Viaje a Xàbia
Pau Grau
Damas y caballeros, bienvenidos a bordo. En solamente unos momentos partiremos, por lo cual les pedimos que se dejen llevar por la fuerza de la plástica. Les rogamos que se pongan cómodos y se relajen, porque el viaje será muy intenso y lleno de emociones, sentimientos y vivencias. Nuestro itinerario tiene como inicio y destino Xàbia; pero no piensen por ello que será un trayecto corto, sino al contrario: comenzaremos y acabaremos en Xàbia pero completaremos una interesante e irrepetible aventura a través de un territorio cautivador: un viaje por el país de Antoni Miró.
Xàbia emerge como un inmejorable punto de partida y al tiempo de destino para nuestra expedición; no en balde la orilla del Mediterráneo ha sido siempre un lugar de paso para todas las culturas y las civilizaciones; crisol abierto a todas las influencias que a lo largo de los siglos han florecido y se han desarrollado en la ribera de nuestro mar, se nos abre como una cabeza de puente cosmopolita que todavía hoy se alza como punto de encuentro de las naciones y como escenario para el intercambio, la reflexión y el diálogo. Aprovechamos, pues, la oportunidad que nos brinda este secular cruce de culturas para ubicar nuestra lanzadera hacia mundos fabulosos, hacia territorios fantásticos como el que nos disponemos a explorar: el país de Antoni Miró.
Durante el sorprendente itinerario podrán admirar el mundo entero: países abundantemente ricos y zonas castigadas por la pobreza; paisajes vírgenes y territorios devastados por el autoproclamado progreso; las latitudes más remotas y los rincones más inmediatos; todo, absolutamente todo, está a punto de suceder ante sus ojos. El universo y sus habitantes se desplegarán con sus grandezas y sus miserias para que ustedes las contemplen y las analicen, las juzguen con criterio propio. Eso sí, hemos de advertirles antes de partir que deberán prestar mucha atención, porque en ocasiones encontrarán que allá donde hay grandeza realmente se esconde la miseria más absoluta; y puede que donde ustedes reconozcan a simple vista un miserable resulta que descubrirán toda la enormidad de la dignidad humana. A lo largo de esta excursión tendrán ustedes ocasión de recorrer un vasto y rico camino; vean, si no, lo que dijo un experimentado viajero que ya ha recorrido este itinerario que ustedes empiezan, el escritor Manuel Vicent: “El espectador de Antoni Miró que recorre con él el largo camino de su obra va pasando por las sucesivas etapas, unas instaladas en el sarcasmo, otras en la ironía, otras en el placer de los sentidos, otras en el análisis de las mórbidas superficies de los utensilios, otras en la rebelión ante las injusticias en forma de grito de protesta y todo este conjunto compone una consciencia ante el mundo que rodea al artista”. Les deseamos, pues, que tengan un buen viaje.
Así pues, despegamos por fin. Lo primero que visitaremos está al lado mismo de nuestro origen: se trata de Alcoi. Empecemos por este Alcoi de hace más de medio siglo donde un joven, casi un niño, se afana por ser pintor y abandonar el taller familiar que sustenta a los suyos. El pequeño tiene una gran voluntad y hace todo lo que puede y más para dedicarse a su vocación más temprana y encarnizada: la pintura. Tiene una vocación artística en medio de un ambiente trabajador y en una familia volcada en cuerpo y alma en el trabajo del taller:
“No sabes por qué te inclinas hacia unas amistades, unos lugares, unas ideas que te interesan más. En mi casa no había libros ni cuadros ni nada, se trataba de una familia muy normal de la época, aunque siempre me he sentido atraído por los libros, como objeto incluso. Y por los cuadros. Es una cosa que te gusta, que te nace, tienes una tendencia y no sabes ni cómo. Seguramente escuchas algo que te gusta, en una conversación quizás, y te influye; y no sabes ni por qué te ha influido, pero te marca”.
Así que, restando horas al sueño y al ocio este niño empieza a pintar y empieza a pintar bien. Y al mismo tiempo, empieza a interesarse por la cultura, por la lengua, por su país y por su gente. Con mucho esfuerzo, un joven Antoni Miró se entesta en convertirse en pintor, y está dispuesto a hacer cualquier cosa para llegar a conseguir lo que se ha propuesto. Si miran allá al fondo de los lienzos que vamos recorriendo verán cómo, bajo todo lo que ven, todavía hay un niño que poco a poco va convirtiéndose en Antoni Miró.
Vamos avanzando, porque nuestro itinerario todavía se está iniciando. Seguimos aquel muchacho que empieza a pintar y vemos que recorre media Europa con sus pinceles, ahora París y después Inglaterra y después Italia y más tarde Altea... Son movimientos rápidos y bruscos, casi turbulencias, tan frecuentes en este territorio por donde transitamos en este momento denominado Juventud, pero al tiempo tan necesarios en determinadas circunstancias.
“Son muchas las razones que te empujan a irte de tu pueblo, muchas circunstancias que coinciden. Pero creo que fue lo mejor, porque creé cierta distancia. Romper con la empresa familiar no es fácil, cuesta mucho y me habría sido mucho más difícil todavía dedicarme a lo que realmente quería hacer si no me hubiera marchado. Y además en el Estado español el ambiente era casi irrespirable; todo era pecado y todo estaba perseguido y prohibido”.
La España de hace medio siglo, donde todo era de un gris uniforme y monótono; fuera, en cambio, el mundo adquiría unas tonalidades sorprendentes y diversas. De hecho, si ustedes miran a su alrededor, irán descubriendo este mundo plural y maravilloso, pero al tiempo cruel e injusto, el mismo mundo que poco a poco iba descubriendo nuestro protagonista; es conveniente prestar atención a esta dicotomía que impregna cada rincón que iremos escrutando durante nuestro trayecto, porque será muy frecuente a partir de este momento del viaje, tal como señaló en su día con la precisión que le caracterizaba el escritor y ensayista Joan Fuster: “En el fondo de la sostenida y proteica labor de Antoni Miró hay, desde el primer día, una decisión crítica proyectada sobre el hombre y sobre la sociedad que el hombre occidental ha creado. Unas veces es el grito de denuncia, otras es el sarcasmo revulsivo, de tanto en tanto es la misma incongruencia de un arte acorralado por las propias hipótesis. De aquí la profunda sugestión que de ello deriva. Y la lección”.
Precisamente Fuster ha sido uno de los hombres que han dejado una huella más profunda en el país de Antoni Miró. Su paso, como el de otros intelectuales que han influido en la formación y en la trayectoria del artista, también lo podrán reconocer en diversos rincones de los lugares por los cuales iremos transitando. No es el único que ha dejado su huella, por supuesto, pero es muy importante:
“Cuando éramos jóvenes íbamos a Sueca a visitar a Fuster, y realmente era todo un placer escucharlo hablar. Era capaz de decir aquello que sentías; tú no podías expresarlo en palabras y él en cambio lo hacía de forma clara y nítida. Por Fuster he sentido siempre una enorme gratitud, porque yo iba allí a hablar con él y no podía aportar nada, solamente iba a aprender cosas”.
Nos elevamos a continuación un poco más para disponer de una perspectiva más amplia del paisaje que recorremos. Progresivamente se irán dando cuenta de que el territorio que nos envuelve es siempre universal: allá tenemos los perfiles de la hegemonía económica de los Estados Unidos de América y aquí se dibujan las sombras del Chile de Pinochet mientras por detrás acertamos a distinguir la realidad de la Revolución cubana. Está Nueva York y París y Londres y Grecia y Afganistán y Palestina y Corea y el Mediterráneo. No hay que realizar un gran esfuerzo cognitivo para darse cuenta de que, realmente, lo que se sitúa delante nuestro no es más que la realidad, el paisaje del ser humano, con sus desgracias y alegrías, con los triunfos y las derrotas que han caracterizado el comportamiento de la especie humana como poco en los últimos decenios:
“Lo que hay que asumir es que todos somos políticos y cuanto antes lo asumimos, pues mejor. El ser humano es político, y en el momento en que somos dos ya estamos haciendo política. Siempre hay una postura moral o ética o estética que forma parte de la política. Es del todo imposible pensar en un ser humano que no sea así. Y el pintor que dice que no pinta política o es falso o no se ha dado cuenta todavía. Es mucho más político aquel que pinta una casita o un río o cosas así, porque al fin y al cabo esa es la pintura que obedece a la ideología dominante”.
Así pues, mientras el trayecto continúa no busquen ustedes territorios vírgenes ni ningún ‘beatus ille’ empapado de forzadas dulzuras y rebuscadas quietudes, porque esto no es un viaje de ciencia-ficción. Una voz bien acreditada que ha completado este mismo recorrido antes que nosotros lo hagamos ahora nos explica estas imágenes que no dejan de latir ante nuestra sorprendida mirada; se trata de las palabras del crítico Daniel Giralt-Miracle: “Las diferentes series o etapas de su obra (América Negra, El Dólar, etc.) son un clamor por la libertad, por la solidaridad humana, una lucha contra la opresión de toda clase... Soldados, policías, guerreros, armas, dólares estrujados, seres apaleados y oprimidos, torsos femeninos flagelados... son la base temática de un análisis de nuestro mundo hecho con osadía y gran expresividad”:
Estamos en el país de Antoni Miró, y una vez situados dentro de sus fronteras, ya habrán comprobado cómo por todas partes se despliega un enorme espectáculo conformado por imágenes precisas de gran viveza y al tiempo domésticas. Son las imágenes de la humanidad, de aquello que más inquieta a los seres humanos: el poder, la muerte, el sexo, la violencia, el miedo... Es muy probable que tengan ustedes la sensación de estar recorriendo un lugar donde ya han estado antes; sin embargo, se trata de uno de los encantos de este territorio por el cual nos adentramos. Al deleitarnos con las vistas descubrirán objetos de uso cotidiano, iconos extraídos de su realidad más próxima e inmediata, imágenes que forman parte del tránsito regular de sus retinas:
“Los temas sobre los cuales pinto son muchos y muy variados, creo que eso es en cierta manera inevitable. En un oficio como éste, siempre estás al acecho para captar las cosas que te interesan de cara a poder plasmarlas sobre el lienzo. En los medios de comunicación, en las revistas... o hasta en las conversaciones que tienes con los amigos. Extraes los temas de la vida misma, de todo... Si hay un tema que te interesa empiezas a investigar y documentarte para llegar un poco más lejos, para sacar más jugo. Yo siempre digo que no conozco algo hasta que lo pinto, hasta que empiezo a pasarme el tema por las manos y a indagar e investigar. Pero en realidad lo que me captura más son las imágenes. Lógicamente, como artista plástico, la fuerza de las imágenes me llama más y me gusta trabajar sobre ellas”.
No obstante, si se fijan, descubrirán que en el país donde nos encontramos estas figuras adoptan un nuevo talante. ¿Ven? ¿Es aquel museo el mismo museo que visitamos una vez? ¿No parece distinto ahora? ¿Y aquella excavadora? ¡Hasta las obras de arte que vamos encontrando nos dicen algo más de lo que siempre nos han dicho! Un dólar... ¿es un billete normal? Hay pocas voces que podrían sintetizar esta realidad, pero quizá una de las más adecuadas podía ser la del poeta Rafael Alberti, quien escribió sobre la serie ‘El dólar’.
Papel del crimen pronto para ser ya cubierto y enterrado
Por la más luminosa materia fecal libre de los hombres
¡El dólar! ¡El dólar! ¡El dólar!
Por supuesto, estamos ya en el país de Antoni Miró, hemos dicho, y dentro de estas fronteras las cosas cambian. Los objetos y las formas nos hablan, nos seducen con mensajes que adquieren nuevas formas semánticas que quizá siempre han tenido pero nunca habíamos percibido. Todo elemento que se despliega ante nosotros en cada golpe de vista se encuentra allí por alguna razón, para mostrarnos algo, para gritar o llorar o sonreír o mofarse y ayudarnos así a entender los mecanismos que mueven la vida y la muerte, los engranajes que hacen que la sociedad que conocemos funcione de una determinada manera y no de otra. Ninguno de los objetos, ninguna de las figuras humanas ubicadas delante nuestro está ahí por causas fútiles o azarosas, sino para hacemos entender que el arte, a través de la vista y por medio de la movilización de la consciencia, tiene el poder de mover hasta los cimientos de las más firmes creencias. En relación a esta peculiaridad del país de Antoni Miró nos decía el arqueólogo y crítico Enric A. Llobregat: “Hay algo más, indescifrable, fortalecedor de la violencia larvada que las pinturas presentan y que es lo que les da ese vigor y fortaleza, esa lección de eternidad captada en un instante, reflejada en un montón de pequeños detalles, frecuentemente casi imperceptibles, que uno junto al otro van sumando matices para acabar estallando como un ‘masclet’ relleno de extrañas intenciones”.
Ya habrán comprobado, señoras y señores viajeros, que aquello que tienen ante ustedes es la realidad. Bienvenidos a la realidad de Antoni Miró que es la realidad del mundo, ya desventurada ya esperanzadora. No es la realidad de siempre, la realidad a la que nos hemos acostumbrado, porque es la realidad que las imágenes más brillantes y chocantes nos evidencian gracias a pasar por el tamiz de los pinceles mironianos. Allá donde los cronistas ven una noticia Miró ve un bocado de evidencia que nos abre una ventana al universo humano para hacernos saber a todos y todas, a los ciudadanos del hoy, quiénes somos, cómo somos y por qué somos. Mientras la televisión nos muestra imágenes Miró nos muestra evidencias que nos sacuden a cada golpe de vista por su verismo y trascendencia. Si todos los impulsos publicitarios nos inducen a creer que todo está bien como está, el universo de Miró nos recuerda que si alguien está muy bien es porque otros no lo están tanto:
“Estamos tan habituados a procesar mucha información que ésta ha devenido la mejor manera de desinformar: la de dar muchísima información de todo tipo, muchas veces bien manipulada, que al final acaba por insensibilizar al individuo. El cuerpo humano tiene una gran capacidad, y ante su propio dolor se desensibiliza, optando por desmayarse. Pues con las imágenes y la información pasa algo parecido, acabas por no verlo. Si te paras a pensar es una barbaridad tan grande que permitamos muchas de las cosas que pasan que no merecemos autocalificarnos como una sociedad libre, rica, educada, democrática... Es una barbaridad terrible”.
Si miran por sus ventanas, verán un paisaje que toma parte; es más, si miran por sus ventanas, si miran atentamente y no desvían la mirada para evitar ver aquello que se les pone delante, ustedes mismos tomarán parte. Y si también desvían la mirada porque no quieren saber nada, también habrán tomado parte. El poeta Joan Valls i Jordà decía al respecto: “Antoni Miró, intérprete artístico, realista y punzante del mundo de hoy, vibra al unísono y con clamor mesiánico, por una mejor justicia cara a los humildes”.
Avanzamos en la visita por el país de Antoni Miró y hemos de realizar una parada obligatoria en el Mas del Sopalmo. Situado justo al lado del Carrascal de la Font Roja, deviene el centro neurálgico del universo mironiano. Es un verdadero santuario donde nace el arte que más adelante se esparce por todas partes, el lugar sagrado donde Antoni Miró se entrega a la creación, del cual habla el gran filólogo Joan Coromines en el Onomasticon Cataloniae describiéndolo como “importante centro de arte”... “organizado por el amigo pintor Miró”. El Sopalmo es aquel lugar alejado de todo y abierto al mundo desde el cual se proyectan las imágenes con las que Miró golpea la realidad con precisión de cirujano, la madriguera donde se incuba el ideario de su arte, el cuartel general del ejército multicolor de Miró, el centro de su mundo. Allá es donde Antoni Miró vive; podía haber vivido en muchos otros lugares, pero el Sopalmo es el suyo, en su país, el país de los suyos. El poeta Salvador Espriu hablaba en cierto sentido de este importante enclave estratégico en los versos que dedicó a Miró:
Muy a mediodía de nuestro país raro
vigila noche un solitario faro.
El resuello del sufrimiento lo va acechando,
olas adentro, a la hora del ocaso.
Él me sigue en el áspero desánimo
de vanamente luchar contra la muerte.
Por ello tienen ustedes a su alcance tal vista; lo mejor que pueden hacer es entregarse al deleite y disfrutar de aquello de lo cual son testigos, ya que en tanto que ciudadanos de este siglo son ustedes partícipes de estas historias actuales y universales. En el país de Antoni Miró se ha de aprender a convivir también con la crueldad y el sufrimiento, porque nosotros mismos no somos ajenos a sentimientos tan extendidos y cotidianos a lo largo y ancho del mundo. Una realidad sin injusticia y opresión sería una realidad mutilada; y una mirada a las injusticias sin acusar a aquellos que las promueven sería una realidad manipulada. El gran poeta Miquel Martí i Pol se preguntaba algo semejante en un extracto de la poesía que dedicó a Miró:
¿De qué secreto pozo de silencios sacas
el luminoso y perenal sentido
de cada gesto, de cada movimiento?
Astuto y grave, ¿te ausentas del ruido
para convertir cualquier trazo en fuego
y devenir más tierno y retador,
O bien describes parábolas de viento
para incitar a la lluvia y a la desazón
a definir correctamente el rumbo?
A estas alturas se habrán dado ustedes cuenta de que no todo el paisaje que visitamos se compone de pintura. Vaya por delante que si bien es la técnica que predomina en el país de Antoni Miró, no quiere indicar ello que su creación se tenga que reducir a los pinceles. Por el contrario, las obras de arte mironianas se multiplican en los más diversos formatos plásticos, con multitud de materiales susceptibles de recibir el impulso creador necesario con tal de convertirse en objetos mágicos. El arte no conoce de fronteras físicas; también el arte de Miró es libre en cuanto a la forma que ha de adoptar en un determinado momento, buscando la idoneidad en la transmisión de su mensaje y permaneciendo fiel en todo momento a los principios del propio creador:
“Hago un poco de todo, pero sobre todo pintar. Me gusta trabajar con las manos y por eso siempre he intentado aprender a tratar los materiales que luego me pueden ser útiles para la creación artística. Dentro de lo que expongo en ocasiones hago alguna instalación, pero siempre enmarcada en una obra que considero vanguardista y moderna. Creo que en mi pintura se puede ver que no es necesario renunciar al vanguardismo ni a la comunicación sin perder un sentido de modernidad. No es necesario ponerse a pintar cosas extrañas o cometer excesos con tal de llamar la atención para que se te considere moderno. Se puede seguir pintando como se ha hecho siempre y continuar siendo moderno. El ser moderno depende de muchas cosas, pero sobre todo de la actitud”.
Y no podríamos concluir la visita pasando por alto el fuerte arraigo cultural del país de Antoni Miró. Su país es propio y universal, sí, pero pertenece a su país cultural y geográfico, el país que continúa siendo de los valencianos a pesar del antivalencianismo. El país que se asoma al Mediterráneo y grita para que el mundo entero lo escuche a pesar de todas las interferencias. El país que tiene su lengua y le gusta y también su cultura y le gusta mucho, y su paisaje que a pesar de la tormenta de destrucción sigue siendo su paisaje. Y en el país de Antoni Miró hay un país abierto al mundo pero con raíces profundas que se multiplica y se extiende y se engrandece gracias al impulso de Antoni Miró y otros como él. Porque, si miran a su lado, verán que igual que hay personas oprimidas, también hay países oprimidos, y ello forma parte de la realidad humana tanto como el sexo y el amor y la estupidez y la avaricia. Por tanto, un país volcado en la denuncia de las injusticias y la promoción de la verdad no podía dejar de lado una realidad tan ineludible:
“Llevamos más de 300 años de destrucción y todavía no nos han destruido del todo. Aunque han intentado deshacer la sociedad civil, la tenemos. Han intentado, y todavía lo intentan, aniquilarlo todo, sabotearlo todo, enterramos y lanzarnos al olvido como si no hubiese existido nunca nuestra cultura. Pero se mantiene y hay muchísima gente que continúa siendo muy activa; la gente hace unos méritos increíbles. Todo es cultura de peaje, como decía Fuster, hecha con las máximas dificultades. Pero todavía seguimos aquí y creo que todavía seguiremos siempre. Incluso desaparecerá la lengua y seguiremos unos cuantos, hablando en castellano si es necesario, reclamando nuestro derecho a existir como pueblo”.
Y hay mucho más, tanto que no se termina; y nunca hay suficiente tiempo ni suficiente espacio para acabar de conocer un país que es muchos países y muchos mundos enteros, como el país de Antoni Miró. Antoni Miró es todo un universo y lo que hemos visto no es más que una pequeña muestra de lo que nos ha permitido ver proyectando este universo hacia el exterior en forma de obras de arte interpretando así la realidad de lo rodea, porque solamente Antoni Miró sabe qué es todo aquello que se esconde en su universo. La escritora Isabel-Clara Simó se preguntaba qué empuja a Miró a pintar, sacando sus conclusiones: “Para qué pinta Antoni Miró solamente él lo sabe. Nosotros miramos sus cuadros y dejamos que nos penetren piel adentro. Sus intenciones permanecen en su interior, quizá nítidas y planchadas o confusas y arrugadas. Pinta, creo, alguna vez para hacer política. Otras para aferrarse al deseo erótico. Otras para burlarse de nosotros, de la vida probablemente, de él mismo. La mayoría de veces, desde mi punto de vista, para capturar su propia y originalísima mirada sobre el mundo: para mostrar el mundo interpretado”.
Quizá la interpretación del mundo, la comunicación de las ideas, el diálogo con el resto de la humanidad, el encuentro de puntos en común entre las personas... Son tantos los objetivos a cubrir desde un lienzo en blanco y tantos los problemas a los que se enfrenta el mundo por cada uno de sus rincones... El país de Antoni Miró quizá no nos redimirá; tampoco es ésta la intención del creador. Sin embargo, probablemente una de estas imágenes sea solamente la semilla que se esparce por muchos lugares del planeta y, por qué no, algún día llegue a germinar. Y de una semilla de realidad interpretada, de denuncia de la desigualdad humana y de quienes la fomentan, de ironía y de fe en los valores más nobles y justos, algún día crecerá un gran árbol de esperanza. Y haber contribuido a esta misión habrá valido la pena; realmente, ya vale la pena viajar por el país de Antoni Miró y dejar así que el país se extienda por todas partes, para llegar a todas las personas que todavía confían en el bien de los pueblos del mundo:
“Lo que más te sorprende de exponer en otros países es que la gente sí que entiende el mensaje. El problema es que muchos no se dan cuenta de la gran oportunidad y el potencial de las artes plásticas para comunicar ideas si detrás hay un pensamiento. La gente sabe leer la pintura, la entiende. Encuentras infinidad de personas que no comprenderían una palabra de tu lengua, y en cambio entienden lo esencial de lo que tú estás intentando transmitir en un cuadro. En cualquier país donde su cultura no tiene nada que ver con la nuestra, la gente interpreta lo mismo. Y eso sí que te hace pensar en ocasiones que estás expresándote en un lenguaje universal”.
Señoras y señores, llegamos al final de nuestro viaje; nos despedimos emplazándoles a saborear este rincón del Mediterráneo que se extiende a su alrededor. Y es que el nuestro es un periplo tan singular que, realmente, el destino se encuentra justo al principio del viaje. Deben saber que lo que hemos visto no es más que un punto de partida que nos ha permitido acercarnos a la realidad del país de Antoni Miró, pero afortunadamente todavía hay mucha distancia por recorrer: el territorio es tan vasto que prácticamente se hace inabarcable, de forma que con frecuencia nos hemos de conformar con conocer una mínima parte y dejar para más adelante nuevas visitas hacia zonas todavía indómitas. Precisamente, uno de los rasgos extraordinarios que distinguen este territorio es precisamente esta descomunal extensión que, unida a una fenomenal expansión, provoca que todavía queden por delante nuestro muchos y muchos viajes para seguir conociendo los lugares más fantásticos del país de Antoni Miró. Y vale la pena realizar frecuentes excursiones. No dejar de hacerlas nunca. Y pararse en Xàbia para disfrutar, de nuevo, del bello y único viaje.