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Victòria de Samotràcia

«Forma bonum fragile este»
Ov., Ars 2, 113

El escultor Pythokritos de Rodas en el 190 a.C. crea una gran obra, una «opus magnum» para la humanidad. En la Antigua Grecia, y perteneciente al período helenístico, la Nike de Samotracia (Νίκη τῆς Σαμοθράκης), diosa de la victoria, de 2'45 metros, representa una inmensa construcción para el arte y para la cultura. En Samotracia, isla griega bañada por el mar Egeo, y descubierta en 1863 por el cónsul francés Charles Champoiseau, nace, tal vez, un gran mito. Una escultura toda sensualidad, dinamismo y fuerza dramática, así como también una propuesta de enorme grandiosidad y realismo, características, todas ellas, que se identifican con el canon practicado por el período alejandrino.

Esta maravilla, esculpida en mármol de Paros, y situada en un primer momento a las afueras de un templo, parece que fue creada para conmemorar una victoria importante en una batalla naval, y hoy se muestra al mundo situada en las escaleras de acceso del Museo del Louvre. La escultura se sitúa encima de un pedestal que representa un barco. La figura femenina, alada, y sin brazos, también sin cabeza, viste ropas mojadas que dejan traslucir su anatomía, toda vez que la vestimenta fluye con gran agilidad alrededor del cuerpo en largas ondulaciones, facilitando un misterioso equilibrio así como la fuerza dramática que la composición manifiesta.

La Victoria de Samotracia del pintor Antoni Miró, obra de 2007, y perteneciente a la serie Sense Títol, y dentro de la subserie Viaje a Grecia, se presenta ilustrada en Acrílico y metal sobre lienzo, midiendo 162x114 cm. En este viaje a Grecia que el artista efectúa, incorpora una gran cantidad de obras más al caudal de su labor creativa, tales como: Visita a l’Acrópolis, Temple de Zeus Olímpic, Discóbol de Miró, Temple d’Apolo a Corint, Teatre d’Epidaure, Nike d’Epidaure, Posidó, y un largo etcétera. El artista Antoni Miró es tocado por la fuerza de la arquitectura y de la escultura griegas, y decide hacer su particular aportación al mundo del arte mediante la captura de tanta belleza, y para usarla , después de la alquimia de su tratamiento pictórico, todos nosotros, a todos los que compartimos, con él, tiempo y vida.

Y nosotros hemos escogido esta Victoria de Samotracia del pintor Antoni Miró para realizar su comentario, o el análisis, porque conmociona en gran medida este viaje, su viaje a Grecia, y porque queda una obra donde la belleza rezuma sensibilidad y reconocimiento. La Victòria de Samotràcia de Antoni Miró, como el oro, brilla misteriosa dentro de las proporciones fantásticas de su propuesta plástica. Y bastantes cosas más que iremos refiriendo en estas líneas que siguen.

¿Qué denota, bien a las claras, la primer mirada que ejecutamos sobre el lienzo de Antoni Miró? Pues tal vez sea la luz especial que se aviene sobre la escultura, ahora bellamente incardinada en su propuesta. La luz se vuelve dorada, como una especie de «aurum fulminans», y contribuye a la transformación del espacio en un ámbito de calidez infinita, y de aceptación de la valía que concierne a la figura central de la obra, o dicho de otro modo, la asunción de la importancia que el objeto pictórico atesora. La huella en los contrastes de luz determinan en buena medida la gracia de esta realización de Antoni Miró, y el tratamiento que hace del color capitaliza la originalidad de la pintura. Podríamos decir que nace otra obra, que si bien se eleva poderosas en el recuerdo de la obra de Pythokritos, logra las garantías de una nueva convocatoria para la mirada. La consideración que el artista hace de la obra es el resultado de la emoción, y de la voluntad de incidir en los aspectos más sutiles de la escultura griega. O también, esta pintura de Antoni Miró, significa el logro y traslado de los valores de la escultura de la etapa helenística a nuestro momento histórico. Desde el respeto por la herencia recibida, se favorece un tratamiento contemporáneo para decir, y muy claramente, el valor de la cultura, el valor del arte y, finalmente, los valores que tantas identidades conllevan. El hombre, como heredero de sí mismo, tiene clara la aquiescencia del principio de que la cultura en todo momento defiende: la identificación plena con la condición de humanidad.; la lengua (las lenguas); la construcción de universos de pensamiento; la modulación, con las manos, de los símbolos identitarios; la relación constante más allá de las falsas fronteras: el fuego sagrado que empapa las brasas de la necesaria solidaridad; la posesión por igual, y en todas direcciones, de un puñado de tierra que nos atañe y convoca. La salinidad del mar de cultura en los ojos, en la boca, y quizás en la cara toda. Un mar que cabalga, sobre las olas, toda la memoria para construir nuevos mundos, nuevas geografías y nuevas cartas de navegación: la necesaria pluralidad, y que al fin estrecha vínculos: «... solo se inventa mediante el recuerdo», puntualiza el novelista Alphonse Karr. Y eso es lo que hace el pintor Antoni Miró, incorpora a nuestra mirada, desde la contemplación de un pasado histórico, una nueva manera del decir creativo. Con la regeneración de la visión pretérita, ahora disfrutamos de una propuesta que nos gana, respetando el conocimiento y los tiempos de partida.

La Victoria de Samotracia soporta esta mar, esta fuerte brisa del Egeo, sobre su corporeidad, mirando un norte invisible, inalcanzable, pero quizá muy próximo. Y el artista Antoni Miró nutre su mirada con la cultura que arrastran mar y viento. Y con la particular mirada, con la complicidad constructiva para decir, nuevamente, las razones de la belleza, el artista resuelve lo que mejor se puede esperar, reinterpretar las formas del arte, porque: “... nadie no puede salir de su individualidad”, argumenta Arthur Schopenhauer. Y así es. El artista Antoni Miró matiza todo lo que mira con intensidad, y deposita la gracia de su quehacer particular para mejor servir a la causa de la transmisión de los hechos culturales que le interesan. Ahora, en este momento, la verosimilitud de una escultura, la Victoria de Samotracia.
La densidad en el trabajo de Antoni Miró es una causa primera para la consecución de importantes hitos creativos. La Victoria de Samotracia, su “Victòria”, ahora, se apresta a competir con la fiel compañía de otras esculturas, otros proyectos, como hemos referido en líneas precedentes. La densidad decíamos. No sólo La Victoria de Samotracia, otros elementos simbólicos contribuyen a la conformación de un espacio de memoria, y de rescate de la cultura. Somos impelidos a contemplar un mundo renovado, asistido por la mano del pintor que trata, por todos los medios, de esculpir nuestra mirada desinteresada. La belleza como garantía y trasfondo: “... mira dos veces para ver lo exacto; mira una sola vez para ver lo hermoso”, incorpora, ahora, Henri F. Amiel. Y seguramente nos debiera sobrar con este consejo del filósofo suizo, pues una primera necesidad radica, precisamente, en la voluntad de comprender la belleza.

Y tenemos la evidencia. Estamos ante la comprensión, y el reconocimiento, de la labor creativa de Antoni Miró, cuando construye su discurso nutrido de pintura, pero alimentado, también, por la necesaria comunicación que ambiciona. Los mundos, casi siempre, son convergentes, como quizá lo sean las voluntades determinadas en el abrazo de los designios de la historia. Basta con que se encuentren los caminos, o que los espíritus se liberen de tanta rudimentaria forma de vivir. Hay que ir, siempre, laborando. Cuanto menos, como consuelo, resulta placentero: «... para ser grande es necesario un 99% de talento, un 99% de disciplina y un 99% de trabajo», menciona el novelista William Faulkner. Antoni Miró, desde hace mucho tiempo, responde a estos parámetros. Y sabedores de ello, nosotros ahora, lo confirmamos.

Josep Sou

VICTÒRIA DE SAMOTRACIA 2007. Paris (Acrílic i metall s/ llenç, 162x114)Antoni Miro