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Guggenheim museoa

Estamos ante una de las obras incardinadas en la serie dedicada a los museos. En varias ocasiones, y esta es una de ellas, el pintor se debate entre la apreciación de la condición monumental de los nuevos edificios proyectados y la denuncia del despilfarro asociado a la construcción de los mismos.

Así, el acercamiento al museo, en su doble condición funcional (como institución garante de la protección y divulgación de objetos artísticos) y representativa, se produce en términos dialécticos. Frente a la singularidad del edificio, que debiera ser, en principio, meramente un digno y útil contenedor, se conjuga la denuncia consistente en que pueda llegar a despertar tanto interés como nueva golosina visual, que llegue a suplantar el referido al contenido.

En este caso concreto, se representa una visión parcial de los volúmenes que rodean la entrada al edificio, yendo desde el ensanche de la ciudad bilbaína hacia la ría. Un marasmo de superficies tersas y brillantes que se pliegan e intersectan sustituye ahora lo que en su momento fue un área industrial gris y polvorienta. El encuadre es parcial decididamente, insistiendo en que la percepción se produce en general solo fraccionadamente, dada la gran escala de la pieza y la poca distancia focal que se puede establecer.

Se reproducen de modo hiperrealista las sofisticadas reflexiones lumínicas entre los paramentos de titanio y los muros cortina, alabeados todos ellos al son de una música de acordes caprichosos, y se funden, a su vez, con algunos retazos de aplacado de piedra natural.

Junto a lo que tiene de atractivo el complejo sistema, se muestra un elemento ciertamente anodino. La presencia de la barandilla no es, en absoluto, casual. Denota la existencia simbólica de una barrera de entrada a la cultura. No en vano, en la realidad de esta imagen, se oculta con ella la verdadera entrada al museo en sí, que es la que dirige al visitante a la zona de consumo y ocio del restaurante.

Al conflicto de emulación antes aludido, se une la crítica a la legitimidad del impulso dado al arte moderno a lo largo del siglo XX por grandes familias industriales vinculadas a la explotación de los recursos naturales con plantillas numerosísimas trabajando en unas paupérrimas condiciones. Para el artista, las fortunas procedentes del ejercicio del capitalismo más salvaje, aun dedicadas en una parte a la promoción del mejor arte, no se desprenden de una impronta de origen de cariz vergonzoso. Tal vez por eso se proceda al juego de palabras con el que se titula la obra.

El arte en la era de la globalización entra en colisión con la identificación de la cultura como el valor primordial que es propio de una nación. La mercantilización de la obra de arte, no solo como mero bien de consumo sino como objeto de inversión financiera, es una lacra que pretende, a su vez, denunciar el artista.

Santiago Pastor Vila

GUGGENHEIM MUSEOA, 2003 / Bilbao (Acrílic / llenç, 92 × 65)Serie: Sense TítolSubserie: MuseusAntoni Miro