Mendicar
Isabel-Clara Simó, hablando de la mirada que Antoni Miró efectúa sobre la realidad y que está al comienzo de cada una de las obras que realiza, destacó tres tipos de transformaciones. La segunda de ellas consiste en “rescatar” la realidad de “la cotidianidad que hace opacos a los objetos y a las personas”. La gran crisis económica que comenzó a arreciar en 2008 hizo invisibles, u ocultó, a una parte doliente de la sociedad. La intención del artista es poner a la vista, a modo de pinturas, estas situaciones.
No hay que olvidar que fue 2010 precisamente el año en el que se comenzaron a aplicar con mayor intensidad los recortes de gasto social en España. Así, tras dos años de aguda crisis económica, la desigualdad era cada vez más notoria, la depauperación de las clases medias era un hecho innegable y la pobreza se adueñaba de muchos hogares, llevando a la indigencia a muchísima gente.
Pedir limosna era la única salida para no pocas personas, y la estampa de un mendigo apostado en los bajos de un edificio de una calle transitada pidiendo una ayuda caritativa se convirtió en muy frecuente. Este es el caso que se ilustra: una mujer (siempre este género sufre con mayor intensidad los desastres), probablemente inmigrante y con hijos menores a su cargo, se sirve del gesto más elemental para pedir ayuda. Es ese gesto que interpela al conciudadano, y que llega a repugnarle, como valientemente afirma Josep Sou, cuando “es invitado” por el artista a “considerar la voz del silencio”.
Baja el rostro, avergonzada, y levanta la palma de su mano derecha para solicitar que depositen unas monedas en el vaso de papel que tiene entre las piernas. La indumentaria y la necesidad de interponer un periódico y unos cartones sobre el suelo dejan claro que se está en una escena invernal, pero, sabedora de que los pies descalzos le reportarán mayores ayudas, deja también esas extremidades manchadas al aire. La crudeza de la escena hace despertar la sensibilidad del pintor y motivar que elabore un grito de denuncia.
Se agudiza en la imagen el contraste entre la claridad del fondo (un suelo modular anodino de color claro y la parte baja aplacada en piedra de color beige) y los tonos oscuros del ropaje de la figura. Su nivel de definición es muy alto. Las texturas, los estampados, los pliegues... y el resto de detalles accesorios se tratan con un cierto grado de solemnidad con el que tributar algo de respeto al personaje.
La “exposición del hecho” —este ha sido siempre el explícito deseo que Romá de la Calle ha observado presente en su quehacer pictórico—, sin embargo, busca ir acompañada o, mejor, pretende reemplazarse, por una denuncia de mayor amplitud. Y esta no es otra más que la crítica a la “globalización de los pobres universales” a la que aludió Wences Rambla al abordar la intensa trayectoria del artista.
Santiago Pastor Vila