Victòria de Samotràcia
El artista, en una parte de la serie dedicada a los museos, se refiere a determinadas obras canónicas que en ellos se exhiben. Las producciones de la Grecia clásica constituyen algunos de estos referentes. Las esculturas de entonces que se traen a colación por el pintor lo hacen como iconos de la época en la que se instauraron las bases de la cultura occidental. Al tiempo, tomándolas en un nuevo proceso de apropiación del objeto, se persigue cuestionar los expolios que sufrieron, desde el siglo XVIII y especialmente durante el siglo XIX, las naciones donde se crearon y que las albergaron en un principio.
Miró recurre a esta Niké por lo que significa en cuanto a ideal comúnmente aceptado de belleza. Elaborar una obra pictórica a partir de este referente escultórico del periodo helenístico puede reconocerse en primera instancia como un proceso de homenaje. Ciertamente lo es, si se toma en consideración que se reproduce con mucha precisión la pose, los voluptuosos contornos de la figura, los pliegues del vestido o el plumaje de las alas... Incluso puede apreciarse cómo se representan fielmente algunos desperfectos. Y todo ello se hace manteniendo mediante este otro lenguaje el extraordinario dinamismo que es propio de esta creación.
No obstante, todas esas fidelidades a la configuración del objeto de representación se encuentran en una figura pintada que no está dispuesta como la real, sino simétricamente respecto a un plano vertical, como delata el hecho de que avance en ella el pie izquierdo y no el derecho. La traslación que supone efectuar una representación plana, a partir de una determinada mirada, de una realidad volumétrica ya incide de por sí en una capacidad de elección fundamental del artista: la selección del enfoque. Sin embargo, en este caso, ese enfoque determinado se ve acompañado de una transformación de la posición y formalización del referente. La pintura puede a través de este tipo de estrategias establecer una distinción con la realidad que no es directa o fácilmente perceptible. Este reemplazo anula la posibilidad de referir estrictamente el objeto designado en principio, aunque en modo alguno nos parezca que no sea este el que se pone ante nuestros ojos. Probablemente por ello, el pintor nos recuerda irónicamente, escribiéndolo a los pies de la figura, que estamos ante ella, la Victoria de Samotracia; lo que más bien parece suponer que nos enfrenta a la idea que de ella tenemos.
Además, la realidad marmórea de esta estatua alada es sustituida por una casi áurea, mucho más ligera que la pétrea, empleando unos tonos amarillos y ocres en su definición, como si estuviera inflamada por una potente luz solar. De este modo, se acentúan los sombreados de los pliegues y se intensifica la percepción del detalle con el que se aborda la representación. El fondo neutro y oscuro que queda tras ella, de color marrón y elaborado con limaduras de cobre, junto con la discreta presencia de la proa del navío sobre la que asienta permiten que la figura, en su parte superior, se reconozca de un modo muy intenso, asumiendo una fuerte direccionalidad ascendente.
Santiago Pastor Vila