con una zona VIP donde se servirá sangría. Haremos alfileres e imanes de nevera como recuerdo, y tazas, cucharillas, dedales, abridores, llaveros, mecheros, abanicos, camisetas, bolsas, postales como recuerdo. Vendrá la gente a ver el Tribunal como quien va a ver el relevo de la guardia real al Buckingham Palace, o a los muñecos del reloj de Praga, o al Papa de Roma saliendo a una ventana. Será un éxito. Un éxito tan grande que quizás tendríamos que mejorar las condiciones para poder seguir la sesión. Tendríamos que instalar grandes paneles de megafonía para que todo se escuchara mejor, y colocar pantallas gigantes para ver con detalle cada momento. Tal vez convendría subtitular los diálogos, eso sí, para traducirlo al castellano y que todo el mundo lo pudiera entender. O al inglés también. O con el castellano es suficiente, sí. Y, claro, mejorar la iluminación y la estética: un poquito de maquillaje y peluquería, y quizás algo de vestuario para que no fuera tan austero. Y todo esto se puede retransmitir en streaming, en directo, y a la gorra del alguacil se le podría instalar una cámara Go Pro. Y tampoco hace falta que sea solo jueves, ¿no? Quizás también se podría hacer una sesión viernes, y así se aprovecha el fin de semana, que es cuando se disparan las reservas. Y si no hay pleitos, pues habrá que inventárselos. Hay centenares de actores que se morirían por ganarse unos euritos fáciles. Pero, eso sí, respetando la esencia, ¿eh? Que estamos ante el tribunal de justicia más antiguo de Europa. Siempre con el mayor de los respetos a la tradición, porque lo más importante es conseguir un equilibrio entre la tradición y la modernidad, entre el pasado y el futuro.
O tal vez podríamos no hacerlo. Podríamos elegir el camino correcto.
Podríamos dejar que el pintor recoja en sus cuadros toda la dignidad de cada gesto, cada detalle, cada expresión. Que los pinceles de Antoni Miró acaricien la belleza de esta liturgia civil, que miren las acequias que ya nadie mira, que capturen el tiempo de una institución intemporal.
Nadie como Miró para elevar el Tribunal de las Aguas a la condición de icono artístico.