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Antoni Miró en el Museo Nacional de Bellas artes de la Habana, Cuba

Moraima Clavijo

El realismo será eterno en el arte. Se redescubre en los lenguajes a partir de la selección que el artista hace -como el fotógrafo- de la realidad misma, y esta tiene mucho que ver con su sensibilidad, sus inquietudes, su postura social y sus gustos personales, además de la factura a que obliga el oficio.

Casi medio siglo de carrera artística avalan a Antoni Miró como un cultor del expresionismo figurativo e incluso del fotorealismo, pero trascendiendo ampliamente la simple representación. Una vez más se trata de la realidad de las cosas, más que de las cosas de la realidad.

Pintura urbana, que reúne los detalles del paisaje de la ciudad en los ángulos menos complacientes. Lugares, esquinas, gente en su quehacer y su desazón de cada día.

La serie donde pinta los museos resulta particularmente interesante, así como las imágenes nada convencionales de los sitios a donde el visitante acude. Es la antítesis de la postal turística del manido “souvenir”.

El observador delante de la obra, en actitud inquieta y no contemplativa, porque ver que se convierte en tema de otra obra que lo re-crea, resulta desconcertante y nos sitúa ante muchas interrogantes: qué piensa, por qué ha llegado hasta ahí, cuanto de lo que ve le interesa o le resulta cercano, qué le transmite esa obra, qué contempla de forma aparentemente pasiva. Esto ocurre porque no le damos la posibilidad de expresarse, de opinar, de participar del proceso. Hasta pudiéramos pensar si ese museo es útil o lo son los monumentos cuya visita se torna obligada.

La pintura de Miró nos hace cuestionarnos hasta las trivialidades de lo cotidiano, cuando no hace una denuncia explícita de la sociedad contemporánea desde su posición de artista tradicionalmente comprometido con las mejores causas. Es por esto además que la presentación en la Habana de su obra, toma una connotación muy particular, dado el contexto excepcional de nuestro país cuya Revolución ha marchado paralela en el tiempo a la trayectoria artística de Antoni Miró y ha constituido para él uno de los referentes de su obra y de su vida.

Queremos hacer llegar el agradecimiento del Museo Nacional de Bellas Artes que lo acoge a todos los que han hecho posible la presencia de esta exposición entre nosotros; las universidades españolas de València, de Alacant, Jaume I de Castelló, Miguel Hernández y Politécnica de València, y de esta misma ciudad el apoyo de Logística del Arte, así como de la Embajada de España en la Habana. La iniciativa parte del Ministerio de Cultura de nuestro país y del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, a quienes agradecemos también la posibilidad de exhibir esta interesante propuesta.

Me pregunto si Antoni Miró sentirá la tentación de pintar a nuestros visitantes ante sus obras, o los interrogará con las mismas. Sería un juego interesante que nos llevaría a una posición más activa que la habitual y así será de todos modos, porque su obra inquieta insta a meditar como todo arte verdadero. Le agradecemos mucho por traernos su arte y en primer lugar, por haberlo hecho posible.

De todos modos, el artista y el público tendrán siempre la última palabra.

TRANSEÚNTES DE SILENCIOS

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