Temps del Tirant
«[...Ella tornà entrar dins la cambra on Tirant era, e féu-li llevar la roba que damunt tenia;
e ell donà un gran salt e pres la Princesa en los braços,
e portava-la ballant per la cambra e besant-la moltes vegades, dix-li:
Oh quanta bellea, ab tanta perfecció jamés viu en donzella del món!...]
Joanot Martorell, Tirant lo Blanc I, Ed. 62 i La Caixa, Barcelona 1983, p. 410
Quizá Tirant (Tirante) muere de un resfriado y eso no es muy honroso para todo un caballero de armas distinguido. Pero es una muerte de ser humano. Es la muerte que muchos de los mortales sufren por culpa de una muy deficiente y general atención a la enfermedad. No es una muerte, si se quiere, lógica en este tiempo del Tirant, pues un caballero debería, siempre, morir en el campo de batalla, venciendo toda suerte de turcos, moros, e incluso, al mismo Gran Sultán. Martorell genera un discurso sensual a veces, incluso con hitos bienhumorados; crea una novela de magnitudes imposibles de imaginar en este tiempo del que hablamos, aquí en estas líneas. La fidelidad y el compañerismo: Hipólito y Diafebus son la muestra fehaciente, representan las inalterables marcas de la caballería y de la amistad. Carmesina, paradigma de la dulzura, de la sensualidad y del deseo, satisface al héroe con los placeres mundanos de la carne. La Viuda Reposada, una especie de trotaconventos, o de Brígida romántica, allana caminos, insinúa desvelados momentos de amor encendido, también enamorada, desgraciadamente, del bravo caballero. El emperador, un tanto de frágil condición (hay que ser benevolentes), acosa, espada en mano, a un ratón, fuera de sí, maquinalmente enloquecido, y cómico al fin. La Emperatriz, sensata dama de la corte que siempre hará lo que corresponda a su dignidad, incluso accediendo al matrimonio con Hipólito para conservar las riendas del trono, y del imperio. Plaerdemavida, digna compañera de Carmesina, la princesa, sirve a los intereses de su señora, y satisface sus recomendaciones, incluso, antes de ser formuladas: un ejemplo de buen hacer y mejor servir los platos que el amor procura.
Todo un mundo Tirant lo Blanc, todo un universo narrativo que abarca no sólo un tratado racional de costumbres y de un tiempo histórico concreto, también formula el conocimiento del tratamiento psicológico de los personajes. Es una novela total, y parece mentira la magnitud de la empresa, reconociendo la escasez de ejemplos que, en este tiempo, habitan los estantes de las bibliotecas. Y la osadía mereció el consentimiento y la autoridad de Cervantes cuando asegura que se trata (del mejor libro del mundo), o cuando facilita que Alonso Quijano salve, de la hoguera, un ejemplar de este libro de caballerías, o quizá, mejor dicho, de caballeros.
“El Temps del Tirant” del artista Antoni Miró facilita una lectura directa del caballero. Lanza afianzada en mano y brazo izquierdo embiste al mundo entero con incontenible fuerza y determinada potencia. Caballo y caballero, revestidos con la coraza de combate, tan temibles ambos, galopan desafiando enemigos invisibles, y fundidos en la rueda de los sueños. El caballo ataviado con gualdrapa cuatribarrada, canta la pertenencia del caballero en las líneas imaginarias de un papel pautado, y guiado por el viento a favor de la historia. El Temps del Tirant es un cuadro de Antoni Miró de 2007, construido en acrílico y metal sobre lienzo, y que mide 81x81x4 cm., perteneciente a la serie Sense Títol. Las ropas del Tirant están presididas por una cruz roja en el pecho, costumbre de afirmación de los caballeros cristianos en misión de cruzada. Los ornamentos que coronan tanto el casco del caballero como la cabeza del caballo son de un encendido color rojo, color de la sangre, del combate y de la victoria sobre los infieles. Y el trasfondo del cuadro incorpora un revestimiento de metal que le confiere una pátina verdosa de antigüedad, y que eleva la figura central con enorme fuerza evocadora, como: «[...E Tirant mirava la seua gent; com véu que la sua gent anava mal, ell ferí ab la llança en la pressa de la gent, e encontrà un cavaller tan bravament que li passà la llança de l’altra part. Aprés tirà l’espassa e donà de grans colps a totes parts, en forma tal que paria que fos un lleó famejant, que tots los miradors admirats estaven de la sua desmesurada força e gran ànimo que en aquell cas Tirant Mostrava...]» (p. 418, Vol. I, Tirant lo Blanc, Ed. 62 i la Caixa, Barcelona 1983).
Rinde homenaje Antoni Miró, en este cuadro, a la figura del Tirant. Pero no sólo al Tirant caballero cristiano, sino, por extensión, a todo lo que significa la potencia creativa literaria de los escritores medievales valencianos. El trabajo cuidadoso del pintor nos traslada, con profundidad, el imaginario colectivo que abrazamos por el conocimiento que tenemos de esta historia. Y lo anecdótico se eleva a nivel de categoría: Tirant es, quizá, caballero de caballeros, tal vez uno de los más grandes de la historia, o al menos de la historia literaria que a nosotros, ahora, nos interesa. Tirant resume, con su particular circunstancia de combate y de vida entregada, todas las hazañas imaginarias que han sido, también, sustancia creativa: Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra, Curial e Güelfa o Carlomagno, sólo por citar unos ejemplos que testimonian nuestro razonamiento.
Y con su especial coraje, con su cabal abnegación y su permanente osadía, Tirant cabalga tierras y países bordeando toda suerte de trampas. Tirant, el caballero de Antoni Miró, sobrevuela las tierras infinitas de la memoria y arrastra, con su discurso épico, nuestra voluntad, nuestra inquietud por conquistar una muestra de la gloria que nos ha precedido en el tiempo. Y Tirant es generoso, como lo es el pintor cuando ilustra su lienzo con la maestría del tejedor a pie de telar. Los colores nos iluminan a nosotros, movidos por el viento de la fortuna compartida: la ilusión de comprender la belleza, y no sólo esto, también la posibilidad de acariciar las ramas del árbol del saber. Y Tirant es generoso porque es capaz de ofrecer el perdón al vencido, por eso es un caballero revestido de honor cuando actúa frente a las miserias cotidianas. Tirant es un homenaje a la conducta bienintencionada de los hombres. El Tirant, en su tiempo, en el lienzo de Antoni Miró, despega como un portento que nos habrá de reunir en firme sociedad, institución de la grandeza de corazón. Y encontramos muchos ejemplos en la novela que confirman así tal circunstancia: «[...Cavaller, gràcies te faç del teu malparlar. E no vull satisfer a les teus folles paraules, que en presència mia has dites, e dins lo meu castell, car mereixedor eres ab tos companyons que us hagués fets saltar de la muralla del castell avall, E si no perquè veig que la ira t’ha llevat lo seny e la raó, guardaré la mia honor e fama, puix vos he assegurats, mas per conservació de ta vida no voldria que negú dels meus te fes mal ne dan. E buida lo castell prestament ab tots tos companyons ans que altre mal no et vinga...]»(p. 231, Vol. II, Tirant lo Blanc, Ed. 62 i la Caixa, Barcelona 1983).
Y parece que Tirant, en el cuadro de Antoni Miró, nos debe permitir reencontrarnos con la diligente, por viva, materia de aprendizaje. No se trata sólo de un vasto recuerdo, lejano, de la lectura que hemos efectuado, ahora nos sobreviene la voluntad, también, de alcanzar parte de lo que somos, porque al igual que nos pertenece la lengua que hablamos, hacemos bien propias las realidades que nos incorporan a una tierra concreta y a una manera de sentir la vida. Todo, ahora, en este cuadro, nos impulsa. Irremediablemente. De manera irrenunciable. Hubo un tiempo en el que se podía tocar el cielo, la bóveda del universo, con el orgullo de ser grandes y poderosos: la cultura nos subía al podio de los importantes, pero de verdad. Un tiempo donde Tirant lo Blanc cabalgaba entre las tinieblas de una historia a medias contada. Y ahora, en este “Temps del Tirant”, Antoni Miró deja volar nuestra fantasía para ganar una pequeña brizna de felicidad. O la restitución del valor del conocimiento. También la pintura es eso. Pues claro que sí.
Josep Sou