Última cena
«[...Detrás de ti, sin cuerpo, / sin alma. /
Ahumada voz de sueño / cortado. / Ahumada voz / cortada...]»
R. Alberti. Sobre los ángeles. Ed. Losada. S.A. Buenos Aires 1977, p. 84
- Cura: ¿Hijo, necesitas confesión? ¿Quieres arrepentirte de todo lo que hayas podido hacer contrario a las leyes de los hombres?
- Reo: No padre, no necesito nada. Sólo que me deje tranquilo y que nadie me moleste con sermones de última hora. Y si me arrepiento, o no, a nadie le importa. ¿Queda claro?
- C: Comprendo, hijo mío, tu estado de ánimo, y me pongo en tu lugar. Pero has de mirar de ponerte en paz con Dios Nuestro Señor. Piensa que su Reino no es de este mundo y que con infinita misericordia te acogerá en su seno, acompañándote en el camino de la redención eterna. Tenlo por seguro que así debe de ser. Su voz la podemos escuchar en el mensaje que nos trasladan los Santos Evangelios. No lo dudes.
- R: A buenas horas se interesa por mí, en el momento preciso en que el reloj está a punto de terminar su trayecto. ¡Palabras, palabras y más palabras! Un sarcasmo de venturoso futuro cuando la luz de la bujía tiembla de puro agotamiento. Si quiere hacer algo por mí, márchese enseguida de aquí, y le vende las parcelas de eternidad a todo aquel que quiera escucharlo. ¿Vale? ¿Lo entiende? Y si no lo entiende, todavía la tendremos, y bien grande, usted y yo. Así que: ¡adiós!
- C: Hijo mío, no te desesperes. Cuando todo parece que se acaba, siempre hay una luz que ilumina con más fuerza: es la luz de la Verdad. ¡Confía! ¡Cierra los ojos, reza y confía! La fe te salvará para siempre, y amén ...
- R: ¡Ya estoy hasta los cojones! ¡No lo soporto! Si no marcha enseguida, le recomiendo que vaya rezando usted también, porque le pegaré un mamporro que le hará ver cómo se ilumina el cielo entero, y podrá pasear con los ángeles bien agarraditos de la mano, como si fueran novios de toda la vida. O marcha o nos condenamos ambos, ya sabe lo que le quiero decir. A la de tres ...
- C: No te pongas así, hijo mío. Ya me voy, ya me voy. Nuestro Señor te perdone y te tienda una mano en esta hora final, tan difícil ... Y amén!!!
- R: Y dale…! Al fin le deberé endilgar, yo, una buena tormenta a usted. Adiós y AMÉN!!! ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡A tomar por el culo!!!
(Un golpe seco, con eco vehemente, retruena por «el corredor de la muerte» cuando se cierra la reja pesada de la celda donde, por fin, permanece nuevamente solo, el reo. Ahora no nos importan su nombre ni apellidos, ni tampoco su natural, ni su fechoría. Nos importa especialmente el sonido del silencio. El latido cordial. La luz helada de las lámparas que nunca dejan de lado los desconchados de las paredes encaladas de los receptáculos. O de las madrigueras donde habitan las fieras, y que deberán sucumbir a manos de una brutal descarga, o por la aguja envenenada dentro de las venas del brazo, o por la cuerda que romperá el cuello con un chasquido insoportable, o ..., tantas variables hay que nos podríamos perder a base de olisquear en el libro de los tormentos, claro. Ahora, sólo nos importa el sonido del silencio. El ruido que produce la velocidad en el pensamiento del reo. Sólo nos importa el soniquete en la intimidad de las redes sociales interiores del reo. La intensidad de su revisión temporal. El sentimiento de su última despedida. Esto sólo nos interesa, ahora mismo. Pues el juicio ya ha hecho fortuna, ha dictado la sentencia y valorado el justiciable. El juicio ha reafirmado la culpabilidad y el hombre se ha convertido en reo de muerte. Por lo tanto, debe morir.)
Esta es sólo una pequeña entrega, una mínima y escasa migaja de pan, también un ingenuo chiste, en la verdadera historia que alienta detrás de cada caso concreto que ahora nos ocupa: “El darrer sopar”. Sí, esta aventura pictórica del artista Antoni Miró, significa un conjunto de nuevas y más grandes sensibilidades. Aporta las garantías y la comprensión del vasto problema que vive tras la superficie de los lienzos. Sí los lienzos. Y hablamos en plural porque la aventura, como decíamos, se edifica sobre la evidencia de diez cuadros, y que son, a la vez, diez historias personales: con ojos y caras que las representan. Universos personales sazonados por el terremoto de la vida, o de una experiencia vital rasgado, hecha añicos, desdibujada e inclemente.
Antoni Miró construye su obra, “El darrer sopar”, a partir de nueve piezas que miden 65x65 cm., aquellas que hacen referencia a: Karla, John, Stacey, Timothy, Ricky, Larry, Harry, Margie, y Donald. Y una última, la que habla de Stanley Tookie Williams, que tiene unas medidas de 200x100 cm. Todas las obras pertenecen a la serie Sense Títol, subserie Darrer sopar (Última cena); la técnica en el tratamiento pictórico es el acrílico sobre lienzo, menos en el caso del cuadro de Stanley que incorpora, además, la técnica del trazador a su propuesta.
La ficha técnica de cada una de las obras, revela la procedencia geográfica, o el lugar, de la muerte de todos los ajusticiados: California, Texas, Carolina del Norte, Indiana, Oregón, Arizona, etc., siempre como trasfondo los EE.UU..
Hay, en el tratamiento semántico de esta gran obra, muchos puntos de coincidencia. Así, la fotografía incorporada del reo, por ejemplo, nos acerca la imagen de aquel que ha de morir, en breve, a manos de la justicia de los hombres. Y la fuerza empática con quien tiene que terminar, ya de inmediato, sus días, se puede establecer con una mayor facilidad que si el anonimato presidiese la imagen. No es lo mismo conocer al individuo, aunque sólo sea una pequeña realidad fotográfica, que ignorar el rostro de quien hace de la historia presente no un cuento, sino una cruda teatralidad, claro. Otra coincidencia, prácticamente generalizada, es la presencia de una bandeja, con las viandas que deben ser la experiencia nutritiva de los últimos momentos de todos los reos. Y cuáles son estas viandas: hot dogs, frutas sencillas, pepinos avinagrados, tomates, golosinas de chocolate, refrescos de diverso alcance ... La frugalidad preside el «banquete» último, no muy apetecible ni grandilocuente. Una suerte de austeridad para estar bien ágil a la hora del vuelo, tal vez. Pero son, sin duda, las bandejas de la tristeza, de lo elemental, del rigor, de la soledad y de la pena. De la engorrosa tormenta interior. Del grito que no se escucha, ya. Para qué comer, o celebrar la última cena, si el final llama, severo, avanzando sin esperanza la llave maestra del misterio definitivo.
Antoni Miró dice sin decir. Interpreta el deseo personal de cada uno de los individuos reos de muerte. El talante de las personas, que esperan sin esperanza, queda en pie en las bandejas, en la elección que han hecho para despedirse de este mundo. Y crece la crítica de: ¿para qué? A quién sirve, a quién aprovecha la venganza? La fuerza de este «talión» salvaje muestra el tamaño del músculo social, pero esconde la piadosa voluntad para la redención de las tragedias personales, o de este profundo vertedero en que se ha convertido la vida en común. Sólo para evitar nuevas calamidades, aquellas que puedan venir en un futuro inmediato, ahora, proponemos otras y bien remozadas: la muerte de personas (claro que sí), que han hecho, seguro, fechorías, pero que testimonian, todas, la adversidad de vivir siempre al margen de la existencia: ni afectos, ni ternura, ni atención suficiente a su infancia, ni protección en las enfermedades, ni posibilidades para llevar a cabo un vivir acorde con la razón, ni alegría, ni amistad, ni nada de nada. Quizá, eso sí: crueldades, abusos, indigencia, olvido, abandono y miseria. Por el contrario.
Antoni Miró, cuando pinta, objetiva la experiencia de lo que significa esperar en la celda el último momento entre los vivos. Las dudas metafísicas, la angustia, el dolor antes de tiempo, la película de una vida, seguro, llena de necesidades imperativas, la voluntad de agarrarse al clavo ardiendo que facilite el tránsito definitivo, el pedacito de odio ronco, la incredulidad ante la evidencia, la fatalidad de aquella noche de alcohol y drogas, la orgía de malos tratos de un padre infame, el rechazo de una novia temprana ...
“[... que no hagan callo las cosas ni en el alma ni el cuerpo./Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero, / ligero, siempre ligero ...]”1 Los versos de León Felipe nos sirven para ilustrar la dureza de la soledad y la amargura del silencio antes de la muerte por ajusticiamiento. Si la voz del poeta no es exactamente concordante con la intención que nosotros manifestamos, sí la necesidad de pasar bien ligeros por el mal se hace sumamente imprescindible. El poeta reclama la ligereza, e incluso la desnudez, también el desapego de las cosas de este mundo, y en este caso sí, hay identidad manifiesta con lo que significa el adiós de un vivir que, a fuerza de insolvente, procura un leve consuelo.
Pero somos nosotros los interpelados por los cuadros, ya lo hemos dicho: y tanta miseria, para qué? Tanto dolor añadido, y gratuito, para qué? Tanta carencia de humanidad, por qué? El pintor, en su estudio, pinta. Nosotros, ante un espejo tan exigente, nos tendremos que responder a las cuestiones formuladas, y tomar partido, claro está.
1. Felipe, León, Versos y Oraciones de Caminante, (libro I), en Poesía española contemporánea, Taurus Ediciones, S.A., Madrid 1974, p. 279.
Josep Sou