Tardor a París
Como sustento metafórico, el pintor ha venido empleando las bicicletas, esos vehículos “paradisíacos”, tal y como los caracterizó José María Iglesias, para ilustrar ideas de diversa índole. La más habitual, frecuentemente propia de la serie “Vivace”, consiste en destacar su ligereza, material y formal, e incidir en la sostenibilidad de su uso, como medio para referir una especie de paradigma ecológico. En sus representaciones, Antoni Miró construye estas máquinas en un doble proceso de idealización e hibridación. FIN_De una parte se sofistican y depuran, mientras que de otra se complementan con diferentes objetos para cargarlas de una nueva y distinta capacidad comunicante.
En este caso, muy posterior a la serie mencionada, lo que ocurre es, sin embargo, bien distinto. Aparece en primer plano una bicicleta desvencijada, con un cuadro de color beige metalizado, que no demuestra sus potencialidades simbólicas de uso respetuoso con el medio ambiente, sino que permanece olvidada, apoyada en un tronco de árbol de una calle. Detrás hay otra, azul, que parece también dormir el sueño de los justos.
En el cuadro, la realidad no se transforma con otros recursos reales o figurados que ofrezcan nuevas perspectivas interpretativas. El enriquecimiento pictórico se produce al reforzar la melancolía que es propia del otoño. El título incide en que esa estación es la de una ciudad determinada, París. El artista pretende, así, inmortalizar un sentimiento que percibió al visitarla en ese momento y que captó primeramente en una fotografía. Se trata de una operación sutil, similar en cierto modo a las de “reactivación del pasado”, en el sentido que hizo patente Fernando Castro al referirse a las revisitaciones de la historia del arte. En este caso, el “modo de hacer mundos” al que se refiere este profesor parece partir de una realidad metropolitana que aun siendo casualmente explícita exige una fina sensibilidad para ser captada.
Cierto es también que no se dirige a un conflicto duro, sino que es una evocación expresiva de un tono anímico. Se apela a la nostalgia de un tiempo pasado mejor con el recurso a la estetización de lo que antes servía, quedó sin utilidad (falta de cadena, ruedas pinchadas...) y ya solo permanece como una ruina mecánica. Ese es el sentido que late también tras el concepto de lo otoñal.
El ejercicio representacional está basado en mantener un fondo desenfocado con los elementos accesorios que forman parte de la imagen de partida, y, sobre él, destacar los dos motivos significantes: la bicicleta y las hojas secas que fijan el periodo al que se quiere aludir. Tanto la bicicleta como las hojas se detallan profusamente. Pintar con minuciosidad lo que ha quedado obsoleto remite simbólicamente a la idea de homenaje. Los dos elementos principales se complementan con los arranques de las sombras de las ruedas, en un azul intenso, que se incorporan como un trazo ajeno a la escena inicial.
Santiago Pastor Vila