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Antoni Miró: una década de «Pinteu Pintura»

Joan Àngel Blasco Carrascosa

«Tinc dret a ser com sóc, ni que només sigui perquè m’han parit així. I aquest és el problema, si tu tens la mateixa pretensió». 
Joan Fuster

Ha quedado dicho. Antoni Miró tiene todo el derecho del mundo a reclamar su singularidad. Auto exigencia moral ésta para quienes, como él, son conscientes del deber de demandar para sí mismos esa personalizadora diferenciación. La búsqueda de la realización del «yo» viene presidiendo el comportamiento de este artista plástico desde 1944, año en que nació a la vida con el indómito propósito de llegar a ser Antoni —o mejor «Toni»— Miró. De entonces acá se ha ido forjando una personalidad de acusados rasgos propios, señales que son de quien sólo debiera ser comparado consigo mismo. Un hombre que ha cifrado en la ética el pilar básico de su aspiración vital; que ha mantenido con firmeza la fidelidad a unos principios axiológicos; que ha dejado ya, tras de sí, una copiosa estela de invenciones artísticas, mientras sigue empeñado, con ascética dedicación cotidiana, en la configuración de su obra estética; que se mira hacia adentro con la misma auto-reclamación con que su crítica mirada denuncia los desatinos de la sociedad de su tiempo: que con su actitud inconformista radical rompe lanzas en pro del compromiso y la solidaridad; que se ha erigido, a través de su arte, en adalid de no pocas justas causas, entre las que sobresale, cual cimera, la de la libertad… Este Antoni Miró, obseso del orden y el metodismo, que dice mucho —«el que he de dir ho dic amb les meues obres»— mientras su timidez le lleva a hablar poco y escucharlo todo, tiene bien clara una idea: la de llegar a la gente —he aquí su anhelo de comunicación— a través de su obra artística.

Alcoi

«Si com l’infant que sap pel carrer seu prou bé anar...». 
Ausiàs March

En efecto, Antoni Miró sabe caminar bien por su calle, por sus calles de «su» Alcoi. Sólo se puede amar de verdad aquello que se conoce… y sólo se conoce lo que se ha vivido con intensidad. Antoni Miró ha vivido desde siempre en Alcoi, y si es cierta la afirmación de Jean-Paul Sartre de que todo viene de la infancia, reconoceremos con él que el conocimiento —y el amor— de nuestro pintor por su lugar de origen se hallan en la base de esas primeras vivencias, luego seguidas de su temprana andadura artística.

En ese Alcoi de empinadas calles que trazara la cultura islámica el punto de arranque de una vocación y una trayectoria encaminadas a seguir la llamada del arte. El Alcoi de apiñadas casas y altos puentes, que palpitan, al igual que sus gentes, con los «trons» de Sant Jordi al compás pintoresquista de les «filaes de moros i cristians»; el laborioso Alcoi industrial de los telares, las papeleras y las artes gráficas, de tan condensada historia social; el Alcoi de vena artística que nutriera a pintores, allí nacidos, como Sala, Casanova, Gisbert o Cabrera; el Alcoi de l’Alcoià, cercado por las sierras Mariola y Carrasqueta, y surcado por las aguas del Serpis, del Barxell y del Molinar, que iría forjando en Antoni Miró una cada vez más acendrada idea de su pueblo, de su comarca, de su país…

En este Alcoi se fragua la personalidad humana y artística de Antoni Miró. Ha nacido en el seno de una familia de trabajadores del metal. Su padre es herrero y su madre modista. La precocidad de sus habilidades dibujísticas es pronto conocida por el vecindario. Nuestro incipiente artista, enfermizo y silencioso, ayuda a su padre en el pequeño taller de reparación de carrocerías, al igual que su hermano Vicent. Casi sin tiempo para jugar, practica a escondidas lo que, con el paso del tiempo, se convertirá en una auténtica obsesión: dibujar. 

La vocación

«Llega a ser el que eres». 
Píndaro

Se diría que alguien se ha personado ante la puerta de la sensibilidad artística de Antoni Miró, y llama insistentemente, como con urgente prisa. Es la vocación, temprano reclamo que llega presuroso por seducir. Nuestro pintor está dispuesto; pareciera que estaba esperando esta voz imantadora. Con el temple que otorga el esfuerzo diario ha escuchado el mandato —que, al tiempo, es un ruego— del poeta griego. Quiere llegar a ser el que lleva dentro, desarrollar al máximo sus innatas posibilidades. Y sabe que el mejor instrumento de que dispone no es otro que su educación en el trabajo.

Dibuja y pinta de motu propio. No asiste a centro docente artístico alguno. Hasta haber cumplido los dieciséis años no ha recibido ninguna normativa o canon estético. Dibujando y pintando conoce a Vicent Moya, artista local que le orienta hacia la práctica de bodegones, paisajes y retratos. Pero no encaja el academicismo con la voluntad de Antoni Miró. Quiere seguir su propio impulso, y dice no con rotundidad a la rutina para encarrilarse por la senda de la experimentación. Investiga con materiales novedosos rehuyendo los tradicionales, intentando conectar así con la sociedad industrial de su tiempo. Su propósito es «un art amb intenció de servei humà» y a ello se presta, dedicido.

No puede entenderse el encendido activismo artístico desplegado por Antoni Miró en «Alcoiart» sin tomar como premisa el apremio de su vocación. Cincuenta y cinco exposiciones en el período 1965-1972, son todo un alarde de promoción artística. Sus compañeros de grupo, Sento Masià y Miquel Mataix, no le regatean el liderazgo en esta aventura que partiendo de Alcoi llegaría a tierras y gentes francesas, inglesas e italianas. Aún sin proyecto estético común, «Alcoiart» con su búsqueda de la integración artística —no sólo pictórica—, nos ha quedado como testimonio de un esforzado empeño, de una apasionada vocación.

El compromiso

«No, la pintura no ha sido hecha para decorar los apartamentos. Es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo». 
Picasso

Repasemos la circunstancia vital de Antoni Miró hasta cuajar en la pujanza juvenil: nacido en una familia de trabajadores, en una ciudad —Alcoi— tan protagonista en tensiones históricas, y en un País Valencià cuyas señas de identidad se habían ido debilitando cada vez más a lo largo del oscurantismo franquista. El despertar a la conciencia —tanto de clase como nacional— caminaría parejo con los primeros atisbos de su poética plástica. Su interpretación de la vida y de la historia iluminaba progresivamente su sentido de la realidad para desembocar en una toma de posición ante el mundo: el compromiso.

La etapa artística de Antoni Miró que vincula con coherente evolución el tránsito del expresionismo al neofigurativismo social se nos muestra, ya, fuertemente ideologizada. Y sus series pictóricas: «La Fam», «Biafra», «Vietnam», «Mort», «Realitats», «L’Home», «Amèrica Negra»..., plantean abiertamente la preocupación del artista por las cuestiones sociales. Tantos y tantos problemas latentes, desde la injusticia a la opresión pasando por la insolidaridad, ocuparán el centro de interés de su mensaje artístico. Nos lo ha dicho el propio Antoni Miró: «Reflexe la problemática d’avui», y tal constatación alardea simultáneamente de inconformismo y de prometeica aspiración a un mundo justo y libre.

Ésta es la clave de la poética mironiana: haber sabido engarzar ética y estética mediante una comprensión dialéctica del arte. Él es consciente de que la época que le ha tocado vivir está dominada por el culto a las imágenes, mitificadas tantas veces. Debe procederse, pues, a configurar propuestas plásticas que sirviéndose de imágenes impactantes ofrezcan una alternativa humanizadora. Ello conlleva, necesariamente, el abandono de cualquier tentación de un arte de la neutralidad, de la frivolidad o de la intrascendencia. Por el contrario, con imágenes pletóricas de significado, incómodas, intranquilizadoras, busca un arte positivo, de alto potencial informativo, de verdadera eficacia comunicativa. Éste es el compromiso de Antoni Miró, tras su toma de conciencia de la realidad: la defensa y exaltación de los inmarcesibles derechos humanos. 

La denuncia

«Pinte precisament allò que no m’agrada». 
Antoni Miró

La temática escogida para —con ella— hacer arte, también define al pintor. Es más, señala motivaciones e intenciones que anuncian al artífice de tales invenciones. En Antoni Miró sus temas constituyen un reflejo de sus querencias, pero vistas del revés. El se decidió a pintar, ya en sus más tempranos comienzos, aquello que le molestaba, desagradaba o, incluso, repelía. Se decantó por un arte de la denuncia, mediante la que ha sido denominada «pintura de concienciación». Más que de representar motivos beatíficos o idí­licos, apacibles y sosegados, se inclinó por el mensaje directo, contundente, crudo muchas veces, convertido en radical alegato contra las irracionalidades históricas y actuales.

Así, pondría en su acerado punto de mira: los desastres de las guerras; las desatadas pasiones originarias de la violencia; las lacras de la miseria, individual y colectiva; las aberraciones del racismo; las turbaciones de la alienación; la urgencia de la emancipación social; los desequilibrios propios de la deshumanización; el maquiavelismo de quienes manipulan; las paranoias o esquizofrenias de los dictadores; los anhelos de independencia, cultural y nacional; la barbarie del agresor capitalismo; la inmoralidad de la colonización imperialista... Unas veces con sarcasmo y otras haciendo uso de la sátira, y siempre a modo de reportaje denunciador, el arte de Antoni Miró —tan necesario, aún— pretende, a través del choque, la liberación: la catarsis del visualizador de sus obras. Esta finalidad había sido proclamada, tiempo atrás, por Georges Braque: «L’art est fait pour inquiéter»; es cierto, para perturbar, para aguijonear tanta acolchada comodidad...

Es por esto por lo que se ha dicho —con razón— que el de Antoni Miró es un arte político, insuflado de aliento crítico, de significaciones revulsivas... Pero, ¿acaso no hay tanto que barrer y asear todavía? ¿Podrá la hipocresía empañar la lanza en que se tuvo que convertir el pincel de Antoni Miró? ¿No hay argumentos de peso para posponer —no sabemos hasta cuándo— el arte de la inocencia y del candor? 

La mirada

«El único acto crítico es mi acto de ver». 
Oldenburg

Más que el «ver», Antoni Miró ejercita el «mirar». Hay, pues, en el basamento de su acción, una voluntad y una búsqueda, una constante interrogación. Su mirada se centra en la vida presente, y en las causas originarias de las realidades de nuestro hoy. Por eso inició en 1980, hace ahora exactamente una década, una aventura plástica, tan personal como comprometida: llevar a cabo una relectura de la historia de la pintura, escogiendo autores significativos y temáticas conexas con su intencionalidad artística. Esta es la base de su «Pinteu Pintura»: la revisitación de hitos simbólicos del pasado artístico bajo el prisma de la utilización de nuevos recursos expresivos, siempre con el propósito de estimular la percepción del espectador.

Tal mirada al ayer, para esclarecer el hoy y alumbrar el mañana tendría que plasmarse de modo no ambiguo o indeterminado, sino con claridad informativa. De aquí su elección de una iconografía figurativa, que dado su carácter crítico, ha recibido el cliché de «realismo social». En este sentido, su obra plástica se inscribe en las corrientes realistas de la pintura internacional que han tenido, entre otros valencianos de alta cualificación artística, a Genovés, el Equipo Crónica, el Equipo Realidad y Anzo. Pero tales concomitancias, surgidas sin duda al calor del esfuerzo rupturista, de impronta hondamente ideologizada, en los años sesenta de la España franquista, no permiten englobar sin matizaciones a todos estos artistas plásticos en una única poética. Más bien al contrario, cada uno de ellos, con su idiosincrática interpretación de la realidad, decantan en sendos estilos propios.

Éste es el caso de Antoni Miró, quien manipulando inteligentemente las imágenes propagandísticas de la sociedad industrial-tecnológica, las hace pasar por el tamiz formal de un Pop-art no americano, o también de un Optical-art —o incluso Cinetical-art—, de elaborada síntesis y economía expresiva. Surge así ese «estilo» mironiano, cuyas claves definitorias pueden rastrearse no sólo en sus pinturas, dibujos y grabados, sino que derivándolo a otros gé­neros o procedimientos —escultura, metalgráficas, cerámica, mural, móvil, etc.—, ofrecen testimonio irrefutable de la condensación icónica a que ha dado lugar su mirada. Una mirada ahora traducida en objetos estéticos hechos también para la mirada... 

La ironía

«En todas partes, al cabo de unos siglos de subjetividad triunfal, lo que hoy nos acecha es la ironía del objeto». 
Baudrillard

De los sesenta a los ochenta media la misma diferencia que existe entre el homo politicus y el homo psicologicus. La sustitución de las utopías transformadoras por el autorrepliegue intimista de cariz hedonista e individualista, dibuja el perfil de estos nuevos tiempos que conllevan —claro está— otras sensibilidades. Antoni Miró sabe de estos vaivenes sociológicos y estéticos, que son indicadores de pautas culturales diferenciadas y diferenciadoras, y parece escuchar la sentencia de Hegel: «Lo que debe expresarse es tal contenido en tal situación dada». Sin brusquedad, es más, haciendo alarde de finura, puede rastrearse en su obra una creciente agudeza en clave irónica. Progresivamente, sus escogidas imágenes de la historia de la pintura o de los mass media, se trocan en nuevas imágenes pictóricas de mayor carga polisémica a medida que con ingenio, se ha elevado el listón de la sagacidad metafórica o metonímica. La mirada del pintor se nos devuelve —ahora— tamizada por la cómplice mirada de los personajes pintados. Se trata, pues, de una diferente estrategia que nos continúa apelando —como es propio en Antoni Miró—, sin perder un ápice en causticidad o mordacidad, y ganando en sofisticada repristinación. En ese juego de miradas se descontextualiza y recontextualiza el seleccionado legado iconográfico de la historia universal. El recurso a la alusión y a la comparación mediante la cita o la referencia, implica una sutileza de conexiones que el artista debe explotar al máximo. Ya que la ironía del objeto nos acecha, utilicemos este arma postmoderna —dirá Antoni Miró— para filtrar nuestro pensamiento... Este pensamiento que, vertido en imágenes, provocará asimismo, con el juego inteligente de otras miradas, nuevos pensamientos y otras imágenes... 

El contraste

«Tan bello como el encuentro casual, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser i un paraguas». 
Lautréamont

No, no se trata de confundir al lector. La conocida frase que hemos situado a modo de epitafio, no quiere apuntar una sintonía estética de nuestro pintor con las poéticas del surrealismo. Sí, en cambio, pretende introducirnos en ese «reino» del contraste, básico en la concepción artística de la obra de Antoni Miró. Ese urdido choque, reactivador de tanta modorra visual, cuando no de cierta asumida apatía visualizadora, se halla en la médula del trasfondo conceptual de «Pinteu Pintura». Yuxtaponiendo a veces personajes; superponiendo, en otras ocasiones, objetos; o bien aislando fragmentos, el autor de estas invenciones plásticas está propiciando en el espectador un juego, por combinatorio, opcional. Las estrategias compositivas ideadas por Antoni Miró, que afectan tanto a la morfología como a la sintaxis de la imagen, son variadas: unas veces, al reflejar partes de una imagen sobre sí misma, está aplicando el «principio del espejo»; en otras, ampliando, reduciendo o alargando, mediante deformaciones, objetos o personajes, nos está aportando nuevas «lecturas»; y, en fin, recurriendo a la superposición, el paralelismo, el seccionamiento o la inclusión, va a la zaga de esos contrastes alteradores de las asumidas imágenes que en un primer momento constituyeron el leit motiv central de la composición.

Acudamos al repertorio iconográfico de Antoni Miró en «Pinteu Pintura» para confirmar bien conjeturas, bien afirmaciones: los artistas seleccionados son nombres fundamentales, de indiscutible rango universal (El Bosco, Durero, Velázquez, Tiziano, Goya, Gaudí, Picasso, Bacon, De Chirico, Mondrian, Miró, Dalí, Magritte, Adami, etc.). Asimismo, las obras escogidas de estos paradigmáticos artistas son famosas por populares, dada su multiplicada divulgación: «Las meninas», «Los borrachos», «La fragua de Vulcano», «Inocencio X», «El Conde-Duque de Olivares», «Carlos V en Mülberg», «Carlos III», «Autorretrato de Goya», «La Duquesa de Alba», «El albañil herido», «La lechera de Burdeos», «Las señoritas de Aviñó», «Guernica», etc. ¡Qué duda cabe que la simultaneización de iconografías de autores y estilos diversos producirán el consabido contraste, estimulador de la retina de quien observa la obra! Este juego de oposiciones, que subraya diferencias y disconformidades, induce a pautas perceptivas y cognoscitivas distintas de lo habitual. Una nueva belleza emerge de tales mezcolanzas, de tan estudiadas hibridaciones. El efecto de shock está conseguido, y fijada, así, la atención del anónimo «mirador»...

La libertad

«Se pinta porque se quiere ser libre». 
Duchamp

Creo no incurrir en equivocación si afirmo que Antoni Miró pinta para ser libre... y para que seamos libres. Me atrevería a sentenciar que, para él, la libertad es algo más que la mera espontaneidad o el consabido margen de indeterminación. Por el contrario, se trataría más de la realización de una necesidad: la liberación «frente a» algo o «para» algo..., y no sólo individual —repito— sino colectiva.

Por eso pinta Antoni —«Toni»— Miró. No es una simple cuestión de «no coacción» o «no constreñimiento», por importantes que éstas sean. El va más allá. Piensa que el hombre «se hace» en la libertad..., y que esta posibilidad de elección y autoderminación debe ensancharse también a los pueblos. ¿Entenderemos mejor, ahora, su nacionalismo militante, en el ámbito de la cultura catalana, como único camino posible hacia el internacionalismo?

Antoni Miró —romántico, pintor, soñador de libertades firmemente asentadas en la justicia social—, necesita del aislamiento reclamado por Leonardo da Vinci: « ¡Estate solo y serás todo tuyo!». Y esa distancia que le otorga la soledad y la independencia requeridas para la creación, la ha encontrado — ¡cómo no, cerca de «su» Alcoi— en el Mas de Sopalmo. Allí vive y trabaja nuestro pintor, lo suficientemente alejado del mundanal ruido para ceñirse a la cotidiana tarea de la experimentación plástica (lo ha dicho Vicent An­drés Estellés: «Fill meu, tothom que crea està sol»), y tan próximo a la sociedad de su tiempo y momento históricos, como para poder seguir denunciando e ironizando. En Sopalmo, lugar en que impera lo pulcro y ordenado, reflejo fiel de la solitaria labor de este incansable y tenaz artista; reducto en el que la amistad —siempre fruto de la libre elección— se cultiva en largas conversaciones, en detrimento del sueño; ámbito del hogar, junto a Sofía y Ausiàs...

He leído en El compromiso en literatura y arte, de Bertolt Brecht, que «los artistas realistas describen las contradicciones entre los hombres y sus relaciones entre sí y exponen las relaciones en que se desarrollan». Puede que, a no tardar, tenga ocasión de tratar personalmente con «Toni» Miró, en Sopalmo, de éstas u otras cuestiones. Seguro que lo encontraré —muy cerebral él— documentándose exhaustivamente en una nueva temática, o rematando el último de sus cuadros. No tiene remedio. Se ha empeñado en pintar para ser libre..., y —lo recalco otra vez— para que seamos libres...