Saltar al contenido principal

Safia a Muqdisho (Safia a Mogadiscio)

«Sobre las alas del tiempo, vuela la tristeza»
Jean de La Fontaine

Pintura de una gran sensibilidad, “Safia a Muqdisho”, 2012, (Somalia), representa uno de los hitos principales en la pintura compasiva del pintor Antoni Miró. Ejemplos de este modo de mirar y de interpretar la realidad ya tenemos con frecuencia a lo largo de su extensa producción artística. Pero, tal vez representa, este lienzo, una cima importante, y bien valiosa, de lo que podríamos llamar el arte sin fronteras, y que practica de manera constante el artista Antoni Miró. No se cansa de viajar, el pintor, con su mirada, por las geografías del miedo, del hambre y de la miseria. Y las guerras que todo esto provocan, se ven reflejadas en el propósito con que el pintor establece la denuncia. Los espejos, bien enfrentados a nuestro talante brumoso, y que siempre busca la rendija de las puertas para salir raudo y sin ningún rasguño, amparan la trayectoria incuestionable de la derrota. En cada paso un enorme peligro. En cada instante de renuncia, la guerrilla del miedo se acomoda confortablemente en las zapatillas de ir por casa. La televisión hará el resto. Claro que sí.

Toda guerra, sin embargo, conlleva un mundo de dolor, de tristeza y de abandono de gran número de seres humanos. A cambio, seguro, un buen puñado de monedas para practicar ahorros y pasarlo en grande. Todo es cuestión de perspectiva, dicen quienes harán la estadística final del conflicto. El ángulo, no obstante, del análisis que una crisis humanitaria suscita, puede convertirse en agudo, nunca recto. El hambre salvaje, después de la Batalla de Muqdishio, fue interpretada como una lógica consecuencia del enfrentamiento activado por diversas facciones somalíes opuestas. Así las cosas, y el mundo, o sencillamente la tierra, que nunca deja de rodar...

Este trabajo, tan cuidadoso, del artista Antoni Miró, ha sido confeccionado en acrílico sobre lienzo, y sus dimensiones son 162x114 cm., perteneciente a la Serie Sense Títol, y a la subserie Mani-Fiesta. El objeto pictórico, Safia, una mujer joven que puede tener miles de años, y que mira sin mirar, pues el vacío de sus ojos refleja toda la angustia del universo. Nos enmudece sólo imaginar el sufrimiento que esta mujer guarda en su seno. Los labios, tan pálidos, capturan toda la fuerza en la brutalidad del instante. Las ropas, con los azules desmayados y movedizos, alientan necesidad porque están agujereadas por la evidencia de la tacaña tortura. Todo nos invita a la pena. Todo lo ampara la proverbial manera de mirar que tiene Antoni Miró. La pintura compasiva, la que se duele con el dolor ajeno, la que llama desde el muro, la que se harta de hablar cuando la gente calla, la que inspira la mano del artista, que vive la intensidad de la escena que él mismo procura, nos convoca. Y diremos, mejor, que nos apela nuevamente, porque ya, en otras instancias, en otros procesos creativos, en otros momentos de la historia reciente, hemos escuchado la voz silente del pintor; el roce sutil de los pinceles rozando la superficie del cuadro, diciéndonos: mirad, no paséis pena y mirad, porque la transferencia de emociones, seguro, os vendrá al instante, tal vez, incluso, en seguida. Es de humanidad. No paséis pena y mirad...

¿Y qué diríamos nosotros de esta tan especial pieza del artista Antoni Miró? ¿Cuál es la realidad que vivimos cuando contemplamos la infinitud de la tristeza, el amargo rostro de Safia, de donde brotan, de sus ojos vacuos, diminutas lágrimas de un rocío caliginoso? En primer término pensamos que la mujer, la protagonista excepcional del cuadro, no tiene demasiada fuerza para empujar el impetuoso torrente de llanto. Le falta el espíritu, que no la razón. Y es que, incluso, para arrancar el llanto, hay que tener fuerza suficiente y coraje en el corazón. La pequeñez, la oscuridad y, tal vez, la inmensa necesidad, honran los tejidos de este lienzo del artista Antoni Miró. Y como dice el dramaturgo austriaco Franz Grillparzer: «...las lágrimas son el sagrado derecho del dolor.» Y de dolor, Safia seguro que sabe una enormidad. Y nosotros lo percibimos muy claramente, después del tratamiento que incorpora el pintor Antoni Miró a su obra.

¿Y qué más se establece en las proximidades de la propuesta? Tal vez la voz del silencio. Paradójicamente el silencio se torna sonoro, y se nos cuela en nuestra emoción una aroma de palabras que hiere los tejidos cordiales. Safia no necesita hablar, todo lo dice mediante su mirada fugaz, su pena y su terremoto interior. Un tipo de lenguaje inteligente al que le sobran las afecciones y también las sílabas: “...un rostro silencioso frecuentemente expresa más que las palabras», asegura el gran poeta latino Ovidio, quien escribió, mira por donde! «Ars amatoria». Ironías del destino. Pero trás de la imagen, o el capital que nutre la perspectiva del conocimiento, radica una sensación de inmensa culpabilidad compartida. Nunca nadie debe sentirse de esta manera como lo hace Safia. Ningún ser humano, de buen nacimiento, merece padecer, ni un solo segundo, esta melancolía, anticipo del cajón de las pesadillas siniestras.

Tal vez la guerra ha hecho de las suyas. Las acostumbradas maldades que inundan los pozos de sangre, dolor y horror, han hecho acto de presencia en toda Somalia, y Safia se ha convertido en víctima: “...cada guerra es una destrucción del espíritu humano», interviene Henry Miller. Y claro que así es. Lo ha sido desde siempre, desde el principio de los días, o como bien dice la voz popular: desde que el hombre es hombre. Y la guerra, claro está, tiene un montón de consecuencias arbitrarias que afectan a los hombres que las sufren. Pero también las guerras significan ganancias saludables para los bolsillos de los verdugos que se ceban con los pueblos. Y no miran muy lejos, pues la riqueza se convierte en poder, y el poder se vuelve ciego para conquistar universos donde, el oro, flota sobre las aguas de la incontinencia sin límite ni freno. Pero también convenimos con Romain Rolland cuando dice: "...la guerra es el fruto de la debilidad y necedad de los pueblos», con la idea de que los hombres deban permanecer siempre atentos y no seguir las corrientes que marcan sus dirigentes. Y sabemos lo que todo esto significa, y supone.

La muerte. Safia está herida de muerte. Sin embargo, no hablemos de la muerte física, sí, no obstante, de la muerte espiritual. Esa muerte que supone consunción íntima y vertido furtivo desde el antepecho de una montaña arisca. Subyugada, la mujer, ve lo que ninguno de nosotros es capaz de ver. Por no moverse, ni las lágrimas brotan a rebosar; sólo en el iris, muy tenuemente, en la periferia de la mirada. Y a nosotros nos da mucha pena esta obra, porque es toda verdad, y así, la iniquidad no es una metáfora atrabiliaria que se ha inventado el artista Antoni Miró. El pintor coge, un día, un fragmento de realidad, un trozo de vida, y nos lo facilita. Y nos trae esta «quizá pequeña» historia para decir: “todo esto, aunque parezca mentira, está pasando. No es una comedia para quedar bien. Es una pizca de vida diaria. Quizá esto sea una constante. Safia existe!» Y concluimos, ahora sí, con las cuidadas reflexiones de André Malraux: " ...la muerte no es algo tan grave; el dolor sí»

Josep Sou

SAFIA A MUQDISHO 2012/ Somàlia (Acrílico s/ lienzo, 162x114) Antoni Miro