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La cuestión catalana en Antoni Miró

Luís Rodríguez Olivares

(Como fondo de todo lo que sigue está el problema de la autodeterminación, autonomía, independencia económica y son solo una parte de la cuestión: la formación de estados nacionales independientes por colectivos de distinta nacionalidad).

Nunca se podrá describir el trabajo de Antoni Miró como un hecho aislado, rasgado del discurso histórico y del desarrollo de la realidad del estado español. Esto sugiere la contemplación de la que ha acontecido su obra. Y, en este caso, hay que tener presente la cuestión fundamental: la lucha (el triunfo) de la concepción materialista del mundo contra aquella otra idealista que considera cualquier fenómeno como aislado, estático, sin relación con los que la clase dominante rodea el arte para hacer inútil su posible incidencia ofensiva; para desnudarlo de toda operatividad en el enfrentamiento clasista; para reducirlo a un mero cadáver estético.

Se sabe, además, que el materialismo o la concepción dialéctica de las cosas y fenómenos descansa sobre el mismo conocimiento-resultado de la práctica. Y así, la obra de Antoni Miró es sencillamente un trabajo político. No otra cosa más que el resultado (un cuadro, una escultura) de la aplicación de un conocimiento que surge de la práctica social, de la producción, de la lucha de clases. La historia y la geografía actúan aquí como elementos definitorios. Miró nos deja ver una realidad sobre la cual no cabe ninguna duda. Es una realidad catalana, y tenemos que considerar inmediatamente que esto no es anecdótico ni producto superficial de la moda política, ni siquiera el resultado de la traducción de un nacionalismo emocional. Al contrario, la actividad de este pintor de Alcoy es consecuente con un análisis científico de la cuestión catalana en inevitable conexión con la realidad del estado español.

Veamos sino: la burguesía, clase dominante (¿quién lo duda?), ha tenido que decidirse por la renovación de sus estructuras abocadas a la asfixia, alejadas cada vez más del desarrollo del capitalismo mundial y, concretamente, del área que le es más cercana, Europa. En esto ha acabado el largo periodo de la dictadura franquista (no fascista). El primer paso ha sido aquello que, con frase oficial, podemos denominar como la llegada de la democracia. Es decir, la concesión de una serie de libertades democrático-burguesas; es decir, la consolidación de la dictadura, de la burguesía bajo otras formas políticas “más democráticas”. Y en el aspecto económico, la intención de salir de la crisis cuanto antes mejor. Y como la clase dominante lleva la iniciativa, esto se tiene que entender como que la burguesía se propone, por sí misma, salir de la crisis económica. Todo esto con la participación y la colaboración de los partidos políticos que han sido legalizados (no todos). Entre ellos, los que han abandonado la lucha de clases todavía en sus formulaciones teóricas.

Resultados: la creación de un parlamento con dos cámaras, en una de las cuales, el Senado, se sentarán los representantes de las regiones; elección de los diputados y de la mayoría de los senadores mediante el voto; legalización de partidos políticos (no todos), etc. Devaluación de la moneda para asegurar el comercio exterior con el consiguiente aumento de precios de productos importados (petróleo); cadena de subidas de precios en el interior; congelación de salarios; cifra de paro en aumento (millón y medio de trabajadores, cien mil en Barcelona), etc. Por lo que la salida de la crisis se carga, sobre a unas espaldas muy concretas, las de la clase trabajadora que permanece débil y desorganizada. Basta con recordar que, en los últimos años, todas sus acciones han sido defensivas. Únicamente, en el País Vasco, por motivos que no son objeto de estas líneas, se han registrado acciones ofensivas aunque (esto es otra cuestión) pueden calificarse como no correctas.

Pero las libertades democrático-burguesas tienen sus ventajas. Así, entre otras, permiten que, incluso desde el poder, se vuelva a formular la cuestión de las nacionalidades. Cuestión que, en el caso catalán, no va más allá del reconocimiento de la Generalitat y del Estatuto del 32. Como contrapartida, queda en pie la rivalidad catalano-valenciana, el País Valenciano sigue dentro de la entelequia geográfica que se ha denominado Levante, o el Ministerio del Interior deniega la inscripción en el registro de asociaciones políticas del PSAN (Partido Socialista de Liberación Nacional), puesto que persigue la consecución de la independencia política de los denominados «Países Catalanes».

Hay que repetirlo, la burguesía lleva la iniciativa. Y la burguesía catalana lleva la iniciativa en la exigencia de reivindicaciones nacionales. Y tiene poder para convocar a todas las clases sociales porque abonan incondicionalmente sus aspiraciones. Hace falta, pues, tener muy presente el interés de una clase contra-revolucionaría que pide autonomía como medio para conseguir y mantener una serie de privilegios sin abdicar, de ahí viene su carácter internacionalista. ¿Es que en los consejos de administración no está representado el capital de distintas nacionalidades?

Creo que Antoni Miró ve claramente este asunto cuando, al pintar “Las lanzas”, agrupa obreros, campesinos e intelectuales claudicando ante el poder centralista. O cuando concibe una patética visión, no exenta de humor obrero cuyo eje central es una soga para la fuerza y una señera para los cojones. ¿Dónde está la burguesía? Miró parece que nos advierte de la complicidad de esta clase que, siendo partidaria de un aparato político a nivel de estado español, levanta la bandera del catalanismo como respuesta a la necesidad de incrementar y mantener su peso político y económico.

Merece repetirse: la situación tiene sus ventajas. Y esta situación lleva consigo un contenido democrático general contra la represión, contra la despersonalización de un colectivo contra el dominio de unas nacionalidades sobre otras. Y no cabe duda: una postura progresista tiene que asumir la defensa de ese contenido democrático. Eso sí, tiene que quedar a salvo el carácter internacionalista de las clases (burguesa y obrera) y la actitud contraria al nacionalismo burgués. En ese contexto, la propuesta de Miró es fácilmente comprensible: su trabajo eleva la catalanidad a categoría universal eliminando cualquier vestigio de chovinismo. Porque, ¿qué queda si del obrero eliminamos su signo de la nacionalidad; la señera? Una problemática general válida para todos los obreros oprimidos del mundo. El significado no desaparece.

Hemos estado, al contrario, los que no vivimos ni trabajamos en los Países Catalanes, los más expuestos a un sentimiento chovinista hacia (contra) el pueblo catalán; que se ha manifestado más de una vez en sectores populares. La ideología dominante es culpable. Para nosotros una doble y difícil lección: será una noble tarea la defensa de la igualdad de derechos a la vez que, por encima de todo, por encima de las nacionalidades, se coloca la unidad de las clases populares.

Una cuestión final para completar el proceso de conocimiento extraído de Antoni Miró. Su obra, en terminología habitual puede inscribirse dentro del concepto de cultura catalana. Pero, es esta una expresión que ha sido manipulada a conciencia, puesto que, aquello que se llama cultura nacional es tan solo la cultura de la clase dominante. Es, por tanto, más apropiado hablar de cultura de clase que de cultura nacional. Ocurre, asimismo, que en cada colectivo existe una masa trabajadora explotada, de la cual surgirá una ideología democrática socialista que configurará una cultura determinada contraria a la dominante. Será, pues, una cultura democrática, socialista, de clase, internacionalista, matizada en cada país por elementos nacionales.

Pienso que en este sentido hay que considerar el espíritu catalán de Antoni Miró. Y así el trabajo pictórico (trabajo político) cumple su misión de vanguardia.

TOT ESGUARDANT

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