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Manifestantes

«Dinero perdido, pérdida ligera; honor perdido, pérdida considerable;
coraje perdido, pérdida irreparable»
Goethe

La guerra de los Balcanes. Son los primeros años de los noventa. Las fuerzas en combate litigan por la tierra, y quizá por ideas prestadas y oscuras. Seguro que, finalmente, obscenas. Y la guerra, la dureza de las bombas sobre las cabezas de los civiles, se retuerce cruelmente atornillando el ánimo de las personas: desatadas, incrédulas y menospreciadas; sólo exhiben la divisa por el valor de la carne en el mercado del pueblo. Los hombres, las mujeres y los niños, se convierten en carne y, a veces, también, en magro picado.
Sarajevo sometido al asedio. No importa el tiempo que dure la acometida si el fin se cumple. Y dura mucho, demasiado ..., siempre será excesivo un asedio indiscriminado contra la población civil. Todos pagan. Absolutamente todos sufren la miseria que no es posible de entender. La barbarie y sus consecuencias. El rigor gratuito sobre los débiles. Pero también la fuerza de los resistentes. Mundos entrelazados. Pasiones y vehemencia enloquecida. No importa qué ni quién, sólo valen las  ganancias, del tipo que sean. ¿La lealtad? En la guerra, y los asedios, los leales caen antes de tiempo ..., se arriesgan demasiado, quizá excesivamente. Dicen, no obstante: alguien lo tendrá que hacer...

Sarajevo. Un gran escena anunciada en los telediarios. Pronto empiezan los bustos parlantes a decir, como si se lo creyesen, acerca de las calamidades y de las desgracias que se viven en el asedio. A veces se interrumpe la emisión para proclamar la bondad de unas cremas para la piel sensible de las mujeres, o para pontificar acerca de un champú contra la caspa, ideal para los hombres emprendedores, para los bussinesman como si dijéramos.

Y ahora, en la prensa, aún hoy, nos acechan noticias frescas de verdad. Notas de periódicos que insinúan las calamidades y los atentados contra la cultura. Y nos suena la música. Los acordes de esta melodía que sigue quizá sea, incluso, intemporal. Dice Prensa RTVE: (y no es sospechosa la cabecera) «La noche temática estrenó esta semana los documentales 'La destrucción de la memoria' y 'Colecciones robadas' en las que aborda la destrucción y Tráfico ilegal del patrimonio cultural de los países en conflicto. Con el título 'genocidio cultural', el programa denuncia la destrucción intencionada de edificios históricos, libros y monumentos en todos los continentes. Son los daños colaterales de los conflictos belicoso. Una guerra contra la cultura y la memoria colectiva.» (Actualizado el 25 de mayo de 2017) (Sala de comunicación RTVE)

¿Y por qué lo citamos con referencia a este asunto? Pues porque si algo les faltaba aún a las guerras, a casi todos los conflictos que en el mundo hay, es el expolio que sufren los países perdedores. No sólo pierden posición, tierras y orgullo, también les toca pagar un tributo cultural al vencedor. No existe mayor tragedia. Los pueblos vencidos son privados de su cultura, del testimonio finisecular y de las aportaciones de la propia historia. Un drama. ¡Doblemente, un drama! O como diría el poeta y abogado Bernardo J. Saurín: “... la ley del universo es: ¡Ay del vencido!

Y Antoni Miró, en su obra “Manifestants”, fechada en 2006, situada en Sarajevo, y reflejada en acrílico sobre lienzo, aportando unas medidas de 116x114 cm., y perteneciente a la serie Sense Títol, captura un espacio de vida, un espacio donde la revuelta es la protagonista. Todo el conflicto está presente en los rostros de los hombres que se manifiestan. Toda la rabia en los ojos y en las bocas desencajadas de los jóvenes que se determinan contra la opresión. Manifestantes revueltos en confusión y estrecha camaradería para abarcar los hitos de la protesta: las manos y los puños en alto, símbolo evidente del estremecimiento de la escena. Caras que transmiten, cuanto menos, una situación reivindicativa. Gritos que aún podemos oír, y personas al borde del colapso.

La pintura del artista Antoni Miró nos transmite realismo, así como la fuerza de las convicciones. Las caras que quedan en el fondo del cuadro, como en un segundo plano, se muestran borradas, carentes de matices, como consecuencia del movimiento y de la convulsión que presenta toda la escena. Encontramos una ausencia de la paleta de colores habituales utilizados por el artista, como si se tratase de la voluntad de presentar una realidad contraída. Un ámbito de dolor y de sufrimiento, también de angustia y de ahogo. Todo juega en esta obra a favor de una causa donde la denuncia gana la aquiescencia de aquel que la mira. Con una breve mirada, con un sutil rasguño, se adentra por la ladera de la realidad: el clamor de la multitud que sufre la guerra, las personas que sufren la injusta guerra: “... Tan miserable es salir ganador de una guerra civil”, pone en valor Lucano, autor de la Farsalia.

Las grandes protagonistas, sin embargo, de esta propuesta pictórica, son las manos, y por ende el puño cerrado y en alto que emerge en el centro del cuadro. Manos que dicen tanto como hablan las caras y cantan las voces en su estruendo. Las manos de los hombres que ya hemos podido ver en tantas obras de Antoni Miró. Las manos como un valor constante y directo, que no necesitan de más argumentos para explicarse. Son las manos del cerrajero, del obrero, del furioso y de los protagonistas de tantas revueltas necesarias ... Antoni Miró conoce el lenguaje de las manos: las observa y las pinta (del hombre miro siempre las manos, dice también Raimon). Nos transmite la altura de la dignidad dentro del rebosante destino de esta nuestra historia común. Y las pinta. Y cuando lo hace, las deja hablar hartas de delirio, de incertidumbre y de desesperación. En Sarajevo, los manifestantes, son un claro ejemplo de lo que decimos. Parece que estemos frente a mil escenas vividas ya en el mundo, por causa y motivo de la rebeldía de los seres humanos. Mal anda el mundo cuando cada día son necesarias las protestas de los ciudadanos desesperados, los hombres contrariados en sus deseos y aspiraciones. Un globo que nunca deja de subir, y de subir, y de subir ...

Y Antoni Miró nos traslada esta tragedia, la de Sarajevo, ciudad sitiada durante la Guerra de Bosnia, allá por los años noventa del siglo pasado, pero realidad fresca aún en la memoria de tantos y tantos. La imagen potente que pinta el artista es una especie de punta de lanza que incorpora, por extensión, todo el conocimiento que tenemos de la historia reciente, y de los caudillos que arrastraron al dolor, por arroyos de sangre y por la incuria salvaje, al pueblo bosnio. Los vociferantes del cuadro de Antoni Miró argumentan la brutalidad de una derrota impensable en los tiempos que nos presiden. La pintura, sin embargo, y por lo tanto el arte, vienen a decirnos, con palabras bastante contenidas, que tendremos que transitar con mucho cuidado por la vida, porque: “... los grandes hombres también yerran, y algunos con tanta frecuencia que casi se caería en la tentación de considerarlos pequeños”, apostilla el escritor y catedrático alemán Georg Ch. Lichtenberg. Haremos caso del razonamiento del profesor alemán, y estaremos ojo avizor de tantas propuestas como Antoni Miró nos haga llegar, y todo para evidenciar la violencia de la guerra. Y de todo el dolor que se añade sobre de ella.

Josep Sou

MANIFESTANTS, 2006/ Sarajevo (Acrílico s/ lienzo, 116x114) Antoni Miro