La épica de la negación de la derrota
Néstor Novell
A veces, los deseos que hemos soñado y hemos buscado sin esperanza nos aparecen repentinamente como una posibilidad de realidad.
Puede que todo sea debido a una especie de ley de la casualidad o puede que, a veces, sin que sepamos que, abren grietas en la dura materia férrea que conforma la realidad y que son aprovechadas por los sueños para escabullirse y hacerse evidentes.
Cuando las cosas suceden de este modo, no podemos elegir ni el espacio ni el momento, sólo se nos es permitida la conciencia de decidir, de actuar como un resorte, y dejar que el sueño fluya como un río hacia mar de las realidades, para no perder la oportunidad repentina que nunca tiene espera.
Exactamente, podemos decir que no deja ser un hermoso juego de casualidades y referencias que, exactamente 300 años después de la Batalla de Almansa, el Ministerio de Obras Públicas de España dejara en manos de la ciudad de Gandía el destino de los fondos que ha previsto para mejorar estéticamente la redonda de la entrada norte de la ciudad, a los pies del histórico castillo de Bairén.
En ese momento se piensa que Antoni Miró, artista comprometido en el país, es quien tiene las referencias y las claves para hacer la conexión entre el sueño, la imagen y la realidad del pueblo que celebra los 300 años de los hechos de Almansa, de al igual que el río de Alcoy, también cada vez más oculto, escondido y lejos de historias compartidas, une la ciudad del artista y la ciudad donde reside la obra.
El espacio donde debía situarse la escultura, una redonda de denso tráfico que, además, no permitía una estructura en altura con el fin de no dañar la visión del campanario de la sede, tenía que hacerse compatible con la concepción de arte monumental que justifica la motivación épica del escultor y su compromiso con un arte combativo, educativo y comprensible para todos. Así, la combinación del verde intenso del campo y la oscura yema de las inmensas placas de hierro perforado permiten ver los contrastes y los juegos de luces de la escultura a cualquier hora del día.
Antoni Miró es consciente de que el arte incide en el proceso de reflexión histórica que la propia sociedad hace de sí misma, y por lo tanto, expresa la exaltación elegíaca de la desazón y la incredulidad valenciana sobre las posibilidades políticas del país. Al potente símbolo de los caballos ganadores, rodeados de las lanzas que exigen su tributo, se contrapone la imagen del pueblo, cuatro veces negado, con las cuatro barras que tercamente lo representan.
Entre el juego de espejos de lo que se ve, lo que se dice y lo que se quiere. Entre lo que es y lo que se filtra a través de una parte, distorsionada, del negativo de la Rendición de Breda, es por donde Antoni Miró puede sacar a la luz la historia oculta, las otras imágenes que sólo las obras bien conocidas tienen la capacidad de hacerlas evidentes como representación genérica de los poderes reales y, por tanto, de la internacional desolación de los perdedores.
Los situacionistas ya ponían de manifiesto el carácter ideológico de la imagen de la cultura de masas y las grandes posibilidades que se abren con su refuncionalización para un uso político crítico. Porque lo que cuenta en el arte activista es su efecto propagandístico: hurtar los procedimientos y las imágenes de otros artistas forma parte del plan de contrarrestar los lenguajes oficiales y sacar a la luz las paradojas, las ironías y las contradicciones de las visiones, tanto de la historia como del propio arte.